Quito. 20 sep 2000. ¿Dónde le nació esa vocación por la tiniebla? ¿Dónde
se fue gestando esa personalidad ontológicamente inepta para la luz?
Quizá fue en esos primeros años en Arequipa, la ciudad donde nació el 20
de mayo de 1945, el segundo de cinco hermanos, un varón mayor que él y
tres mujeres menores. Cuando perdió a su madre, siendo muy pequeño, se
retrajo y sus pensamientos los envolvió el silencio. Hacía pocas
travesuras, aunque luego hizo una gorda, cuando a los quince años,
estudiante ya del colegio militar Francisco Bolongesi tras una etapa en
una escuela de jesuitas donde sin duda la vocación por la duplicidad se
enriqueció, fue denunciado por el dueño de una librería, padre de su
enamorada, por un préstamo que no pagó. Hijo de un escribano comunista,
Francisco Montesinos y Montesinos, no fue tanto la política como el
cuartel lo que, a su pesar, el hogar le inculcó.

A instancias de su padre, y tras completar sus estudios secundarios en la
escuela militar de Chorrillos, ya en la capital, ingresó a la escuela de
oficiales, de donde egresó como alférez de artillería en 1967, tras
muchos roces con el oficial que lo tenía a su cargo por incumplimientos
durante la instrucción. Sus amigos sabían que su vocación era la
abogacía, la carrera de su tío Alfonso. Después de un período en un
cuartel arequipeño, viajó destacado a la capital en 1971 y por fin
estudió Derecho en la universidad de San Marcos, donde además conoció a
su futura esposa, Trinidad Becerra.

Ya un ávido lector, que saboreaba las biografías de Fouché y El Príncipe
de Maquiavelo, conoció a un alma gemela: el sociólogo Francisco Loayza,
profesor vinculado al proceso revolucionario del gobierno militar, a
quien pronto confesó su visión radical de las cosas: "Yo mandaría al
paredón a los conservadores que frenan el avance de la revolución".
Influido por los sicólogos Kardiner y Linton, publicó en una revista
militar un ensayo donde recomendaba a los oficiales conocer bien a su
tropa y decía que el rasgo esencial del mestizo era "la dependencia"

Era un alma en busca de una oportunidad. Ella llegó, no con el breve
período en el Ministerio de Energía y Minas, donde trabajó en la empresa
petrolera estatal, sino en la privanza de un general, que asumió en 1973
los cargos de primer ministro, ministro de guerra y comandante general
del Ejército.

Para conseguir acercarse a él, se había presentado en su casa de verano
en la playa Punta Negra con un informe sobre el papel de las Fuerzas
Armadas en una sociedad en transición que podría servirle para su cercana
conferencia. El autor real de este informe era Francisco Loayza.

En el equipo de asesores del superministro, junto con el propio Loayza,
Rafael Merino y alguno más, estaba el artillero Vladimiro Montesinos.
Además de ofrecerle libros a su jefe -su vocación bibliófila era, como se
ha visto, considerable-, foto copiar archivos y preparar discursos, tenía
acceso a la caja de seguridad de los documentos militares secretos.
Cuando se supo que la agenda presidencial iba a manos de la Embajada
norteamericana casi al minuto de ser aprobada por el propio gobernante,
la sospecha recayó en Montesinos, en quien no confiaban los más rojos del
régimen. Nadie supo leer, entonces, aunque Loayza algo intuyó, al frío,
implacable hombre de intriga que había en el sospechoso.

Lea mañana como...

Montesinos falsificó la firma de la Comandancia General del Ejército en
un formulario de viaje en blanco y viajó sin permiso a EEUU.

Forjó una imagen de poder por medio de sus relaciones supuestas con las
agencias de espionaje de Estados Unidos.

Fue arrestado y juzgado por el gobierno militar bajo la acusación de
traición a la patria por entregar a la CIA documentos de compra de
armamento soviético por el gobierno socialista militar peruano.

Trató de hacer una maniobra de contraespionaje con un agente de la KGB
soviética.

Reaccionó ante el presunto suicidio de su padre: "¿La muerte de este hijo
de puta afectará mi carrera?", dijo luego de que se enteró del
fallecimiento.

Logró colmar su vocación de abogado y trepar un enorme peldaño en su
carrera hacia el control del poder del espionaje y los servicios secretos
peruanos.

El buen uso de los amoríos

Montesinos logró, en una maniobra veloz, que la sospecha derivara hacia
un abogado que era también asesor del primer ministro, y que fue
despedido. Para reforzar su lazo de lealtad con el primer ministro, le
propuso un golpe contra Juan Velasco -"si usted ordena, mi general, lo
volamos en el zanjón"-, que su jefe rechazó. En 1974, Montesinos declinó
la oferta de ir a la escuela de guerra de Brasil para concluir sus
estudios de abogado.

Al año siguiente, el joven asesor, ya casado con la mujer que le daría
dos hijas, tuvo una prueba de fuego: el cambio de gobierno, cuando un
general alejado de la visión socialista del general depuesto tomó el
poder. Del Ministerio de agricultura, donde había recalado (Montesinos
no había dicho a su ex jefe al declinar el viaje a Brasil que tenía el
traspaso en gestación), fue llamado otra vez a la oficina del primer
ministro, bajo un general vinculado a la etapa socialista, desde donde
logró, a fuerza de un exquisito trabajo de desinformación que hizo creer
al comandante general del ejército que tenía asegurado el puesto mientras
decía lo propio a quien se preparaba para sucederlo, acelerar la renuncia
del primero. Pero el nuevo jefe de las Fuerzas Armadas ordenó el
traslado de Montesinos a una pequeña guarnición de Piura, en el norte del
país.

Además de una humillación profesional, Montesinos consideró el traslado
un drama sentimental; estaba enamorado perdidamente de la secretaria de
su ex jefe en el premierato, a quien para despedirse, entre lágrimas,
obsequió un disco de Nino Bravo que Francisco Loayza le había
recomendado. Nunca supo el nuevo jefe de las Fuerzas Armadas que ese era
el origen de las llamadas que de pronto recibió su mujer anunciando que
el esposo tenía un infarto ni de la corona mortuoria que un buen día
aterrizó en su hogar.
Ese romance era real: no lo era el que se había inventado antes, con la
hija del comandante general.

(Tomado de la obra del escritor y periodista peruano Alvaro Vargas Llosa,
En el reino del espanto, de Editorial Grijalbo)

¿Cuántas Divisiones tiene Montesinos?

Por Mirko Lauer
Desde Lima, especial para HOY *

La transición democrática peruana que algunos recibieron como una suerte
de revolución de terciopelo checa rápido se ha convertido en un clásico
ajedrez militar latinoamericano. Un cable de EFE desde Washington
arriesga que el destino de la transición está en la Fuerza Armada, "la
única institución en funcionamiento que queda realmente en ese país".

Las versiones y los indicios sobre división entre los uniformados
peruanos son cada vez más insistentes. La inamovilidad de la segunda
región militar (Lima, al mando de un cuñado del asesor de inteligencia
Vladimiro Montesinos) apunta a un forcejeo que es algo más que político.
Que Alberto Fujimori pernocte en el Cuartel General del Ejécito también
es un síntoma inquietante.

Es más o menos claro que Montesinos está recurriendo a todo su poder de
fuego para evitar ser despedido. La incógnita es si en ese juego está
dispuesto a llegar hasta la confrontación armada, contra el Estado o
incluso contra otros sectores castrenses. El ajedrez militar como
ejercicio incruento siempre tiene un límite de tiempo.

El fujimorismo civil, en sus diversas fracciones, se maneja como si no
estuviera sucediendo nada, acaso consciente de que su realidad está,
siempre estuvo, en los cuarteles. La mayoría de estos operadores no
defienden a nadie y no atacan a nadie, una actitud que transparenta una
incapacidad de imaginar la vida después Montesinos.

Es difícil imaginar a estas alturas una recomposición del régimen
fujimorista. Montesinos fuera de juego daría a Fujimori los nueve meses
de plazo que se ha asignado, y la posibilidad de ayudar a un candidato
oficialista. Montesinos triunfante obligaría a la dimisión de Fujimori,
en una variante del golpe de Estado de 1992.

Para la Fuerza Armada como institución son dos opciones parejamente
incómodas. Comprometerse con un fujimorismo de salida y con
probabilidades de volver a perder una elección general probablemente no
haría sino profundizar la división interna. Respaldar un golpe de
Montesinos sería abrirle la puerta a problemas aun mayores.

Por eso en las verdaderas transiciones a la democracia, las Fuerzas
Armadas deponen el partidismo y se repliegan a sus cuarteles. Como
sucedió en la transición del gobierno del general Francisco Morales
Bermúdez al del arquitecto Fernando Belaúnde en 1979-1980. Cualquier otra
fórmula no es sino un abuso del lenguaje.

Montesinos probablemente ofrece la permanencia en el poder político, lo
cual a algunos les puede sonar más interesante que salvar a la
institución de los efectos de un proceso corruptivo sin destino
previsible. Pero, la presión del exterior, la indignación pública y la
crisis económica debilitan el atractivo de la oferta.

* Editorialista del diario La República
Este artículo se publica hoy,
simultáneamente en ese diario (DIARIO HOY) (P. 9-A)
EXPLORED
en Ciudad Quito

Otras Noticias del día 20/Septiembre/2000

Revisar otros años 2014 - 2013 - 2012 - 2011 - 2010 - 2009 - 2008 - 2007 - 2006 - 2005 -2004 - 2003 - 2002 - 2001 - 2000 - 1999 - 1998 - 1997 - 1996 - 1995 - 1994 1993 - 1992 - 1991 - 1990
  Más en el