Carlos Gardel, más conocido como ‘Carlitos’, ha sido el referente de lo argentino por antonomasia. Su don de gentes, su capacidad interpretativa única, su carisma y personalidad cautivantes, el difícil camino que supuso pasar de la pobreza a la fama, han sido solo algunos de los elementos que, a través del tiempo, el pueblo gaucho ha reconocido como dignos de imitar. Pero su apelativo, a partir de los noventa, se vio enfrentado con el de otro personaje que, si bien se ha caracterizado por una personalidad magnética y por un carisma único, representa todos los antivalores de Gardel. Ese otro ‘Carlitos’ se apellida Menem. El ex presidente es el vivo ejemplo de un político exitoso. ¿Cómo no va a ser exitoso un proyecto político desarrollado por un peronista que desde la segunda provincia más pobre, La Rioja, alcanzó la Primera Magistratura de una nación extraordinariamente centralizada como Argentina? ¿Cómo no se lo considera casi un ídolo a quien es multimillonario y ha salido indemne a todas las investigaciones de corrupción?
De lo que ha hecho, dicho, y de cómo lo ha capitalizado, mucho se ha escrito. Y en todas estas historias se repite una constante: es una persona que persigue el poder y que siempre encuentra una salida. El poder lo busca por todo lo que él representa en un país como el suyo, en donde los puestos políticos suponen una capacidad extraordinariamente superior en una sociedad en donde el Estado ha sido parte integral y fundamental del desarrollo. Las salidas las encuentra gracias a una increíble capacidad para parapetarse de los problemas y volver fortalezas sus aparentes debilidades.
Para muestra un botón. Cuando alcanzó su primera Presidencia, en 1989, llegaba precedido del cartel de político populista, lo que significaba cero acceso al sistema financiero internacional, situación que se agravaba en un ambiente hiperinflacionario y con un Estado sin credibilidad. Menem se deshizo de su discurso y simplemente actuó confiado en aplicar las políticas que significarían ganar la confianza del mercado primero, de la sociedad después, y del partido, por último. El primer año y medio antes de la aplicación de la convertibilidad, en 1991, supuso un ejercicio de alquimia política que buscaba satisfacer las múltiples ‘necesidades’ de los actores involucrados: apertura económica, para los inversionistas, estabilidad y ‘eficiencia estatal’ para los ciudadanos, ‘ganancias’ aseguradas con las privatizaciones, para los peronistas.
Hace cinco meses era el segundo político más odiado después de De la Rúa. En menos de un año ha logrado sortear la prisión, ha salido casi indemne al caos político del país, apareciendo incluso como mediador, y hoy tiene el camino allanado para terciar en las elecciones de marzo de 2003. Y, quién sabe, incluso ganarlas, gracias al recuerdo de los años dorados que supusieron sus mandatos y a la percepción de que solo el más ladrón puede poner la casa en orden. Con este historial, solo basta decir, como los argentinos: grande Carlitos.
EXPLORED
en Autor: Juan Jacobo Velasco - [email protected] Ciudad Quito

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