Quito. 7 mar 2002. (Editorial) Son una especie minoritaria y
controvertida. Su imagen ha sido afectada, en cada crisis económica que
el país ha tenido que enfrentar. Precisamente en los tiempos más
difíciles, se conoce mejor la solidez de las instituciones, de las
empresas, de los hombres que las dirigen. Se distinguen con más claridad
los principios morales, la rectitud de procedimientos y la honestidad de
los administradores de empresas publicas o privadas. En Ecuador, en estos
últimos años, tenemos ejemplos e ilustraciones de todo tipo, incluyendo
aquellos que han estafado y perjudicado abiertamente a proveedores,
acreedores y colaboradores.

Los escándalos financieros y quiebras de grandes empresas se dan en todas
las latitudes, a pesar de mayores normas de control y sistemas más
avanzados de administración de países más desarrollados. El gigantesco
caso Enron y el colapso del sistema financiero argentino, a pesar del
apoyo y seguimiento del FMI, son ejemplos recientes de aquello. Por ello,
no es de extrañarse, si en la mente de muchos encontramos una imagen
negativa de los empresarios, como seres interesados en su solo beneficio,
en maximizar utilidades, no importa a costa de quién o de qué, muchas
veces sin límites o escrúpulos, transgrediendo procedimientos, leyes y
regulaciones, sin aportar mayor beneficio a la sociedad.

No culpo a quienes puedan pensar así. Los casos negativos contribuyen a
crear imágenes generalizadas en ese sentido. Afortunadamente, la misma
sociedad rescata casos opuestos que merecen nuestro reconocimiento y
exaltación. En la Costa, últimamente, se han distinguido algunos muy
merecidos, entre ellos Werner Moeller, Segundo Wong, Enrique Salas y Juan
José Vilaseca, a quienes se otorgó doctorados honoris causa de
importantes universidades, por su límpida trayectoria y permanente
contribución a la sociedad. En la Sierra hay varios que merecen
reconocimientos similares, pero deseo resaltar en forma muy especial y
singular la trayectoria de un gran empresario ecuatoriano que acaba de
partir a la eternidad, dejando tras él inmejorables recuerdos de su
grandeza de bien y de hombre visionario y emprendedor, creador y
forjador de grandes empresas, que dan trabajo y ocupación a miles de
ecuatorianos. Se trata de Harry Klein Mann, de origen y religión judía,
que nació en octubre de 1921, se educó en Quito en la Escuela Espejo y en
el Colegio Mejía, continuó luego en Estados Unidos su educación Superior
y, finalmente, realizó un posgrado en Agricultura y Ganadería en la
Universidad de La Plata en Argentina.

En 1942, a raíz del conflicto con el Perú, formó parte de nuestras
defensas como teniente de Reserva del Ejército ecuatoriano. En 1948 fijó
su residencia en Francia durante 20 años; en este lapso desempeñó
importantes representaciones de nuestro país, como cónsul en Marsella,
delegado ante la Unesco en París, y ante la ONU en Ginebra. En 1980 fue
nombrado embajador itinerante con el encargo de diferentes misiones
especiales y, en años recientes, embajador en Alemania y Argentina; y
estaba por asumir su más reciente misión ante el Gobierno de Israel.

Fue condecorado con la Orden Santa Brígida de Suecia, Legión de Honor de
Francia y Orden al Mérito de Ecuador. En el área empresarial participó y
contribuyó al fortalecimiento y desarrollo de importantes empresas
nacionales. Fue un empresario dinámico y entusiasta hasta los últimos
días de su vida; siempre procuró el mejoramiento e innovación tecnológica
de sus empresas. En sus familiares, amigos y colaboradores queda el
recuerdo de un hombre justo y generoso, que vivió y amó intensamente a
Dios, a quienes lo rodeaban y todo lo que hacía. Paz en su tumba. (Diario
Hoy)
EXPLORED
en Autor: Luis Villacrés - [email protected] Ciudad Quito

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