Esmeraldas. 05 nov 99. La carretera redujo la distancia hasta San
Lorenzo, pero no las necesidades. Mucha gente emigró y la
agricultura apenas es de sustento.
Las mujeres en las ventanas, los hombres jugando cartas o
charlando y la música a todo volumen en una grabadora deteriorada
revelan que hay muy poco qué hacer en Mataje, en el extremo norte
de la provincia de Esmeraldas.
Las 26 casas de madera y caña guadua que bordean desordenadamente
una pequeña montaña forman el último pueblo ecuatoriano en el
Litoral. Solo basta cruzar el rÃo Mataje para pisar tierras del
suroccidente colombiano.
Las viviendas ubicadas en las partes más altas se reflejan en las
claras y tibias aguas del rÃo binacional.
En Mataje, una aldea de montaña que desde hace dos años está a
una hora de la ciudad de San Lorenzo, gracias a la carretera,
viven 35 familias, unas 270 personas, la mayorÃa de raza
negra.Antes, la travesÃa por el rÃo y luego por el mar duraba más
de dos horas, la vÃa redujo la distancia a la mitad del tiempo
en vehÃculo particular. Los buses de la cooperativa San Lorenzo
del Pailón tardan dos horas. Sus dos turnos entran a La Cadena
y San Francisco, otros recintos de familias negras. Mataje se
ubica 17 kilómetros de la ciudad.
Las casas deterioradas y las pocas pertenencias que se observaban
en el interior demuestran que con la carretera no llegó el
desarrollo, que no hay trabajo y que la gente solo cultiva para
comer. El hecho de estar en la frontera no le ayuda a salir del
marasmo del olvido.
Del pueblo de Targelia MartÃnez, una de las mujeres más ancianas,
casi no queda huella. Los ofrecimientos de hacer la vÃa, hace
muchos años, hicieron que la gente construya casas "buenas y
hasta de dos pisos", pero nada se concretó y varios emigraron.
La mayorÃa de hombres explota madera y las mujeres van "a
conchar". Para llegar a los manglares se levantan al amanecer y
regresan por la noche con poco.
Según Beatriz Arroyo, presidenta de la Junta Promejoras, no se
cortan muchos árboles porque la gente no tiene maquinaria y debe
utilizar el hacha .
Con la entrada de las compañÃas palmicultoras creyeron que la
situación cambiarÃa, porque se empleó a muchos hombres. Sin
embargo, el trabajo fue momentáneo, hasta que desbrocen la
vegetación; luego se quedaron pocos como guardianes, con un
sueldo de 35 mil sucres diarios, sin alimentación.
Muchos volvieron a cultivar yuca, piña y en algunos sitios
plátano verde. Para sobrevivir, además, pescan en el rÃo camarón,
catanga, mojarra y sábalo.
El fenómeno climático de El Niño dejó huellas en Mataje. El
caudal del rÃo aumentó e inundó algunas casas.
El alcalde de San Lorenzo, Dalmiro Cortés, explica que empezó a
negociar la compra de unos terrenos para la reubicación de los
afectados. Sin embargo, en el pueblo nadie sabe nada al respecto;
según Elena Quintero, además, hace meses que Cortés no va a la
zona de Mataje.
Luz eléctrica en ocasiones especiales
La falta de energÃa eléctrica hace que el dÃa termine temprano
en el pueblo. La Empresa Eléctrica de Esmeraldas (Emelesa)
entregó a la comunidad un generador, pero se activa solamente
durante cuatro horas en fechas especiales: no tiene dinero para
el diesel.
Un tanque cuesta 510 mil sucres y la planta consume tres
mensuales. A veces los militares que van a la zona y se internan
en la selva les regalan combustible. En la última visita, por
ejemplo, dejaron seis tanques.
La energÃa eléctrica es parte de las necesidades de las 35
familias de la pequeña localidad del norte esmeraldeño.
MarÃa Cevallos trabaja como enfermera 16 años y atiende en un
pequeño cuarto, pero no tiene equipos y a menudo las medicinas
deben adquirirse en San Lorenzo. Ella descansa ocho dÃas al mes
y, entonces, si alguien se enferma debe ir a la ciudad en carro
a caballo.
El paludismo, la desnutrición y la parasitosis por el consumo del
agua del rÃo, sin hervir, son los males más comunes en los
habitantes locales.
También existe un elevado Ãndice de presión alta. La mayorÃa de
quienes la padecen, como Targelia MartÃnez, la atribuye a la
vejez, pero según Cevallos es producto del consumo de coco,
pescado y frituras, aparte de la predisposición de la raza negra
al respecto.
Para Andrea Caravali y Natividad Anchundia, maestras de la
escuela, es un problema dictar clases a los 80 niños en una sola
aula. "Tienen problemas de atención y faltan porque no tienen un
cuaderno y un lápiz".
No hay delitos
Los habitantes de Mataje se acostumbraron a la presencia de los
militares aunque no entienden la razón: no ven personas extrañas
que pasen por el rÃo. "Nosotros conocemos a muchos y tenemos
parientes en Muspi y Mata Plátano". Saben que la guerrilla
colombiana existe por los rumores que escuchan en San Lorenzo y
por los soldados que se adentran en la selva.
Frente a Mataje, al otro lado del rÃo, solo está la casa
deteriorada "de la señora Quiñónez", mujer solitaria que no
emigró como el resto de familias que vivÃan en 95 casas.
Quiñónez, de quien nadie sabe el nombre, no pasa al lado
ecuatoriano; creen que para comprar los vÃveres sale hasta Mata
Plátano.
Mataje, a solo una hora de la cabecera cantonal de San Lorenzo,
está al margen del desarrollo y de la delincuencia, su gente es
amable y honrada. En el pueblo funciona un centro turÃstico que
ofrece hospedaje y servicio de restaurante, donde el plato tÃpico
es el encocado de muchilla (camarón grande).
Los visitantes pueden navegar por el rÃo Mataje y llegar al
océano PacÃfico, asà como caminar hasta las cascadas y la cueva
que están apenas a media hora de camino. (Texto tomado de El
Comercio)