El gran artista vive en su casa museo, erigida en un flanco del norte extremo de Quito. Cada vez que le visito, me hiere de vida: ¿A qué tiempo pinta y dibuja tanto. ¿Cómo y por qué no se detiene a recobrar el aliento. ¿De dónde extrae la energía que requiere trabajar su obra -cantidad y calidad exorbitantes-? Viteri le gana de mano al tiempo, y por artistas como él, se torna verdad la poesía: ‘Hambre de encarnación padece el tiempo...’
No existe soledad más vasta que la de aquellos creadores que han alcanzado las altas instancias del espíritu: este es el caso de Viteri. Porque, ¿quién podría aconsejarle en esa sucesión de elecciones -construcciones y deconstrucciones del ser- que es su obra: óleos, ensambles, tintas, dibujos interminables...? Es en este sentido que la responsabilidad significa libertad. Y Viteri ha defendido su espacio a costa de vivir en auto confinamiento pertinaz, exento de cliques, grupos de poder o promociones estridentes, pero en cuyo epicentro alienta la descomunal verdad de su arte. Por eso no me extraña que le asedien invitaciones y visitas de todo el mundo: es el prodigio del gran arte; por sí solo, sin que su progenitor se entere, va seduciendo lugares y personas.
Hace poco estuvo en su casa María Kodama. Había tenido referencias del maestro en Europa y visto su autorretrato en la Galería de los Uffizi. Quedó maravillada con su arte. Le impactaron sus dibujos, su recreación de La Piedad de Miguel Angel (un óleo de gran formato en el cual se yerguen la Madre y el Hijo con la fuerza telúrica de América de la cual se ha apoderado Viteri), sus ensambles, sus retratos, sus Cabezas... Esta Serie le pareció en extremo significativa. Testimonio bienaventurado y blasfemo de una época, Viteri convocó en ella los flagelos que sufrió la humanidad sigloventina. ¿Cuánto desgarramiento le produjeron estas Cabezas; qué resplandores y tinieblas lo atravesaron; cómo fue capaz de fisgonear en las ultimidades de la condición humana; de qué modo eludió el anecdotismo que en esta suerte de temáticas es lo más frecuente, para así arribar a la intemporalidad: una treintena de Cabezas que deben esparcirse multiplicadas por el mundo para que nos veamos tales cuales somos?
Recorro El Triunfo del Dibujo de Irving Sandler, antología de lo más excelso del dibujo universal del siglo XX, Viteri está entre los mayores. En sus dibujos corren el amor y el desamor, la vida y la desvida del hombre, su angustia y regocijo, su soledad y desvaríos, sus dudas y misterios. ¿Reiterativos ciertos temas de Viteri? Desde luego. Hay en los textos Zen un elemento llamado ‘ko-tzu’ que significa ese genial espontaneísmo del que hay que acusarle a este artista: posesión de un verdadero conocimiento del mundo y de las cosas.
Y su aporte a la plástica de América y el mundo: sus memorables ensambles que exhiben el espejo único y múltiple del mestizaje. ¿Qué somos, adónde vamos los mestizos? En las Series de ensambles de Viteri se resuelven muchas preguntas, aunque también mantienen perplejidades.
Y allí sigue Viteri, a sus 70 años de vida y de muerte, trabajando sin tregua, con su inconfundible aire de gitano, la piel atezada y tersa, invencible ante las oleadas del tiempo. Como solo los artistas de su estirpe, abarcando en una sola mirada el panorama entero de la vida, armonizando lo que está dentro con lo que está afuera. Cuando ríe, sus ojos rebullen, rezumando soles y tempestades.

*Narrador y ensayista
EXPLORED
en Autor: Marco Antonio Rodríguez - Ciudad Quito

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