Quito. 03 dic 98. Uno, que es optimista por naturaleza, tenía fe en
la corrida de Santa Rosa de ayer. No una fe ciega, sino argumentada
en los toros de este hierro al que tanto amó mi querido y siempre
recordado amigo Saúl Montenegro. Los argumentos se apoyaban en la
excelentes novilladas y corridas de toros que le hemos visto en el
ruedo de Iñaquito y en el asoleado encaste de Baltasar Ibán. No son
malos argumentos, así que el optimismo esta justificado y
apuntalado en el deseo de que la ganadería brava ecuatoriana
recuperara niveles de aceptación y prestigio. Pero los toros, y los
hechos, son tozudos, y nos devuelven a la cruda realidad: esto no
funciona.

De los seis toros que ayer saltaron al ruedo, cinco fueron mansos.
Cinco mansos son muchos manos en una corrida, pero también tiene su
interés, sobre todo si frente a la mansedumbre se coloca la técnica
y la decisión de los toreros. Toreros como Rivera Ordóñez y Julián
López "El Juli", que supieron aguantar las oleadas intempestivas de
los primeros astados de sus lotes para afirmarse en la arena y
estirar embestidas que se antojaban imposibles. ¿Imposibles? No hay
nada imposible en el toreo. Los toros acobardados de salida a veces
rompen a embestir y permiten faenas emocionantes, que siempre
emociona lo imprevisible.

Por esta razón conviene recordar al público que ha de tener
paciencia con los toros abantos, con los que son renuentes a
aceptar los primeros capotazos. Los toros, para bien o para mal,
cambian de comportamiento a medida que discurre la lidia, de ahí lo
temerario de hacer cábalas o pronósticos. ¿Quién iba a imaginar que
el segundo toro, reservón y husmeador de capotes, iba a terminar
siguiendo con largura la tela de la muleta de Rivera Ordóñez?
Sinceramente, lo imaginan solo los avezados en materia taurina y
los profesionales. ¿Quién iba a creer que El Juli iba a ligar
cuatro tandas de pases naturales al cinqueño mansurrón de Santo
Domingo? Pues solo El Juli.

Si digo que ayer me gustó El Juli más que anteayer, algunos
tacharán de improcedente esta afirmación. Y, sin embargo, no me
duelen prendas e insisto: ayer, la faena del joven torero a ese
toro girón y engatillado fue de las que consagran a una figura. El
toro me recordaba a aquel célebre de Escobar Barrilaro que cuentan
lidió Manolete en Valencia y cuya cabeza fue regalada por el
ganadero a Winston Churchill. ¿Por qué le hicieron al célebre
político inglés este regalo? Por la curiosa mancha blanca que lucía
el animal sobre su frente y que le distinguía como "lucero"; una
uve; la uve de la victoria que hacía con sus dedos el popular
estadista. Pues bien, el toro de Santo Domingo, calcetero y girón
era también un regalo". El Juli se lo llevó a los medios, clavó las
zapatillas en la arena y se lo pasó por la faja como quien lava. El
toro, sorprendido y obediente ante tan insultante prueba de
autoridad, acabó entregado. Lástima que el público no se entregara
de igual manera, y lástima que la espada en hundirse en el toro. Se
ovacionó a El Juli. No hubo orejas, ¿Qué más da? El torero -seguro-
estará satisfecho de su obra. Y los auténticos aficionados,
también. Del sexto, una burra con cuernos, no quiero ni acordarme.

Satisfecho puede sentirse igualmente Rivera Ordóñez de su primera
salida al ruedo de Iñaquito. Se le ha visto fuerte, valiente y con
claridad de ideas. Le sacó muletazos de largo trazo a su primer
manso, aunque no pudo hacer lo mismo con el quinto, porque además
de otro manso fue un toro descastado y distraído. Ha matado,
además, con seguridad a sus dos toros. Hoy tiene la ocasión de
ratificar su momento de evidente progresión. Si el elemento toro y
las fuerzas eólicas los permiten, naturalmente.

Hubo un buen toro. ¡Albricias! Salió en cuarto lugar. Un toro de
boyante nobleza que le cupo en suerte al torero nacional Antonio
Campaña. Esbozó Antonio algunos muletazos diestros interesantes y
no se quiso emplear con la zurda. El público jaleó al compatriota
durante la faena y hasta pidió la oreja cuando remató la labor -más
asentada y menos laboriosa que la realizada ante el primer morucho-
de una estocada delantera y efectiva. Tampoco hubo oreja y sí
vuelta al ruedo. Ayer fue la única tarde en la que los toreros
salieron de la plaza sin tocar pelo y los espectadores otra vez con
la mosca tras de la oreja. Fue la tarde de la vuelta. Vuelta,
repito, a la realidad. Los vientos soplan contrarios en la
ganadería brava del país. Tampoco hay que caer en catastrofismos.

Siempre que ha llovido ha escampado.

Tendidos * Alrededor de 15 mil personas

El público esperó un duelo grande

Otro lleno completo registró ayer la monumental de Iñaquito para
ver a dos figuras estelares del toreo: El Juli y Rivera Ordóñez,
los dos jóvenes diestros que tienen gran acogida en el público
quiteño.

Los 15 mil aficionados esperaban un mano a mano sensacional. Pero
ello no ocurrió porque los toros de ayer no contribuyeron para que
el festejo sea de antología, para el recuerdo.

Los toros de Santa Rosa fueron mansos y en nada aportaron al
esperado triunfo de los dos españoles. "Yo vine de Guayaquil porque
las expectativas para ver a estos dos figuras era grande. El Juli
estuvo sensacional el martes", dijo César Alvarado, quien ocupaba
una de las localidades de tendidos sur, sector que estaba a
reventar. Junto a Alvarado estaba la familia García, oriunda de
Bogotá. "La tentación por ver este cartel fue tan grande que
hicimos el viaje por tierra", explicó Jairo, el padre. A su lado,
dos adolescentes no dejaban de aplaudir al Juli.

En los tendidos no había donde poner "una aguja" y la gente se
molestó porque a cada momento, por las puertas 3 y 4, las personas
que no dejaban de ingresar. Luego se encontraban con una inesperada
sorpresa: sus puestos ya estaban ocupados. "Es posible que haya
existido reventa, de lo contrario no me explicó por qué perdí mi
puesto", comentó Fabián Cando, un empleado público. Al contrario de
la sensacional faena que protagonizó El Juli el pasado martes, esta
vez el niño torero no colocó banderillas a pesar de la tremenda
presión del público. "¡Dejen que El Juli se juegue con las
banderillas!", gritaban los aficionados de tendidos el momento en
que los subalternos Pablo Santamaría y Gregorio Escobar iban al
medio. Muy pocos sabían que El Juli tenía una fisura en su novena
costilla a raíz de la caída que sufrió el martes anterior.
Wellington Sandoval, médico de la plaza, confirmó que apenas acabó
la faena del martes, El Juli fue sometido a una infiltración con
silocaína. El Juli, Rivera Ordóñez y el ecuatoriano Antonio Campana
cumplieron una actuación digna. Y el público no perdió su alegría.
Esta vez la canción preferida fue "Lindo Quito de mi vida",
entonada con silbidos. Al igual que el pasado martes, una lluvia de
claveles y rosas cayó sobre los toreros españoles el momento que
daban la vuelta al ruedo por el sector norte.

El vino de cartón fue la bebida que más se consumió. No hubo mucho
control. Por ello, al tercero de la tarde la Policía "sacó en
hombros" a algunos ebrios que interrumpían la corrida.

La pasión que despertó El Juli fue tan grande que Carmen Toledo,
una periodista taurina, recordó que vuelven los tiempos en los que
El Cordobés provocaba el delirio. Eso fue en 1963.

"El Juli nació torero, tiene una cabeza prodigiosa´´. Esa fue la
definición de Gregorio Escobar, uno del los subalternos más
cotizados del país. Pepe Luis Castillo lo calificó de "un fenómeno
que nace cada 100 años".

En el Patio de Cuadrillas El Juli y Rivera se afanaban por firmar
autógrafos a decenas de admiradoras. Los dos toreros se respetan y
ofrecieron la faena a Quito.

Al final de la corrida, decenas de adolescentes saltaron a la arena
para escoltar a El Juli hasta el auto que lo trasladó al hotel. B.
R. V.

Descastados * Una tarde de astados mansotes y sin lucimiento
Desaliento y preocupación dejaron los toros en la plaza

Mauricio Riofrío Cuadrado

ESPECIAL PARA EL COMERCIO

La cuarta corrida del abono quiteño, bajó el listón de la feria,
justo cuando empezábamos a abrigar esperanzas de que las tardes de
mansendumbre se habían terminado. El primero de la tarde, un toro
negro y cornidelantero salió olisqueando la arena de la plaza,
tardo en acudir a los capotes de los subalternos. Le correspondió
por antigüedad al ecuatoriano Antonio Campana.

De la suerte de varas salió rebrincando de manso, recibió dos
picotazos y un puyazo en el caballo, el compatriota lo probó en un
quite por navarras rematado con una media verónica despegada.

A estas alturas era evidente la tendencia a tablas del astado de
Santa Rosa que se iba continuamente hacia la querencia. Campana un
tanto desilusionado instrumentó muletazos con la mano de derecha
con voluntad, lo cual le fue reconocido por el público.

Las condiciones del toro no se prestaban para florituras, por ello
fue despedido con pitos en el arrastre. El segundo del lote del
diestro ambateño, era un toro castaño, albardado, cornidelantero y
bociblanco. En varas salió suelto y provocó un tumbo en la
querencia, no se empleó en los terrenos adecuados.

Con un pitón izquierdo difícil y complicado y un derecho que era
bueno, la labor muleteril del torero tuvo intermitencias, las
propias de un diestro que no está cuajado en estas lides.
Derechazos y pases en redondo valerosos en las líneas del tercio
que hubieran sido más lucidos en los medios, en donde por muy poco
tiempo se desarrolló una buena labor en una tanda. Ciertamente no
era un toro extraordinario, pero sus condiciones por el lado
derecho eran óptimas para cortarle las orejas. Ahora, no se puede
pretender juzgar a los ecuatorianos bajo el mismo baremo que a los
españoles, debido la falta de actividad taurina en nuestro medio.

Rivera Ordóñez ante el negro, ofensivo de cuerna y reservón que fue
el segundo de la tarde, estuvo valiente y sereno. El toro peleó en
varas con un fastidioso calamocheo, sin embargo fueron corregidos
sus defectos y se vino a más, la muleta del español, le hizo ver
mejor de lo que realmente fue el de Santa Rosa. En el segundo de su
lote, un corniapretado toro negro y enmorrillado, suelto de salida,
lo recibió con verónicas de rodillas. En el caballo empujó pero
salió suelto del segundo puyazo.

Pegaba arreones y al final embestía sin transmisión y con sosería,
el hijo del recordado Paquirri elegante y solvente con la muleta,
demostró que heredó además del apellido, el oficio.

El esperado Juli se las vio con un toro de Santo Domingo, negro,
lucero, meano, girón, calcetero y cornivuelto, que hacía extraños
y se vencía peligrosamente. A este manso que tenía lo suyo en
cuanto a casta, el Juli se lo llevó a los medios y le pegó dos
tandas de derechazos de mérito y lo toreó por naturales, bien. El
joven diestro que se dio cuenta que su enemigo no tenía malas
ideas, utilizó la demagogia de las manoletinas al hilo de las
tablas, para calentar a la parroquia, pero no logró su objetivo de
llevarse los apéndices auriculares del toro en base al efectismo.
En el sexto, un toro castaño que se negaba a salir al ruedo, lo
hizo pero suelto y distraído. Recibió un puyazo en la querencia,
que nos hizo ver que se trataba de un manso.

Con la muleta, trasteo voluntarioso pero nada más. Su labor era
para que el público se comporte más exigente, pero ya sabemos que
cuando se trata del Juli, todo el mundo pierde la cabeza.

Una lastima por los ganaderos nacionales que no han podido
redondear hasta ahora una tarde, preocupa de verdad la situación de
la cabaña brava ecuatoriana y vuelve al tapete de las discusiones
la necesidad de refrescar la sangre en el campo.

Faenas * Los matadores se esforzaron por hacer buenas lides
La mansedumbre atentó contra el lucimiento de la tarde

Hernán Vela Sevilla

ESPECIAL PARA EL COMERCIO

Tras la corrida del martes, excelente por donde se la mire, y que
constituyó un oasis en esta desértica Feria, que no sale de la
oscuridad debido, especialísimamente, a la evidente mansedumbre del
ganado ecuatoriano.

El público, al conjuro de la gran corrida del día anterior, volvió
a llenar en forma impresionante los tendidos, pero las cosas no se
dieron como todos habríamos deseado.

El hierro de Santa Rosa envió una corrida bonita, cómoda, quizás
con dos toros que no tenían el mínimo para darles tal denominación,
pero que no estuvo mal de presentación, en líneas generales.

Lo de las condiciones para la lidia fue ya otro cantar: mansa sin
paliativos, estuvo muy lejos de dar el triunfo a los toreros
Antonio Campana, vestido de blanco y oro con cabos negros, que tuvo
en el cuarto -manso como sus hermanos - un toro con muchos pases,
pero que fue desperdiciado.

Para poder con la mansedumbre y la falta de raza de los toros, se
debe estar muy placeado, y eso es imposible para nuestros toreros
que visten de luces de Pascuas a Ramos.

El ambateño no logró ligar una faena armoniosa en su primero,
limitándose a varios pases sueltos, algunos muy estimables, pero no
suficientes.

En su segundo, un bonito castaño tostado, al que había que ponerle
la muleta en la cara y tirar de él - como haría a su turno con
Rivera Ordóñez -no supo aprovecharlo. Claro que las lidias por las
cuadrillas tampoco fue un ejemplo de bien hacer, ya que
convirtieron la plaza en un herradero.

Anotamos unos pocos derechazos en redondo, con mérito, pero con la
manía de Campana de cortar la faena cada dos pases, todo quedó en
buena voluntad. Mató de estocada delantera y dio una vuelta al
ruedo un tanto generosa. Con el saludo dese el tercio habría sido
suficiente.

Francisco Rivera Ordóñez, el hijo de "Paquirri", tuvo en su
primero, un toro probón en los engaños, demostró que es un
magnífico torero. Cuando el público, equivocadamente, pedía el
cambio de toro - los toros nunca deben cambiarse por mansos-. La
Presidencia, acertadamente dijo nones, y en buena hora, porque el
diestro, con inteligencia y oficio, le metió en su muleta y le sacó
una ascada faena. Antes, en quites, El Juli, salió a capotear por
vistosos faroles, que fueron ovacionados.

Mató de media estocada y, ante la floja petición de oreja por parte
del público -que es siempre el que concede el primer apéndice- la
Presidencia hizo bien en otorgársela. Dio una merecida vuelta al
ruedo de Iñaquito para recibir las ovaciones del respetable.

Diferente fue su quehacer con el quinto, otro manso y de pobre
cabeza, al que tumbó de estocada honda, sin puntilla, siendo
merecidamente ovacionado.

Julián López "El Juli", vestido de aguamarina y oro, que se tomará
Iñaquito en forma sensacional en la corrida del martes, no alcanzó
el lucimiento total, aunque sí obtuvo algunos muletazos en los que
toreó con clase y gallardía y, a momentos muy bien, inclusive mejor
que el día anterior, cuando sacrificó la estética por su deseo,
logrado, de llegar al tendido.

Pese a la petición del público, no cogió los rehiletes, suerte en
la que el día anterior se mostrará muy fácil y espectacular.
Escuchó aplausos.

En el último, un manso de solemnidad, que fue picado en la
querencia -no en la contraquerencia, que es como debe ser-, nada
pudo hacer. Mató pronto y bien para que se olvide al ejemplar de
Santa Rosa que pecó de la misma carencia que el resto del hierro.

Como en otras tardes, ayer los toros mansos acabaron con las
ilusiones de los toreros y con el deseo del público de verlos en
plan de triunfadores. (Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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