Vista en perspectiva, la II Cumbre de Presidentes de América del Sur, celebrada en Guayaquil, podría convertirse en un hito para la edificación de un gran bloque económico y político de la región.
Hay que tomar conciencia de la importancia de la representación democrática de los presidentes que suscribieron el llamado ‘Consenso de Guayaquil’ y la voluntad integracionista.
Sin duda, las cancillerías realizaron una consistente labor al organizar los problemas y estructurar proyectos que interesan a todos y, también, al posibilitar que los presidentes aprovechasen la ocasión para exhibir ideas muy sugerentes: Hugo Chávez, de Venezuela, con su “Petroamérica’ multinacional; Alejandro Toledo, de Perú, con su fondo solidario para la defensa de la democracia; Ricardo Lagos, de Chile, con su llamado a contabilizar como tales los proyectos multinacionales, y no como nacionales.
No obstante, la legítima representación y las ideas brillantes no serán suficientes para romper con el maleficio que ha mantenido disgregados a los países sudamericanos.
Incluso, la puesta en marcha de 162 proyectos de producción, transporte, energía y telecomunicaciones, no alcanzarán para que América del Sur se sitúe con personalidad propia en el concierto internacional.
Igual razonamiento se puede aplicar al trascendental pronunciamiento de los presidentes en relación con la guerra en Colombia, ante lo cual se tomó la decisión de no optar por un involucramiento, sino pedir a la Organización de Estados Americanos (OEA) la creación de una zona de seguridad en la región.
El punto de inflexión, lamentablemente, no depende únicamente de los países que concurrieron a Guayaquil.
Por ejemplo, en lo relacionado con la crisis colombiana, penosamente la última palabra se pronunciará en Washington. Se la ha venido pronunciando en los últimos 15 años, mientras en la Casa Blanca se han ignorado los puntos de vista que explican el fortalecimiento de la narcoproducción y el narcotráfico por el incremento de la demanda de la cocaína en los países desarrollados, como EEUU, España, Francia o Alemania. La opción de EEUU ha sido el tratamiento policial al problema, lejos de sus fronteras, y aplicar leves políticas de control en sus grandes centros de consumo. Luego, la vinculación que terminó dándose entre la guerrilla y las mafias de la cocaína, según evidencias contundentes, profundizó la violencia en Colombia y el poder de los jefes guerrilleros.
Algo similar ocurrirá con los demás temas abordados en Guayaquil, porque mientras se hacen justas proclamas integracionistas, cada país está condenado a llevar adelante negociaciones bilaterales con los países desarrollados y con los organismos multilaterales de crédito.
Esto no quiere decir que se ha de dejar de empujar la integración regional, pero sí que ese empuje debe ser menos idealista y más pragmático. Una representación diplomática de los EEUU, del más alto nivel, debió concurrir a Guayaquil. La integración de América del Sur solo será posible con la neutralización de posiciones tradicionales según las cuales nuestros países constituyen apenas un ‘patio trasero’ de la gran potencia mundial, a la cual, por cierto, le interesa mantener el status quo. ¿Cómo obtener esa neutralización? He ahí la cuestión.
EXPLORED
en Ciudad Quito

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