Quito. 13.11.94. Monkey Mia es un remoto y desconocido estrecho
sobre la costa Pacífica de Australia. Y gracias a que no goza de
fama, allí los delfines y los humanos se han vuelto famosos.
Veamos la historia:

Todo empezó hace siete años, cuando "Charley", con la panza
arriba, y haciendo alarde de sus piruetas acuáticas, se acercó a
la playa. Una niña, entonces, hizo contacto con el delfín
juguetón y empezó a alimentarlo cada día, de tal manera que el
animal pronto se acostumbró a la presencia humana.

Y también, de manera fácil, el delfín aprendió a dar las gracias.
Al igual que un perro pastor que conduce las ovejas al corral,
todos los días, a las siete en punto de la mañana, el animal
empezó a nadar en círculos alrededor de los cardúmenes de
arenques y sardinas, para dirigirlos, mañosamente, hasta el final
del muelle donde los aguardaban los pescadores ansiosos.

Así pues, el cardumen llegaba compacto al lugar donde lo
esperaban las afiladas trampas y el "Viejo Charley" sólo se comía
aquellos peces que, heridos, querían escapar.

Si por accidente él mismo se enredaba en un anzuelo, llegaba
hasta la playa y casi reposando sobre la arena, esperaba que los
pescadores, --sus cómplices y amigos-- se los desengarzaran en
forma cuidadosa.

Después, exactamente a las ocho de la mañana, el "Viejo Charley"
se encargaba de embestir, en forma alocada y juguetona, al
cardumen que se desparramaba en todas las direcciones. Esto
significaba para los pescadores el final de la ayuda en su
jornada de pesca.

Esto era lo más normal del mundo. Nadie se preguntaba nada, y
simplemente era un hecho aceptado que todas las mañanas el "Viejo
Charley" acorralara al cardumen y lo enfilara hasta donde los
pescadores atrapaban los pececillos para utilizarlos como carnada
en sus faenas de pesca mayor.

Es difícil descartar una razón altruista en el delfín para que
hiciera esto, y por lo tanto no sorprende que fuese mirado como
una leyenda viviente. El "Viejo Charley" era, sin duda, el más
amistoso de todos los que visitaban el área y acostumbraba nadar
pegado a al playa para que los niños del lugar treparan y
galoparan sin peligro sobre su lomo.

Pero su contacto abierto y espontáneo con el hombre fue cortado
abruptamente cuando alguien desconocido disparó contra él. Una
mañana, el delfín que había hecho las delicias de todos, que
había reconciliado a viejos niños con la vida, agonizaba sobre la
arena, con el balazo que penetró por su lomo.

La noticia corrió por todo el lugar y en la noche, propios y
extraños, organizaron su entierro con flores y canciones de adiós
al amigo inolvidable. Karina Derek una alemana que vive en el
lugar, diseño una gran pancarta con flores y caracolas marinas
que decía: "Este es un homenaje a la vida y la amistad de
Charley. Prohibidas las lágrimas". Pero ni ella misma pudo
evitarlas ante el cuerpo exánime del delfín amigo.

Por suerte, en aquella época, los "shows de Charley" ya eran muy
conocidos y caravanas de espectadores se desplazaban hasta el
lugar para admirarlo. Cuando llegó más gente, aparecieron más
delfines, que como entrenados, entraron en contacto rápido con
todo el mundo. Esto, a su vez, constituyó un estímulo para que
más público visitara el lugar. Entonces sucedió el milagro:

El contacto con los delfines hizo que gente de todas las edades y
condiciones se transformara de manera sorprendente. Todos
parecían volver a la niñez y convertirse en chiquillos fogosos y
traviesos que correteaban por la playa o se metían al agua,
hundidos hasta las rodillas, con un pescado en sus manos mientras
el delfín se acercaba y abría las mandíbulas para recibir,
delicadamente, el obsequio.

"Debo reconocerlo -nos cuenta Louis Brown, un jubilado-: hasta
hace dos meses yo era un viejo cascarrabias, rencoroso, que no
saludaba a mis vecinos y que solo esperaba morirme rápido. Pero
desde que supe esto quise verlo con mis propios ojos. Y ahora
vengo tres y cuatro veces por semana. Juego con los delfines,
estoy en forma, no me duele el cuerpo y río como un chiquillo.
­Siento que tengo 40 años menos! Créame: soy feliz y quiero vivir
cien años más, para seguir jugando con los delfines".

Cuando la gente alimentaba a los delfines, éstos respondían con
un chillido alegre que sólo se podía interpretar como
"­Gracias!". Y lo más increíble era que las personas empezaban a
imitar el sonido de los delfines, en lo que se podría considerar
el primer acercamiento lingüístico entre dos especies.

Pero a pesar de estar en su ambiente, la acción del hombre hace
que los delfines no sean inmunes a los accidentes. Wilf Mason,
uno de los propietarios de la zona visitada por los delfines
juguetones, relata cómo un día algunos niños llegaron corriendo
desde la playa para decirle que un delfín tenía un anzuelo
engarzado en la boca.

Armado con tenazas, y dentro del agua, Wilf hurgó durante 45
segundos hasta que palpó el gigantesco anzuelo profundamente
clavado en las fauces del animal. El delfín permaneció
absolutamente quieto durante la operación. El mismo Wilf nos
relata su experiencia:

"Desde el momento en el que agarré el anzuelo tuve la sensación
de que ella --era un delfín hembra--, sabía exactamente qué era
lo que yo iba a hacer. Se colocaba de lado, y se apuntaló en la
arena con su cola, para facilitarme la operación y para evitar el
embate de las olas. Estoy seguro de que los delfines no sólo
interpretan nuestros pensamientos, sino que además captan con
certeza nuestras más profundas vibraciones espirituales".

Un año atrás, aproximadamente, se vivió una clarísima experiencia
que acredita aún más la confianza natural que tienen los delfines
en los humanos. Un nuevo ejemplar llegó de sorpresa y se dirigió
de inmediato a la costa, algo que es inusual porque la colonia de
delfines es muy selectiva y ahuyenta a los intrusos.

El recién llegado emitía un quejido como de llanto cuando
vanamente intentaba tragar el pescado que se le ofrecía. Nadie
podía imaginar cuál era el problema. Dos días más tarde, el
delfín fue hallado muerto, sobre la playa: Una bala de fusil
había atravesado la mandíbula, astillando la articulación. Así
que inhabilitado para comer, no tenía posibilidad alguna de
supervivencia. Lo sorprendente es que después de haber sido
tratado tan brutalmente por el hombre, insistiera en buscar ayuda
humana.

Aunque, obviamente, los delfines disfrutan de los regalos salidos
de las manos de los turistas, sus demandas alimenticias superan
esta oferta: es el contacto con la gente lo que los mantiene
virtualmente anclados al área. Parece que se enorgullecen de sus
demostraciones acrobáticas: ­Mientras más gente, más espectacular
es el show! Y si las cámaras los enfocan, entonces levantan su
cabezas, y hacen gestos abriendo sus bocas, batiendo las
mandíbulas, enseñando los dientes, como sonriendo. A menudo se
colocan en línea hasta cuatro delfines para posar
"artísticamente".

Y todo esto, sin ningún entrenamiento. Pero nos asalta una duda:
¿habrán estado ensayando en secreto? (5B)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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