Quito. 11.02.95. Allí la tierra es de todos. Lo fue desde el
principio, cuando los indígenas la ocuparon y la hicieron
florecer. Lo fue cuando persistió en el régimen comunitario
aborigen-hispánico como tierra de comunidad. Lo fue, aún cuando
en la colonia fue vendida primero a particulares y luego a una
congregación de monjas para las que ellos debieron trabajar.

Lo fue aún más, cuando en el siglo XVIII, por recuperarla, los
indígenas se revolcaron en ella como muestra de que la tierra y
ellos eran una misma cosa.

Lo es también ahora. Y ellos han sabido repartírsela con
justicia. Las parcelas se han heredado de padres a hijos y de
hijos a nietos. Nunca se las ha vendido. Quizás por eso, en
Lumbisí casi todos tienen los mismos apellidos: la comuna se
reparte entre Cusis, Quishpes, Sacancelas y unos pocos más.

Ellos se bastan por sí mismos para organizar su vida. Necesitan
solo mantener el orden como siempre lo han hecho. Trabajo
comunitario y obligatorio, comisiones que se encargan de mantener
vivos todos sus rituales, participación democrática en todos los
procesos y autoridades claramente definidas para regirlos.

Por eso, cuando existen problemas en sucesión de terrenos, es el
Cabildo -máxima autoridad de la comuna, conformada por cinco de
sus miembros- es quien resuelve. No hacen falta jueces,
comisarios ni policías.

Por eso, cuando llegan las fiestas de San Bartolomé (el 24 de
Agosto) es una comisión especial -nombrada en asamblea general-
la que se encarga de mantener vivas las tradiciones.

Por eso, la escuela, el cementerio, las actividades agrícolas, el
riego o los deportes son impulsados por comisiones fijas que
trabajan de manera permanente. Y que también son elegidas en
asambleas.

Por eso, las mingas de cada semana -con las que han construido el
parque y las calles, han levantado la casa comunal y la iglesia-
son obligatorias para todos y los problemas de robos o invasiones
son frenados por la comunidad sin necesidad de llamar a nadie
más.

Y, quizás por todo eso, ellos se asombran cuando se les pregunta
si esperan que el Municipio o cualquier otra institución les
resuelva los problemas que pese a tanto trabajo, todavía tienen.

Sin embargo, lanzan un llamado al Cabildo para que -ahora que
construye la Nueva Vía Oriental que pasa muy cerca de Lumbisí- no
permita que la ciudad se acerque demasiado a la comuna. "Nosotros
estamos tranquilos aquí y tenemos miedo de que la gente quiera
invadir nuestros terrenos", dicen. "Queremos vivir como lo hemos
hechos hasta hoy".

"SI TUVIERAMOS AGUA"

"Lumbisí siempre ha sido el abastecedor de Quito", dice Raymundo
Sacancela, vicepresidente del Cabildo de la comuna. "Aquí se da
de todo y en las tierras comunales hay cientos de hectáreas
sembradas", señala.

Pero ahora falta agua. No llueve y la sequía les hizo perder casi
el 50% de los sembrado. Por eso están empeñados en conseguir agua
de riego para las tierras comunales. Para ellos formaron una
comisión especial que trabaja con apoyo de CEDECO (Centro
Ecuatoriano para el desarrollo de la comunidad).

La tierra la siembra y la cosecha cada comunero y sus frutos
abastecen a la comuna o son vendidos en la ciudad. Para hacerla
producir, los lumbiceños trabajan en conjunto. Formaron una
comisión de agricultura y compraron dos tractores. Cada uno de
los comuneros puede alquilarlo para su terreno y el dinero
recaudado sirve para mantener las máquinas.

DOS CAMPANAS TESTARUDAS

Alrededor de ellas gira la vida. Estuvieron allí desde siempre,
desde que los abuelos de los abuelos se asentaron en este lugar.
Alguna vez, alguien (las "monjas conceptas" según cuenta la gente
de Lumbisí) sacó una de su sitio y quiso llevársela consigo.

Pero los indígenas no lo permitieron. Salieron de sus tierras,
alcanzaron a los profanadores y les obligaron a devolverles lo
suyo. La campana, entonces, volvió a la torre de la iglesia.

Cuentan que cuando el templo se vino abajo por el terremoto de
Sangolquí, la gente de Lumbisí desenterró las campanas, levantó
un templo nuevo y allí -en el lugar más alto de la plaza- las
volvió a colocar.

Es que nadie podía vivir sin su sonido. Es que su talán era
indispensable para saber si era hora de la minga o de la fiesta;
si alguien murió en el pueblo o si un niño acababa de nacer.

Los comuneros dicen que tienen más de 300 años. Miles de
historias se han labrado en su superficie. El nombre del patrono
de Lumbisí, San Bartolomé, sobresale en el bronce.

Hoy, después de tantos años, las campanas siguen siendo el eje de
la vida en la comuna. Todos saben que si tocan cinco veces es
porque llaman a los cinco miembros del Cabildo a trabajar; si
suenan en la madrugada convocan a los comuneros que, ese día,
deben ir a la minga y si suenan sin parar es porque anuncian la
presencia de algún extraño en el pueblo.

Las campanas son de todos. Por eso no es una sola persona la que
las hace sonar. Y quizás por eso, todos se empeñan en mostrarlas
primero cuando alguien llega a Lumbisí.

"COMO UNA FANESCA PERO CON GALLO".

Así es como lo describe doña Alegría Cusi. "Como una sopa, pero
con todos los granos", dice, en cambio María Sacancela. Ellas
intentan pintar, con palabras, eso que -según Raimundo Sacancela-
solo se puede entender probando el plato típico de Lumbisí: el
"gallomote".

Cuando llegan las fiestas de Agosto, cada comunero sabe que debe
aportar con un gallo o con cualquier tipo de grano: arbejas,
fréjoles, maíces, habas. En fin, alguna de las variedades que
crecen en sus pequeños lotes de tierra.

Con ellos, un grupo de mujeres, se dedica a preparar enormes
ollas de "gallomote", mientras el resto de gente -bajo la
dirección de la comisión de fiestas- se encarga de asegurar que
en los festejos no falte la música, la chicha o las comparsas
para el desfile por las calles del pueblo.

El "gallomote" se sirve solamente el lunes. Más de dos mil
personas -entre ellos uno que otro turista- lo disfrutan cada
año. Por eso se necesitan al menos 150 gallos para prepararlo. Se
lo acompaña con chica de jora; la "original", según dice Raimundo
Sacancela. Esa que, con solo probarla, "le pone a dar
trampolines".

El "gallomote" es una de las cosas que en la fiesta de San
Bartolomé no puede faltar. Pero la verdad es que es solo un
pretexto más para que todos los comuneros -y sus invitados
especiales- se sienten en una sola mesa y coman de una sola y
gran olla.

UNA SINGULAR FORMA DE VIDA

No pocas veces hemos escuchado a varios analistas o
investigadores, referirse a las singulares formas de vida en las
llamadas comunas (o comunidades campesinas o indígenas). Unos se
manifiestan a favor de su existencia como una forma importante y
necesaria de organización social. Otros la critican al manifestar
que este tipo de organización no utiliza adecuadamente los
recursos o no ofrece libertad económica a sus miembros.

Sabemos que es gente que comparte su trabajo, su producción, su
diario vivir y que se mantiene bajo un mismo espacio.

Pero, ¿cómo nacieron las llamadas "comunas"? ¿Qué las
caracteriza? ¿Quiénes las conforman? ¿Dónde se encuentran?

Las comunidades son organizaciones formadas por productores
individuales, cada uno de los cuales posee una parcela, donde
produce y vive junto a su familia.

Está reconocida jurídicamente en la "Ley de Organización y
Régimen de las Comunas", en la cual se dice que la Comuna es todo
centro poblado que no tiene la categoría de parroquia, y que
mantiene un número de habitantes mayor a 50. Sus miembros podrán
poseer bienes colectivos, tierras de labranza y pastoreo, como
patrimonio de todos sus habitantes. Más adelante la ley afirma
que las familias de la misma comunidad usarán la propiedad
comunal en proporción al número de sus miembros, y que el Estado
les brindará efectiva protección y tutela.

Jurídicamente se la reconoce de esta manera como una forma de
organización social. Pero las comunidades no son conjuntos de
productores separados, en territorios diseminados. Por el
contrario, su misma ubicación geográfica (andina) nos indica que
pertenecen a un conjunto más extenso de comunidades con un pasado
histórico y bajo un proceso de cambio que las identifica a todas
ellas.

Estas comunidades, como formas de reproducción social
caracterizadas por una singular organización productiva y varias
formas de ayuda y reciprocidad, han sufrido transformaciones a lo
largo del tiempo, conforme se iba modernizando la sociedad
ecuatoriana. No es lo mismo una comuna actual, (vinculada al
mercado, reconocida jurídicamente, relacionada con el Estado y
con ONGS, la cual ha vivido los impactos de la educación formal
de sus miembros, o ha intensificado su conexión con el resto de
la sociedad), en relación a una comuna del siglo anterior, la
cual se mantenía en forma relativamente aislada y con prácticas
netamente de autosubsistencia.

Su origen histórico es muy debatido por los especialistas. Las
Comunas fueron reconocidas legalmente en el año de 1937, pero su
existencia se remonta a la época pre hispánica.

Actualmente los habitantes de las comunidades, son campesinos
minifundistas (mestizos o indígenas) que realizan actividades
productivas (en su mayoría agropecuarios) y practican variadas e
interesantes formas de colaboración y reciprocidad, es decir,
basadas en lazos de solidaridad.

La comunidad no es una sumatoria de un número determinado de
familias.Cumple un rol referencial en las alianzas matrimoniales.
Es, en los lazos de parentesco y en el sistema de salud, y
también en las formas de producir y organizarse adecuadamente
para lograr esta producción.

Como en toda organización humana, la vida cotidiana de las
comunidades está atravesada por alianzas, enfrentamientos, grupos
de interés y opinión, ya que en sí la comunidad trata de vincular
lo individual con lo colectivo.

Pero no debemos olvidar que éstas han sobrevivido a lo largo de
la historia, conservando sus formas productivas y organizativas,
su tecnología, sus costumbres.

Sus grandes méritos: la gran capacidad de adaptación a las
distintas realidades y el hecho de mantener y recrear formas
productivas basadas en a solidaridad y la cooperación. (12B)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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