Quito. 1 mar 2002. Una vez más, la centroizquierda intenta conseguir una
alianza amplia para presentar un candidato de consenso en las elecciones
de octubre próximo. La iniciativa para buscar el entendimiento no surgió,
curiosamente, de las fuerzas polÃticas que integran la tendencia, sino de
dos importantes sacerdotes identificados con ese sector polÃtico. Se
podrÃa pensar, a partir de este solo dato, que la alianza se plantea más
bien como un imperativo ético y moral frente a la realidad social del
paÃs, que como una necesidad polÃtica sentida en la fuerzas que integran
la tendencia. En la disputa entre los imperativos éticos de una
centroizquierda deseable, y los apetitos polÃtico electorales de las
fuerzas que lo conforman, se han impuesto, invariablemente, los segundos.
Habrá que esperar 15 dÃas para ver si la gestión de los dos sacerdotes
cambia el fiel de la balanza a favor de los imperativos éticos.
Para que ello ocurra, sin embargo, tendrán que resolverse viejos
conflictos y rivalidades polÃticas en el sector. El primer y más
importante reto consistirá en poner de acuerdo a fuerzas tan heterogéneas
en torno a una plataforma mÃnima de gobierno. La centroizquierda es mucho
más disÃmil ideológicamente de lo que se piensa al inicio de toda campaña
electoral. Lo es en términos de las distintas visiones y propuestas de
paÃs que existen en su interior, como en términos de los estilos y
concepciones de liderazgo polÃtico.
La principal lÃnea de división dentro de la tendencia se da entre la
Izquierda Democrática y las demás fuerzas polÃticas que estuvieron
presentes en la reunión de la Salesiana. Las imágenes que dejó el
encuentro son la de un partido fuerte, incluso con un horizonte favorable
después del virtual colapso de la DP; la de un movimiento polÃtico con
una base social importante (Pachakutik); la de un precandidato con
prestigio pero todavÃa sin respaldos y adhesiones claras (León Roldós); y
la de un conjunto de precandidatos presidenciales sin ninguna fuerza
social y polÃtica (Gutiérrez y Vargas). Ronda en la tendencia el espectro
de un desbalance de poder entre las fuerzas que la integran y que
dificulta la definición de un procedimiento para escoger el candidato de
unidad. Luce ingenuo pensar, como se planteó en la reunión de la
Salesiana, que todas las fuerzas depongan intereses para dar viabilidad
al candidato único. Semejante postura equivale a pensar que las fuerzas
intervinientes tienen un poder electoral equivalente, lo cual significa
alejarse de la realidad. Es evidente, por ejemplo, que Borja cederá su
posición solo si aparece una mejor alternativa para la ID. Desde la
perspectiva socialdemócrata, cualquier otra candidatura luce débil frente
a la de Borja, por un lado; y por otro, ceder el espacio de la
candidatura presidencial supondrÃa debilitar la capacidad electoral del
partido con mayor fuerza en la tendencia. Ningún partido polÃtico actúa
con tanta generosidad.
El panorama parece claro. O la alianza gira en torno a Borja y la ID, lo
cual supone negociar el apoyo de las otras fuerzas, o se opta por definir
claramente cada una de las posiciones dentro del espectro del centro a la
izquierda. Los sucesivos fracasos en las búsquedas de unidad deberÃa
llevar a otras formas de acercamiento y aproximación. La unidad y el
consenso parece un horizonte muy lejano para fuerzas tan heterogéneas.
Hay que dar pasos más austeros, más realistas de acercamiento, a partir
de una polÃtica pluralista efectiva, esto es, que reconozca las
diferencias. La unidad no es la única forma de acción conjunta. No hay
que poner el imperativo ético y moral en la unidad, sino en el encuentro
pluralista de la tendencia.
E-mail:
[email protected] (Diario Hoy)