Quito. 2 dic 98. Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo
sobre la región mete el dedo en llaga sobre la distribución de la
riqueza. Hay una escandalosa diferencia entre lo que se apropia de
la torta

el sector más rico y lo que reciben los más pobres. Y la clave no
está tanto en el abismo entre capitalistas y trabajadores, sino
entre los que tienen o no educación.

La equidad social parece estar en relación directa con el
alejamiento de cada país con respecto al Ecuador. Las razones no
son precisamente climáticas. De hecho, las grandes civilizaciones
nacieron cerca del círculo ecuatorial, mientras que la templada
Inglaterra, que sólo anteayer salió de la barbarie, tenía aun,
hasta fines del siglo pasado, brutales diferencias entre ricos y
pobres. La clave ni siquiera hay que buscarla en la
diferencia de ingresos entre los poseedores del capital y los
asalariados, sino que actualmente estriba, según un estudio del
Banco Interamericano de Desarrollo, en las oportunidades de
educación que ha tenido cada grupo social. En América Latina, "un
trabajador que ha alcanzado seis años de educación y consigue por
primera vez un empleo, logra un ingreso por hora 50% más elevado
que quien no ha asistido a la escuela", dice el BID, que anticipó
esta semana los principales detalles de su próximo Informe de
Progreso Económico y Social. Pero la brecha salarial se amplía al
120% si el trabajador invirtió 12 años en instruirse, y a más del
200% si alcanzó 17 años de educación. Estadísticamente, entonces,
"la desigualdad de ingresos en la región refleja la alta capacidad
salarial del 10% más rico de la población que ha terminado la
escuela secundaria, más que la concentración del ingreso en unas
pocas familias". Lo verdaderamente impactante es el resultado
final: América latina es la región con la distribución de ingresos
más desigual del mundo, después de la cual viene la postergada
África, que de ninguna manera exhibe los índices de crecimiento
macroeconómicos latinoamericanos. Porque ésa es también la gran
contradicción: aumento de la riqueza global y, a la vez, una fuerte
concentración de la mayor parte de los bienes en un reducido número
de personas. En esta región, la cuarta parte del total de los
ingresos es percibida por sólo el 5% de la población, mientras que
el 30% más pobre se queda únicamente con el 7% de la torta. Brasil,
Chile y México tienen niveles "exagerados" de desigualdad, dice el
BID, si se tiene en cuenta el ingreso per cápita que resulta de
dividir el PBI por el número de habitantes o el elevado nivel de
desarrollo de algunos de sus sectores productivos. Dos economistas
del Banco, Suzanne Duryea y Miguel Székely, destacan que en
sociedades relativamente igualitarias, como es el caso de Suecia o
Canadá, un individuo que pertenece al 10% más rico de la población
gana, en promedio, entre un 20 y un 30% más que quien pertenece al
decil siguiente. "Las diferencias entre los estratos sociales
intermedios son también reducidas, de manera que la desigualdad
total no es muy alta". En América latina, en cambio, si bien las
brechas entre los sectores medios no son muy amplias, sí lo es la
diferencia entre el decil más rico de la población y el que le
sigue. Por ejemplo, en la República Dominicana o en Chile los
ingresos del 10% más rico son un 300% mayores que los del 10%
siguiente, y un 3.000% más grandes que los del 10% más pobre. Según
Duryea y Székely, "esto no significa que la mala distribución del
ingreso se deba a que las familias de elite sean demasiado ricas".
Ese 10% más rico está compuesto, en realidad, por miles de
familias, "cuyo mayor rasgo distintivo no es ser capitalistas, sino
trabajadores que reciben altos ingresos por su labor". Se ha
hallado que su ventajosa posición se debe al nivel educativo al que
han accedido. Así, los jefes de hogar del 10% más rico tienen 3
años más de educación que los del decil siguiente y 7 años más que
el 30% más pobre. Además, los ricos suelen no tener más de dos
hijos y las tres cuartas partes de las mujeres de este grupo social
generan recursos trabajando fuera del hogar, situación que sólo se
da en el 40% de las mujeres pobres. De todos los países de América
Latina, los que tienen mejor distribuida la riqueza son Costa Rica
y Uruguay. Los peores son Brasil y Paraguay. El coeficiente Gini,
con el que se mide normalmente la concentración del ingreso en una
sociedad, es de 0.32 promedio para los países desarrollados, casi
0.4 para el sudeste asiático y entre 0.43 (Uruguay) y 0.59 (Brasil)
para América Latina. La Argentina tiene un Gini de alrededor de
0.47. Demás estaría decir, pero lo decimos por la dudas, que cuanto
menor es el Gini mejor repartida está la riqueza. En otro de los
indicadores proporcionados por el BID se observa que, salvo en
Uruguay, Chile y la Argentina, donde además los pobres reciben por
lo menos seis años de educación, los hogares de más bajos ingresos
tienen entre 3 y 4 hijos. Los casos más extremos están
representados por Honduras y Nicaragua, donde los jefes de hogares
más pobres cuentan con apenas 2 años de instrucción y tienen, en
promedio, incluso más de 4 hijos. En términos de educación, la
Argentina es el más beneficiado de la región: tomando como universo
a los mayores de 25 años, sus años de estudio son de casi 14 para
la porción más rica y de unos 7.5 para el 30% más pobre, y aunque
estos son sólo datos urbanos, conviene recordar que este país tiene
una población campesina mínima, razón por la cual no debe de haber
mucha discrepancia entre la estadística y la realidad. Para el BID,
la concentración de la riqueza es un problema político. "Hay una
estrecha relación entre la distribución del ingreso y la aceptación
de la democracia", dice el informe. En Uruguay y Costa Rica, los
países de la región que mejor repartida tienen la riqueza, más del
80% de la población considera que la democracia es la mejor forma
de gobierno. Sigue la Argentina, con el 75% de aceptación hacia ese
sistema político, mientras Chile, con un Gini de 0.55, obtiene un
60% de preferencia por la democracia. Los peores en este sentido
son también los peores en materia de equidad social: en Brasil,
Guate mala, Paraguay y Ecuador menos de la mitad de la gente cree
que la democracia realmente sirva para algo. ¿Es posible
considerar, seriamente, que la situación geográfica de estos países
influye de manera especial en la distribución de la riqueza? Eso
sería explicar la desigualdad social desdeñando otros importantes
factores, como la evolución histórica de cada uno de estos países.
Sin embargo, ése ha sido uno de los caminos que han tomado otros
dos economistas del BID, Michael Gavin y Eduardo Lora, quienes, en
un estudio poblicado por Políticas Económicas de América Latina,
aseguran que para explicar el fenómeno hay que considerar "la
dotación de recursos naturales, la ubicación geográfica y otras
características de los recursos productivos" de la región. De
acuerdo con ellos, las dos terceras partes del exceso de
desigualdad en América latina se explican por variables tales como
la abundancia de tierras agrícolas, la dependencia de exportaciones
de origen primario y la ubicación geográfica de estos países. El
otro tercio se explicaría por el estado de desarrollo de las
economías latinoamericanas. Dicen que Paul Krugman y Jeffrey Sachs,
entre otros economistas, "han empezado a redescubrir la influencia
de la geografía en la economía, que por mucho tiempo se había
desechado por considerarse una forma encubierta de racismo". Parece
que "la principal conclusión a la que han llegado estudios
recientes es que los países tropicales tienen desventajas por
razones asociadas al control de las enfermedades, a la
productividad de las tierras y a la capacidad de esfuerzo físico de
las personas". Ciertamente, por más que Gavin y Lora tratan de
diferenciarla, esta interpretación es, por lo menos, peligrosa, por
su gran parecido con pasadas pretensiones de superioridad racial,
en las que el clima jugaba un papel fundamental.

Las estadísticas, una sopa de números no siempre realista

La principal cuestión que se plantea cuando se habla de desigualdad
económica en América Latina es saber si se puede acelerar el
desarrollo de la región y reducir, al mismo tiempo, la brecha entre
ricos y pobres. En la última década, un vigoroso crecimiento del
PBI y de las inversiones en el área latinoamericana no sólo no han
permitido disminuir considerablemente los índices de pobreza y
democratizar un poco más la riqueza nacional, sino que el efecto ha
sido al revés: aumentó el desempleo o la precariedad de los puestos
de trabajo, se ensanchó la miseria, y la diferencia entre los
sectores de mayores y menores ingresos es abismal. Ricardo Hausman,
del Banco Interamericano de Desarrollo, cree que "si se aplican las
políticas apropiadas ya mismo, no habría necesidad de elegir entre
el desarrollo y la equidad en una región que registra el grado de
desigualdad más alto del mundo". En su análisis, este especialista
destaca que la demografía de América Latina está cambiando, ya que
"durante años las tasas de mortalidad se redujeron más rápidamente
que las de natalidad, con el consiguiente aumento de la población".

Pero ahora hay un descenso en la fertilidad. Inicialmente, "el
creciente número de niños representaba una carga para la población
en edad de trabajar". En los próximos 20 años, según estima
Hausman, el descenso de la cantidad de niños en relación con el
núme ro de trabajadores en la mayoría de los países de América
latina será más importante desde el punto de vista financiero que
el aumento de la proporción de jubilados respecto de las personas
ocupadas. De esto deduce que "tenemos por delante dos décadas para
acelerar el proceso de desarrollo, poner a la gente a trabajar,
financiar mejoras educativas y ahorrar para el futuro". Hausman
rescata recientes estudios de la Oficina del Economista Jefe del
BID, que encontró "una complicada trama de factores detrás de la
mala distribución del ingreso en la región". Y dice que, "en contra
de argumentos retóricos que a menudo se esgrimen, la alta
desigualdad en América latina no es el resultado de mecanismos
políticos excluyentes o de falta de atención de los gobiernos".
Estos últimos, según Hausman, por lo menos en etapas democráticas,
"han respondido activamente a las opiniones del votante medio y lo
han hecho adoptando políticas que, de acuerdo con sus propias
promesas, deberían lograr la redistribución". Admite, claro, que
con fecuencia los gobiernos de la región han prodigado su
repertorio de políticas "en grandes empresas públicas, planes de
subsidios masivos, tributación progresiva incontrolable,
legislación laboral restrictiva y controles de cambios". Este
escenario, concebido en el pasado como medio de aumentar la riqueza
y brindar una mayor protección a los pobres, ha cambiado
radicalmente en los últimos años. Pero ahora, luego del
sinceramiento que ha tenido la economía de la mayoría de los países
latinoamericanos, se admite que tampoco las nuevas políticas
liberales o ultra aperturistas lograron derramar la riqueza global
sobre un mayor número de población. En realidad, la teoría del
"derrame" se encuentra aquí en un callejón sin salida. ¿Cuánto
deben esperar los sectores de menores recursos para acceder a un
trozo mayor de la torta, tras la intensiva acumulación de capital
que se produjo en la última década? Esa misma pregunta se la hace,
a su modo, Ricardo Hausman. Su respuesta es que deben existir
políticas encaminadas a la creación de nuevos puestos de trabajo.
El problema es que tanto éste como otros economistas del BID o de
otras entidades financieras internacionales se ven forzados a
generalizar ya cuando estudian eso que llaman América latina. La
diversidad histórica, geográfica e incluso étnica de todo este
conglomerado, al que se trata como una entidad única con fines de
simplificación (y eso tiene efectos prácticos, como en las
decisiones que toman los brokers del mundo financiero), impide
llegar a conclusiones que sirvan a todos los países. Con el mismo
método, se podría hablar de países euroasiáticos e incluir entre
ellos tanto a Francia o Alemania como a Kazajastán o Rusia.
Entonces las estadísticas de riqueza, pobreza y distribución de los
bienes se deformaría considerablemente, porque los elementos del
conjunto considerado son, claramente, incomparables. Y eso, en
muchos sentidos.

Estrictamente hablando, también México pertenece a América del
Norte, pero a ningún economista internacional se le ocurren mezclar
sus cifras de producción o empleo con las de Estados Unidos. De
manera que resulta dudoso comparar la situación de Nicaragua con la
del Brasil o la de Ecuador con la de la Argentina. Son experiencias
históricas distintas, geografías también distintas y existe, como
rasgo cultural que los une, prácticamente sólo una lengua común.
Más racional sería, en todo caso, un análisis de conjunto de
ciertos grupos de países, como pueden serlo los del denominado Cono
Sur (Argentina, Uruguay y Chile), donde cualquier intento de
abstracción no chocaría demasiado con la realidad. (Texto tomado de
Tiempos del Mundo)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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