Unos 30 ecuatorianos, principalmente de Tulcán y Quito, se reúnen los domingos, desde las 16:00, para jugar fútbol



La ecuatoriana María Rosa Morán luce orgullosa su vestimenta otavaleña en las calurosas calles de Cartagena, Colombia.

En esa ciudad vive desde hace 17 años, pero no le ha interesado cambiar su atuendo por una camiseta o un pantalón, que le podrían resultar más cómodos. "Mis costumbres las conservo desde niña, son las que le inculco a mi hija y de eso me siento orgullosa".

Nació hace 44 años en Otavalo, Imbabura. Todos los días combina una blusa blanca, bordada con flores de diferentes colores con un anaco negro. Su vestuario lo completa con una faja, mama chumbi en quichua. Calza alpargatas de hilo y cabuya. Alrededor de su cuello cuelgan unos mullos dorados, "muestra del maíz y la riqueza de la tierra donde nací", dice.

María viaja cada seis meses a Otavalo para comprar ropa nueva ropa para los cuatro miembros de su familia: Humberto Peralta, su esposo de 48 años, su hijo Israel de 23 y su hija Katerine de 16. Los hombres de la familia también conservan su vestuario: una camisa de manga larga, pantalón, alpargatas blancas.

Para ir a la eucaristía de los domingos, en la parroquia San Juan Eudes, escogen sus mejores galas.

La familia Peralta Morán tiene un local de artesanías, denominado "Himalaya", en la Calle de la Iglesia. El negocio es próspero: las ventas diarias son de $250. En la temporada de cruceros, que se inicia en septiembre, las ventas llegan a los $1 000. "Hace 20 años viajaba entre Otavalo y Colombia tres veces al mes, para vender los artículos que hacíamos a mano: sacos de lana, tapices, cortinas y ponchos", cuenta Humberto.

Partía en bus 36 horas desde su ciudad natal para entregar la mercancía en Cali, Medellín y Cartagena. "Viajaba en las noches y llegaba en las mañanas para hacer las venticas", así me ahorraba lo del hotel. Cuando se me acababa la mercancía regresaba por más", cuenta el hombre que combina su acento colombiano con palabras en quichua. Después de cuatro años de viajar de aquí para allá, decidió quedarse en Cartagena con su esposa y su pequeño hijo.

Cuando Ecuador cambió el sucre por el dólar, hace 10 años, dejó de ser rentable llevar mercancías de este país. De aquello le queda de recuerdo un billete de cinco sucres con la imagen de Antonio José de Sucre y otro de 10 sucres con la figura de Sebastián de Benalcázar. Ambos están descoloridos en su escritorio junto a billetes de otros países que le han obsequiado sus compradores.

Hoy vende artesanías colombianas como el tradicional sombrero vueltiao. "Hay de muchos precios: desde $10 hasta $80. A las señoras les gustan más los bolsos, que también es común ver en ese sitio, o carteras de palma que cuestan desde $15 a $ 50 cada una.

Esta familia no olvida sus raíces, con sus amigos y conocidos se comunican en quichua. Todos los años, en junio, regresan a Otavalo para la fiesta de San Juan.

Trabajan en ventas y en turismo

Otras cuatro familias otavaleñas tienen locales de ventas de artesanías, dos en Boca Grande y otras cerca del aeropuerto, en Cartagena. Unos 30 ecuatorianos, principalmente, de Tulcán y Quito, se reúnen los domingos a partir de las 16:00 para jugar fútbol en el sector de Las Tenazas.

"Los ecuatorianos son recibidos con amabilidad", cuenta el cónsul de Ecuador en Cartagena, Antonio Lozano, quien admite que no hay un censo de cuántos residen allí, pero cree que 50 están legales, otros 200 aún no han legalizado su estadía. Trabajan en la venta de artesanías y en embarcaciones que dan servicio turístico.
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