Puyo. 10 mar 2000. R emontar parte de la vasta selva de la cuenca
amazónica ecuatoriana es descubrir un mundo único donde los
servicios básicos de una sociedad civilizada no existen.

Sus asentamientos poblacionales están dispersos y, solo en
Pastaza, se estiman más de 100 comunidades indígenas de las etnias
quichua, shuar, achuar, huaorani, zápara y shiwiar que están en el
interior selvático de su jurisdicción.

A 300 kilómetros al suroriente de Puyo está Pindoyacu (palabra
quichua que significa río Pindo). Allí habitan 40 personas entre
achuar, quichuas y záparas que carecen de todo, incluso de
documentos de identidad de un país del que forman parte.

Ninguno de sus habitantes está inscrito en el Registro Civil. Los
indígenas de este pueblo, por lo tanto, nunca han sufragado, dice
el profesor de la comuna Pascual Andy.

Asimismo, a pesar de vivir en un estado de extrema pobreza no
tienen acceso a los bonos gubernamentales como, por ejemplo, el
solidario. Para ingresar a la escuela se calcula su edad, como
sucede con todos. Nadie conoce con certeza cuantos años realmente
tiene.

El cuadro de salud es alarmante: "todos aquí sufren de paludismo,
anemia aguda, parasitosis e infecciones respiratorias", agrega
Andy. No hay un puesto de salud y menos un médico estatales. Fue
la Organización de la Nacionalidad Zápara del Ecuador, Onaze, a la
que pertenece, la que con apoyo de una ONG alemana, construyó hace
un mes un pequeño dispensario y capacitó a un promotor de salud
que trabaja dando primeros auxilios a sus vecinos a cambio de una
bonificación de 100 mil sucres que paga la misma organización.

El ingreso periódico de las brigadas médico-odontológicas y de
vacunación, así como del Servicio de Malaria, está suspendido
desde mediados del año 99 porque el Ministerio de Salud no paga
cumplidamente a Alas del Socorro, empresa prestataria del programa
de ambulancia aérea.

En la escuela unidocente de Cabo Minacho hay 15 niños de primero a
sexto grados a excepción de quinto que no tiene alumnos.

Su economía es de subsistencia. Sobreviven gracias a sus chacras
tradicionales con productos propios de la zona como la yuca, el
plátano, papa china, frutas cítricas, así como de la cacería y la
pesca que no son suficientes para una dieta balanceada, según Gina
Orrala, médico de la Dirección de Salud de Pastaza.

Su vida transcurre entre sus chozas de arquitectura tradicional
achuar que son ovaladas y fabricadas con chontas y techos de paja
(pambil) atadas con lianas, los ríos Guayusa y Pindoyacu y la
selva que es su despensa y botica natural.

El teléfono, la radio, la televisión o la energía eléctrica son
totalmente desconocidos. Su único medio de comunicación con el
mundo exterior, del que poco o nada conocen ni les interesa, es el
aéreo pero sus costos son prohibitivos para utilizarlo cuando un
flete entre su comuna y Shell cuesta 327 dólares (8 175 000
sucres).

A Galte Laime solo se entra en bici o mula

Eran las 05:00 del jueves dos de marzo en Galte Laime, en Guamote
(Chimborazo), a más de 3 000 metros sobre el nivel del mar. Esa es
la hora de levantarse para Luis Daquilema, un adolescente; para su
padre y sus cuatro hermanos. Hay que llevar a pastar las ovejas,
poner hierba a los cuyes, dar cebada a las gallinas o ir por agua
a la llave comunal, a 50 metros de las chozas que los cobijan del
intenso frío del páramo.

Él sabe que el agua no es potable, pero asegura que sus padres y
los médicos, que por allí pasan eventualmente, le han enseñado a
hervirla y a usar las letrinas. Pero admite, con un susurro, que,
a veces, también utilizan agua del río San Vicente, que corre por
la quebrada a 500 metros de allí.

Sus viviendas no son muy grandes, pero dentro del techado de paja,
paredes de barro y piso de tierra, ellos se sienten en familia. En
el dormitorio hay una cama para sus dos hermanos. El resto del
mobiliario: herramientas, fundas y veladores desvencijados. Un
solo foco ilumina la choza.

La familia se alimenta con habas, arroz, papas, cebolla y carne
"cuando hay plata". Estos son los productos que los 400 habitantes
de la comunidad cultivan en esa zona de colinas y pendientes
cubiertas con bosques de pino, pajonales y musgos.

A las 13:00, el centro de Galte Laime parece un sitio fantasma.
Solo los rebaños de borregos guiados por niños o ancianos cruzan
por las empedradas y erosionadas calles. Mis padres y mi hermano
mayor están cuidando los cultivos allá arriba y lo mismo hacen los
demás hombres y mujeres, dice Luis señalando las colinas cobijadas
por la neblina. El centro solo tiene vida cuando los 150
estudiantes de la escuela y el colegio asisten a clases; después,
los maestros se marchan a Guamote o Alausí, al igual que la
enfermera y el párroco.

Los demás vuelven a sus chozas muy distantes entre sí y separadas
por verdes colinas y pronunciadas pendientes. El trabajo es más
intenso porque todos esperan cosechar en agosto y cuando eso
ocurra, saldrán a las ferias de los jueves en Guamote para vender
sus cosechas y comprar harina, manteca, jabón, fideos, azúcar...
Entrar o salir de Galte Laime es un sacrificio si no se tiene
carro, bicicleta, mula o caballo. (Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Puyo

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