Quito. 08.01.95 Cuando ellos llegaron, el sitio no era más que
un enorme chaparral. Un terreno abandonado y lleno de chilcas
al que llamaban "La playa de la Ecuatoriana".

No fue fácil asentarse allí. Al principio, en pequeñas "casas"
de plástico y cartón que apenas resistían las arremetidas del
viento, y después en viviendas de adobe que levantaron entre
mingas y amanecidas, los hijos de los socios de "La
Ecuatoriana" -y también otros que no lo eran- ocuparon el
terreno aledaño a la quebrada Calicanto.

Poco a poco se fueron estableciendo. Luchando contra las
carencias y también contra el miedo a que sus pequeñas casitas
fueran derrocadas en cualquier momento; luchando contra las
amenazas de desalojo que cada noche les quitaban horas de
sueño y contra la falta de todo lo necesario para vivir, los
socios de lo que hoy es la "Cooperativa Juventud en Lucha" se
adueñaron de su espacio.

Fue en septiembre de 1991. "Nosotros creímos que se trataba de
terrenos sobrantes de La Ecuatoriana -cuenta Segundo Trujillo,
presidente de la cooperativa Juventud en Lucha- y cuando nos
asentamos aquí los directivos de esa cooperativa empezaron a
vendernos los terrenos".

Así fue como gente de Loja, Chimborazo, Imbabura y también de
otros lugares de Quito, tuvo acceso a la tierra. Pero resulta
que el espacio tampoco pertenecía a La Ecuatoriana. Era un
lote municipal que -por alguna razón- había permanecido
abandonado y que sirvió para que mucha gente hiciera un buen
negocio y vendiera tierra que no le pertenecía.

Así fue como la gente fue llegando y asentándose. Pero en mayo
del 93, el Municipio les pidió que se fueran. Y les dio un mes
para juntar sus pertenencias y abandonar los terrenos.

Solo la tenacidad de la gente de Juventud en Lucha y -según
ellos reconocen- la sensibilidad del Municipio frente a un
grupo de escasos recursos, hizo que la orden de desalojo fuera
suspendida.

Con el tiempo, aquello que fuera casi un desierto comenzó a
florecer.

Las calles de tierra se llenaron de niños y los colores de la
ropa tendida adornaron las laderas.

El barrio creció. Las casas de adobe y tierra se regaron a los
dos extremos de La Ecuatoriana. Se regó también la vida y los
esfuerzos cotidianos por consolidar este nuevo espacio.

Ahora, gracias a la incansable lucha de todos los días, ellos
cuentan con un servicio de luz algo precario, pero que de
todos modos, ayuda. También tienen agua, aunque de una sola
llave que muchas veces -como ocurrió el viernes pasado- no
tiene más que aire. Por ella cada familia paga mil sucres
mensuales. Sin embargo, si alguien no los tiene, nadie le
niega su ración. "No tenemos corazón para decirle a la gente
que no coja el agua, si ya estamos aquí debemos ayudarnos",
dice Trujillo. Y añade que, dentro de poco, el Municipio les
dotará de dos llaves más.

Tienen, además, caminos de tierra y, a falta de
alcantarillado, letrinas a "pozo ciego" que ellos mismos han
construido.

UNA FUERTE ORGANIZACION COMUNITARIA

Son ochenta familias con un promedio de entre tres y cinco
hijos. Solo nueve de ellas han tenido posibilidades de
construir casa de cemento y ladrillo. Los demás son
propietarios de viviendas de adobe y tierra.

La mayoría son obreros, mientras un 20% de ellos se dedica a
trabajar en construcciones. Muchas mujeres, por su parte, le
han sacado partido a sus habilidades y se han dedicado a la
artesanía. Otras se dedican a las labores del hogar.

Unos pocos han tenido más suerte y han logrado montar sus
propios talleres artesanales. Son los que ahora tienen
posibilidad de construirse nuevas casas. Pero eso no hace
ninguna diferencia, porque ellos han entendido que la única
forma de salir adelante es trabajando juntos.

Por eso, las mingas siempre son un éxito. También los turnos
para controlar la inseguridad creciente en el barrio. Y no se
diga las celebraciones y festejos que los siguen uniendo como
"a una familia grande", según cuenta Trujillo.

Ahora está empeñados en tener su propia casa comunal. Para
ello han recibido el apoyo del Banco Ecuatoriano de la
Vivienda, que les prestó una "máquina para hacer ladrillos"
que -aunque ahora está dañada- normalmente trabaja en toda su
capacidad. Tal como la gente que, cada sábado y domingo, deja
el sudor en el trabajo colectivo.

Y es que ellos saben que es imprescindible tener un espacio
comunal acorde a sus necesidades, pues la pequeña casucha en
la que actualmente se reúnen dejó de ser suficiente hace mucho
tiempo.

Cuando la construyan, la casa comunal servirá también de
guardería para las decenas de niños que ahora -aunque los
vecinos siempre estén dispuestos a "dar viendo" mientras sus
padres trabajan- permanecen solos en sus casas.

Esa es una de sus prioridades. Pero la principal es, sin duda,
lograr la legalización de sus tierras que, al parecer, no está
lejos de ser una realidad. "Los trámites se encuentran
actualmente en la Dirección de Expropiaciones y esperamos que
pronto podamos tener escrituras individuales que nos
certifiquen como dueños de estos terrenos", explica Segundo
Trujillo.

El trabajo de la gente de "Juventud en Lucha" se ha hecho
notar.

Por eso, ahora cuentan con el apoyo de varias instituciones
que -como el DYA (una ONG que trabaja en el desarrollo y
autogestión de organizaciones populares como ésta y gracias a
la cual HOY tuvo acceso a este lugar)- impulsan sus
iniciativas.

Por eso, Juventud en Lucha seguirá creciendo. También por la
disciplina que mantienen en su trabajo y en su forma de
organización. (Las faltas a las sesiones convocadas por la
directiva son sancionadas con multas y nadie está excusado de
asistir a una minga, a menos que tenga una muy buena razón).

LA "MAMA" DEL BARRIO

Rosa Melba Rey es la mamá del barrio. Al menos así es como
la conocen muchos de los jóvenes que integran esta
naciente cooperativa. Y es que, a pesar de que "doña Rosita",
como cariñosamente la llaman, tiene solo 60 años, ella es la
mayor de todos en el lugar.

Ella, como la mayoría de socios, llegó allí hace algo más de
tres años. Antes vivía en La Ecuatoriana y mucho antes, en
Santo Domingo de los Colorados, su lugar de origen.

La vida le trajo a Quito junto a sus nueve hijos. "Cuando
quedé viuda- cuenta- me vine a vivir acá. Lo hice por mis
hijos y también porque quería tener un lugar propio para mí".

Ahora lo tiene. Y cada espacio de su pequeña casita parece
hablar de ella. Diariamente cuida su jardín y el espacio
asignado a su vivienda. Ha llenado de flores las puertas,
ventanas y estantes y le ha sacado vida a ese terreno
pequeñito, ubicado detrás de su vivienda.

Allí planta maíz y hortalizas, mientras espera la llegada de
uno de sus nueve hijos a los que la vida les ha llevado lejos.

Lo hace, mientras reparte consejos y regaños entre los jóvenes
(el promedio de edad del barrio es de entre 30 y 35 años) que
acuden a su casa para nutrirse con su experiencia. O mientras
ve correr por las calles de tierra a ese montón de niños, que
a sus ojos, cada vez son más.

"Yo nunca me iría de aquí, este lugar me gusta mucho y aquí
todos me conocen y me quieren", señala. Y no se equivoca.

LA QUEBRADA, UNA PESADILLA PARA JUVENTUD EN LUCHA


Pero no todo es color de rosa. Juventud en Lucha enfrenta
algunos problemas que están trabando su desarrollo.
Problemas como el empeño de algún antiguo dirigente que -a
pesar de que antes los apoyó- ahora presiona para
desalojarlos.

Problemas como la falta de condiciones sanitarias que afectan
directamente a la salud de sus moradores (existe en la mitad
de la cooperativa una quebrada de aguas contaminadas que
constituye un foco de infección para todos quienes viven
alrededor, especialmente para los niños). La cooperativa está
empeñada en limpiarla y para ello organizará una nueva minga
dentro de pocos días.

También quieren construir un puente que evite que la gente
tenga que cruzar la quebrada entre basura, mal olor y aguas
servidas. Para ello, están buscando apoyo externo.

Problemas como que el agua se seca o la luz no alumbra.
Problemas como que el único espacio verde que les queda es esa
quebrada pestilente. O que para curarse un herida o adquirir
víveres o remedios deben salir a otros lugares porque en el
suyo aún hay muy pocas cosas.

Pero ellos seguirán trabajando. Tienen la esperanza de que una
vez legalizada su propiedad sobre la tierra, la consecución de
los servicios básicos sea más fácil. Y seguramente lo
conseguirán porque han demostrado que no hay nada que sea más
fuerte que su organización y sus ganas de salir adelante. (5B)

EXPLORED
en Ciudad N/D

Otras Noticias del día 01/Agosto/1995

Revisar otros años 2014 - 2013 - 2012 - 2011 - 2010 - 2009 - 2008 - 2007 - 2006 - 2005 -2004 - 2003 - 2002 - 2001 - 2000 - 1999 - 1998 - 1997 - 1996 - 1995 - 1994 1993 - 1992 - 1991 - 1990
  Más en el