Quito. 21 mar 98. De las casi 3.000 fundaciones registradas en
el Ecuador, apenas 300 tienen una actividad permanente. La
gran mayoría son un membrete

Por Juan Carlos Calderón V.

De todas estas organizaciones apenas unas 300 tienen una vida
permanente y activa. Las demás son intermitentes o han quedado
flotando en un limbo jurídico, sin deberes, pero con nombre.
Pero la tasa de mortalidad ha sido también muy alta.

¿Por qué? Carlos Arcos y Edison Palomeque, en su libro "El
mito al debate" explican que la mayoría de las ONGs
ecuatorianas tienen un funcionamiento institucional precario,
centrado en la ejecución de uno o dos proyectos. Muchas de
estas organizaciones dependen de una o dos personas, que,
cuando faltan, se desmoronan.

Paradójicamente, cuando en los últimos cinco años la
cooperación internacional cayó en un 70 por ciento, se crearon
más fundaciones que en toda la historia del Ecuador.

Para Cornelio Marchán, director de la Fundación Esquel,
"muchas de las fundaciones que se crean no pasan de ser un
membrete o se crean para obtener recursos para un proyecto
particular o son clubes de amigos que funcionan un rato y
luego caen".

Muchas se fundaron como un seguro frente al desempleo, o
porque burócratas ansiosos detectaron fondos internacionales
para tal o cual proyecto y resolvieron "rescatar" para sí esos
recursos.

Fáciles de crear, sujetas a una jerarquía poco rígida y libres
de controles burocráticos, las fundaciones de esta década
fueron una gran fanesca de intenciones.

Pero, la diferencia entre las fundaciones "históricas" y la
mayoría de las aprobadas por los últimos gobiernos "radica en
la ética fundacional. Antes se buscaba el bien público,
responder a necesidades sociales. Ahora se busca el beneficio
personal", dice Francisco Rohon, un veterano en las lides de
las ONGs y director del Centro Andino de Acción Popular,
entidad que coordina programas de organización y producción
campesina desde hace unos 30 años.

¿DE QUÉ HAN SERVIDO?

Casi a fines de siglo, nadie puede decir si el Ecuador hubiese
estado mejor -¿o peor?- sin la actividad de las fundaciones.
Sin embargo, en el reducido espectro de las organizaciones
"serias", los buenos ejemplos abundan.

A pesar de que el Ecuador tiene más de 200 mil personas que
padecen epilepsia, para las autoridades no es un problema de
salud pública. Fue necesario que sus familiares se agrupasen
en la Fundación Epilepsia para tomar en sus propias manos el
problema: atención a los enfermos, educación y apoyo,
convenios para descuentos en medicamentos y exámenes,
voluntariado de médicos especialistas. Luego de 17 años la
organización dispone de 5.200 fichas historias clínicas, de
las cuales el 80% pertenecen a hogares indigentes y pobres.

El Estado ha sido incapaz de resolver el déficit de vivienda,
que asciende a más de un millón de unidades al año. Claro que
la iniciativa de la Fundación Mariana de Jesús y la
organización Viviendas Hogar de Cristo no resolverá el
déficit, pero daría una casa digna a más de cinco mil familias
pobres del Ecuador. Así como desde 1996 ha venido produciendo
en su planta de Quito, con tecnologías alternativas, 12 casas
diarias -cada casa de 42 m2 llega a costar hasta cinco
millones de sucres y se la arma en un día- esta Fundación
creada en 1939 construyó el plan de vivienda Solanda, al sur
de la capital, donde viven 100 mil personas.

El resultado del trabajo de las fundaciones y corporaciones
"es el mejoramiento de las condiciones de vida de la gente",
dice Santiago Ortiz, director durante siete años de la
Asociación Cristiana de Jóvenes, ACJ, entidad que tiene 38
años en el Ecuador, 40 millones de voluntarios en todo el
mundo y 14 mil oficinas. En el país realiza labores de
promoción, autogestión y participación comunitaria en ciudades
como Quito, Guayaquil, Santo Domingo de los Colorados, Machala
y Chone.

El resultado es un beneficio directo para al menos 20 mil
jóvenes de escasos recursos de los barrios suburbanos de estas
ciudades, con una inversión de 100 mil sucres al año por cada
uno.

La organización trabaja con 200 voluntarios o socios básicos
que se comprometen a apoyar los proyectos de su comunidad
varias horas a la semana. Hay 30 funcionarios pagados y su
director gana cerca de 1.000 dólares mensuales. Trabajan con
400 mil dólares al año.

Esas cifras harían levantar las cejas a Eduardo Andrade. Él es
un colombiano de 38 años que dirige el único albergue del país
que da acogida a enfermos del sida abandonados y rechazados
por sus familias. En una casa vieja del norte de Quito se
hospedan 10 portadores del temible VIH y se da atención
ambulatoria, clínica odontológica y psicológica a cerca de 80
enfermos. Andrade dirige la Fundación Eudes, creada por el
sacerdote colombiano, Bernardo Vergara, quien al mirar el
abandono y maltrato a los enfermos de sida menesterosos,
alquiló una casa y fundó el primero de los 22 albergues que
hay en Colombia. Hace seis años se creó el primero del
Ecuador.

Los enfermos de sida empiezan a morir más por el rechazo,
empezando por el de sus propias familias. La fundación les da
un espacio donde compartir y permanecer, apoyo y seguridad
tanto médica como espiritual. Gracias al apoyo financiero de
organismos como Alliance Internacional y Comunidec, y al
voluntariado de médicos y asociaciones de Damas de la Armada y
Damas Colombianas, han podido solventar los ingentes gastos
que resultan de este doloroso proceso: un enfermo de sida
gasta hasta cuatro millones de sucres al mes en medicinas.
Reciben donaciones de medicamentos gracias al apoyo de la
Fundación Promesa y lo demás, se financia con bonos de
solidaridad.

Al estar en las actividades de la Fundación, Andrade detectó
el incremento de la prostitución infantil en Quito y
Guayaquil. A su casa empezaron a llegar menores infectados de
VIH. Preguntando, sonsacando, descubrió un submundo de niños y
niñas, de entre 12 y 16 años, que ejercen el comercio sexual
en "sitios estratégicos" de la capital. Entonces optó por
buscarlos en sus sitios y horas de "trabajo", conversar con
ellos y rescatarlos. Y muchos entraron al programa a través
del cual se fortalece su autoestima, se les da conocimientos
sobre los peligros del sida y las enfermedades de transmisión
sexual. Gracias a Eudes, algún día, ellos dejarán de vender
sus cuerpos, al menos sin consecuencias definitivas.

Los aportes de estas fundaciones al desarrollo de los pueblos
es incuestionable. "Las fundaciones crecieron en la medida que
el Estado retrocedió, y porque éstas permitieron la expresión
de una gran diversidad de actores sociales", dice Santiago
Ortiz. Los propios gobiernos, dentro de una lógica impuesta
por los organismos internacionales de crédito, fomentaron su
crecimiento. "La reforma del Estado es darles a los ciudadanos
la oportunidad de ser protagonistas de su propio desarrollo",
dice Cornelio Marchán.

La fundación que él dirige bien puede ser la más grande del
Ecuador. Tiene un directorio de 12 personalidades, que preside
el industrial Luis Gómez Izquierdo. Entre 1990 y 1997 apoyaron
más de 100 proyectos en todo el país. Beneficiaron
directamente a 211 mil personas e indirectamente a 625.000. El
6% de la población ecuatoriana. Con Esquel colaboraron más de
50 entidades académicas, empresariales, organizaciones
populares y otras fundaciones. Esquel manejó más de 10
millones de dólares en sus programas de desarrollo, con
financiamiento de proyectos sociales y empresas productivas,
desarrollo humano, y foros ciudadanos. Esquel publica sus
balances todos los años.

¿VIGILARLAS O NO?

Luego del "escándalo" de las fundaciones varias voces,
incluida la de la ministra de Bienestar Social, Edith Frías,
se levantaron para pedir un "control" de su labor. La
funcionaria habló incluso de vigilarlas. Las fuentes
consultadas coinciden en admitir los problemas que afectan a
las fundaciones, pero de ahí a endilgarles la responsabilidad
en la corrupción del país hay un precipicio. "Hay fundaciones
corruptas, así como hay funcionarios públicos corruptos o
empresas que evaden impuestos. No creo que las fundaciones
sean la figura jurídica típica para cometer este tipo de
delitos", dice Cornelio Marchán.

La corrupción política ha usado el nombre de las fundaciones
para sus fechorías. Los corruptos usaron fundaciones para
obtener partidas presupuestarias del Congreso y desviar esos
recursos hacia la red que comandaba Luis Peñaranda o a
bolsillos particulares. Un año más tarde, se descubrió que a
nombre de dos fundaciones se contrabandearon autos de lujo y
el escándalo de la ropa usada involucró a otras seis. En ese
último caso, se reveló que, al menos en Guayaquil, resultaba
buen negocio alquilar por 30 millones de sucres el nombre de
una fundación para no pagar los impuestos a las importaciones.
Pero éstas son excepciones en un mundo lleno de historias de
solidaridad.

Quienes se oponen al control del Estado, aunque sin temor a
ello, son los funcionarios de las propias fundaciones: la
Constitución garantiza el derecho de asociación. Una
intervención del Estado podría ser autoritaria porque, a
nombre de qué se impide y norma el derecho a asociarse. Es un
acto de voluntad privada. Para Rohon, el marasmo de las
fundaciones es parte del marasmo nacional. Y si no ha existido
siquiera un registro serio de las mismas es parte de la falta
de control y auditoría que padece el Estado.

Actos de magia

"El gran pecado de las fundaciones consiste en declarar que se
trabaja en una zona del país, hacer el proyecto, recibir el
dinero y luego no volver por esa zona nunca más, a menos que
haya una vista de campo por parte de los donantes", señala un
consultor profesional.

Entre las fundaciones se repite un dicho: sin proyecto no hay
fundación. Pero ese axioma no se cumple muchas veces, incluso
en el informe del SIOS: En Chimborazo hay registradas 100
organizaciones, pero solo hay 37 proyectos en funcionamiento.
De 75 fundaciones que hay en Manabí, solo funcionan 30
proyectos. En Pastaza, con 27 fundaciones hay 11 proyectos en
marcha.

Si de casi tres mil fundaciones funcionan permanentemente unas
300, solo quiere decir que la gran mayoría han quedado en un
limbo jurídico donde nadie puede intervenir y cuyas varias
personerías han sido usadas con fines non santos.

El caso más evidente es en la Región Amazónica Ecuatoriana,
RAE. La defensa de la Amazonia aparentemente es un buen
argumento para conseguir financiamiento internacional. Así
pues, de a cuerdo a la información del SIOS; en la RAE
declararon trabajar 174 organizaciones no gubernamentales,
nacionales e internacionales. Pero, un levantamiento de
proyectos de la región, realizada por la Fundación Sinchi
Sacha, en octubre de 1997, demostró que de aquellas, apenas 84
trabajaban efectivamente. Paradójicamente, las fundaciones han
declarado llevar adelante 420 proyectos, de los cuales 97
reportaron una cobertura de carácter nacional, con presencia
en la Amazonia.

Se demostró que la mayor cantidad de proyectos se concentraban
en las cabeceras cantonales, abandonando radicalmente el
trabajo en las zonas rurales de la RAE, donde se concentran
las mayores necesidades.

Las fundaciones por dentro

De los 215 millones de dólares de la cooperación externa
negociados por el gobierno entre 1989 y 1992, solo el 6% fue
destinado a las ONGs. Para 1994, de 207 millones de dólares
donados para el sector microempresarial a través del Estado,
las ONGs obtuvieron 10 millones.

La mitad de las fundaciones en funcionamiento tiene seis
técnicos por institución, con un salario de 113 dólares al
mes, lo que les impide dedicarse por entero a su labor. Pero
el 4% de las fundaciones tienen técnicos que llegan a ganar
3.000 dólares al mes.

La mitad de las fundaciones en actividad tiene un presupuesto
menor a 25 mil dólares anuales. Un 4% tiene un presupuesto
mayor a un millón de dólares.

La mayor cobertura geográfica de las fundaciones se sitúa en
Pichincha -37.3%-, Guayas -19.1%-, Chimborazo -15%-, Manabí,
Esmeraldas y Azuay -11%-.

Los proyectos de las fundaciones en actividad están destinados
a producción y generación de ingresos -25%-, salud -21%-,
educación -20%-, medio ambiente -18%-. A lo que menos se
dedican es al fomento de la ciencia y la tecnología.

El 45% de las fundaciones trabaja con la población en general,
el 21% con organizaciones populares, el 19% con jóvenes, 18%
con niños. Con los que menos trabajan es con grupos especiales
y con la tercera edad.

Seis de cada 10 ONGs se dedican a la capacitación, 3.6 dan
servicios, 3.3 investigan y 3.1 producen.

El presupuesto global que manejan las fundaciones en actividad
se estima en unos 80 millones de dólares al año. (Texto tomado
de La Revista Vistazo #735)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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