Quito. 03.08.94. En su camino hacia el baño, John Jairo cruzó por
el dormitorio en el que su hermana menor se arreglaba para ir a
clases. Ella vio su reflejo en el espejo y le dijo "no te
demores, que estoy atrasada". El le contestó con una frase que
ella la tomó como una de ocasión, habida cuenta del estado
melancólico, casi letárgico, en que el muchacho se había sumido
desde el día anterior: "No te olvides que cuando muera quisiera
ser enterrado junto a Gina Maritza".

Cerró la puerta y se desnudó. Al meterse a la ducha, comenzó a
enjabonarse el cuerpo con frenesí, como si el jabón fuera capaz
de sacarle toda la pobreza, todas las tristezas acumuladas a los
largo de sus 17 años, su incesante recorrido por las calles en
busca de un cliente a quien lustrarle el calzado, su deserción
del cuarto grado de escuela, los abandonos de sus mejores amigos
aprehendidos por la policía tras vertiginosos arranches
callejeros, las palizas de su padre cuando, borracho, se vengaba
de la vida a correazos, los reclamos de su madre que mezclaba las
maldiciones con las lágrimas, su imposibilidad de comprarse una
bicicleta para llegar a ser tan famoso y rico como Oliverio
Rincón.

Ignoró los golpes que su hermana daba a la puerta para que se
apurara, porque en ese instante estaba concentrado en la tarea de
enjabonarse el cabello, a cuyo cuidado él dedicaba una especial
atención porque sabía que era, junto con sus profundos ojos
negros, el detalle que más llamaba la atención a las mujeres, que
siempre le averiguaban cómo lograba tenerlo tan largo, tan sedoso
y tan brillante.

"Ahora -pensó- me lo voy a cepillar solo para tí, Gina Maritza,
solo para tí".

Y entonces sintió como sus lágrimas se mezclaban con el agua que
caía desde el surtidor hasta irlas despojando de ese sabor
salobre.

Estaba seguro de haberla querido desde siempre, desde que la miró
por primera vez jugar en la calle con esa misma figura menudita
que conservó hasta la cercanía de sus 15 años, próximos a ser
celebrados con una fiesta a la que él esperaba asistir con
ilusión porque veía ahí la oportunidad de decirle todo lo tanto
que le había amado a la distancia.

"La vida es una trampa", dijo para sus adentros, mientras, a
través de una pompa de jabón, vislumbró a Gina Maritza corriendo
hacia la ventana para tratar de descubrir de dónde provenían esos
disparos, esa ráfaga que acalló el bullicio de la tarde bogotana.
"No debe haber sufrido, quizás solo sintió un extraño calor ante
la entrada de ese proyectil perdido que le perforó la garganta"
-pensó- y se la imaginó, atónita, ensayando sus últimos pasos en
busca de una explicación que le aclarara porqué la suerte le
escogió a ella para truncar su vida aún tan niña, antes de caer
desplomada con los ojos abiertos por el espanto.

Maldijo no haber tenido la valentía de expresarle su amor antes,
tras alguno de esos muchos partidos de fútbol que jugaban las
muchachas en la calle y en los que Gina Maritza mostraba su
increíble habilidad para atajar los goles, siguiendo el ejemplo
de su ídolo Oscar Córdoba, el arquero titular de la selección de
Colombia. Sintió celos de Córdoba cuando el día anterior se
enteró por la radio que Gina Maritza tenía empapelado su cuarto
con fotos del golero, recortadas de diarios y revistas. Por un
instante imaginó que su retrato era cualquiera de los Córdoba y
que ella besaba su imagen para dejar impregnada en sus mejillas
el débil carmín rosado con que comenzaba, coquetonamente, a
adornar sus labios.

Salió de la ducha y se vistió con la camiseta y el blujin
descolorido que, a su criterio, era el atuendo que mejor
resaltaba su cuerpo atlético, propio de un muchachote curtido en
las lides de la vida. Se miró al espejo y comenzó el largo
ritual de cepillarse el cabello hasta dejárselo esponjoso, libre,
alegre. Roció su cara con una loción barata y salió dejando
atrás una estela de melancolía, un cierto aroma similar al de una
película de Pedro Infante.

Fue hasta su dormitorio. Escribió una nota en que pedía a su
familia que su tumba estuviera al lado de la de Gina Maritza. Se
apretó alrededor del cuello uno de sus gruesos cinturones de
cuero y se ahorcó, colgándose de una viga.

EL AMOR QUE INDUCE AL SUICIDIO

El doctor Angel Neira Cruz trabaja en los hospitales "Dr. Enrique
Garcés" del sur y en "Pablo Arturo Suárez". Este profesional
enfrenta cotidianamente casos de intento de suicidio,
particularmente de adolescentes.

¿Cuál es el denominador común entre los suicidas?

-La conducta suicida se da en correlación a factores de orden
personal, social y político.

La pobreza es el marco donde se inscribe esta conducta que,
sumada a factores individuales, es capaz de evidenciar la
conducta suicida.

Por ejemplo, una persona que es susceptible a deprimirse es
potencialmente un suicida. Pero, nosotros vemos que esto está,
regularmente, asociado con hogares desorganizados, con la falta
de información, conflictos psicológicos, dependencia alcoholica,
drogadicción.

Entonces, en estas personas, un disparador puede ser la ruptura
con su chica o chico o la pérdida de año. En personas con
predisposición a quitarse la vida, estos antecedentes (que
normalmente pueden ser enfrentados por cualquiera individuo) son
motivo suficiente para privarse de la existencia.

¿Quiénes se suicidan?

Nosotros manejamos lo que se llama "el riesgo suicida". Este nos
indica la persona que tiene mayor riesgo, moderado riesgo o bajo
riesgo. En relación con el sexo, más intentan suicidarse mujeres,
pero más se matan los hombres; con respecto a la edad, más
intentos hay entre los jóvenes, pero más lo consiguen los
individuos maduros.

Más suicidas hay entre los solteros y divorciados que entre los
casados.

El suicidio ronda entre los alcoholicos y las personas que
padecen enfermedades deteriorantes como el cáncer. La falta de
integración familiar también es un factor de riesgo.

Obviamente, quienes han intentado suicidarse lo intentarán
nuevamente, por eso es que un suicida frustrado debe ser tomado
con absoluta seriedad.

Entre los factores de riesgo están los medios que se utilizan;
hay medios cruentos y medios incruentos.

La persona que usa una arma de fuego tiene un mayor intención de
matarse que aquella que ingiere pastillas.

Cuando una persona escribe una nota en la cual pide que no se
culpe a nadie por su muerte y dice me maté por esto o lo otro,
tiene mayor riesgo que aquella que lo hace sin ninguna
explicación.

¿Qué porcentaje representa el suicidio juvenil?

Bueno, en nuestro medio no se han establecido estadísticas, pero
sí se sabe que el nivel de violencia es más marcado en la
adolescencia. En EEUU, por ejemplo, el suicidio es la segunda
causa mayor de la mortalidad juvenil, cosa que resulta alarmente.
En nuestro medio yo creo que es la segunda o tercera causa.

Si consideramos que el adolescente tiene una psicología especial
y está atravesando por una etapa especial de la vida, eso le hace
proclive al suicidio. Esto se traduce en ciertos comportamientos
audaces o suicidas. Por ejemplo, cuando un muchacho toma el auto
de sus padres y conduce irresponsablemente, se está poniendo una
conducta suicida. Podría ser que detrás de esa persona exista un
cuadro depresivo.

Cuando el joven bebe copiosamente y hace alarde de hombría con
sus amigos, bien puede estar expresando, también, un cuadro
depresivo: podríamos estar frente a un suicida potencial.

De este porcentaje de jóvenes suicidas, ¿cuántos tienen como
motivación el desengaño amoroso?

Sin lugar a dudas, el rompimiento afectivo es un factor decisivo,
y es decisivo porque depende de la intensidad de la ligazón.

La pérdida de pareja constituye el 99 por ciento de las causas
para privarse la vida. Mencionemos también un cambio de trabajo,
un traslado de domicilio o el desempleo.

¿Son situaciones de desadaptación, de desacomodo?

En efecto, son situaciones que originan estrés y que desembocan,
eventualmente, en eventos dramáticos.

Obviamente, y volvemos al inicio, todos hemos vivido experiencias
de ruptura, cambios, etc., y seguimos vivos. Es decir, estas
situaciones ambientales no son capaces de colocarnos en una
situación de suicidio. Pero quienes tienen en su interior la
tendencia por las experiencias que describimos como los móviles,
intentarán el suicidio como una solución.

Podemos imaginar un ambiente familiar donde el suicida fue
sistemáticamente irrespetado y disminuído en su autoestima o, en
el caso opuesto, excesivamente mimado y sobreprotegido. ¿Estos
extremos pueden ser disparadores del suicidio?

Todos los extremos en la formación del ser humano son
perjudiciales. El abandono y la sobreprotección constituyen el
caldo de cultivo para la privación de la existencia.

Con lo dicho, ¿estamos en condiciones de describir el perfil de
un suicida?

En el Hospital "Enrique Garcés" se trazó este perfil. El suicida
es una persona joven, un adolescente con escasa instrucción
-entre primaria y ciclo básico-, con hogar desorganizado, con
poca comunicación con sus padres, con un antecedente de
enfermedad mental, traducida como desajustes de la personalidad,
en sus progenitores.

Establecidas, más o menos, las causas del suicidio, ¿ cuáles
serían las medidas preventivas para evitarlo?

Debemos promover un desarrollo psico-emocional aceptable, que en
caso del niño depende de sus padres. Un hogar estable donde el
adolescente sea escuchado en cuanto a sus necesidades y en donde
nosotros depongamos nuestros conceptos adultos. En una frase:
confianza y comunicación.

Los establecimientos educativos deberían coadyuvar para
esclarecer las dudas sobre sexualidad, drogadicción, la relación
de pareja. (1B)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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