VIRACOCHAS: DEL TRAUMA A LA UTOPþA. Galo Ramón Valarezo

Quito. 12.10.92. ¿Qué pensaba Atahualpa de los españoles ese
fatídico 16 de noviembre de 1532, cuando marchaba ceremoniosa
y pausadamente a la plaza de Cajamarca? Muchas voces nos han
dicho que el Inca pensaba que los españoles eran Wiracochas.
Dioses blancos y barbados. Más aún. Garcilaso, el historiador
mestizo, es particularmente prolijo en mostrarnos todo un
conjunto bien estructurado de mitos incaicos que habrían
pronosticado este evento.

Según Garcilaso, un fantasma se le apareció en sueño al
príncipe hijo del séptimo inca Yahuar Huacac (El que lloró
sangre). El fantasma se habría presentado como hermano de
Manco Cápac y Mama Ocllo, héroes fundadores del imperio. A
pesar de ser inca, estaba curiosamente vestido: traje largo,
como cura, con barbas en la cara y una figura diferente a la
de los indios. Su nombre, Wiracocha Inca. Venía de parte del
sol a prevenirlos de una rebelión interna que podría acabar
con los incas. Esta profecía se habría cumplido punto por
punto, según el relato de Garcilaso.

Impresionado el príncipe, se rebautizó él mismo con el nombre
de Wiracocha Inca, octavo monarca del Tahuantinsuyo, heredando
al mismo tiempo la capacidad del predecir el futuro.

Para Garcilaso, los indios llamaron a los españoles Wiracochas
por su forma de vestir, por las barbas en su rostro y por
haberlos salvado de las tiranías de Atahualpa. Pero no sólo
ello. El Inca Wiracocha, haciendo uso de sus habilidades,
había pronosticado que pasados doce reyes, vendría gente nueva
y no conocida a éstas partes, que ganarían y sujetarían a su
imperio todos nuestros reinos y muchos más, será gente
valerosa, que en todo os hará ventaja... Este pronóstico se
habría mantenido en celosa reserva entre los incas, hasta que
Huayna Cápac, el doceavo inca, a la hora de su muerte habría
divulgado públicamente que la hora había llegado: "Pocos años
después que yo me haya ido de vosotros, vendrá aquella gente
nueva y cumplirá lo que nuestro Padre el Sol nos ha dicho".

Por muchos años este mito se ha repetido intensamente, hasta
que todos hemos creído que eso pensaba Atahualpa en su camino
a la Plaza de Cajamarca. Sin embargo, examinado con mayor
profundidad el mito, desde las categorías del pensamiento
andino, tenemos serias dudas de que haya existido antes de la
invasión española. El mito supone una concepción monoteísta
muy alejada de las religiones andinas. Proponemos una
hipótesis nueva. Más andina: creemos que se trata de un
invento posterior a la invasión. Pruebas al canto.

El trauma

La invasión española causó un profundo trauma ente los indios.
La población disminuyó como en un cataclismo. Sus bienes y
riquezas pasaron a las manos de los forasteros. Sus dioses y
sus ancestros momificados rodaron por los suelos, pisoteados,
quemados. Un nuevo sistema de valores basado en la ganancia,
al lucro y el individualismo, desvalorizaba lo suyo, la
sociedad comunitaria, para dudar hasta de su propia humanidad.

Pero lo más estremecedor era que este Pachacuti, o mundo al
revés que presenciaron los indios, era vivido desde una
pregunta particularmente traumática entre las élites incaicas
derrotadas . Pregunta muy bien formulada por Garcilaso a uno
de sus antepasados vivientes: "Inca, ¿cómo siendo esta tierra
de suyo tan áspera y fragosa, y siendo vosotros tantos y tan
belicosos y poderosos para ganar y conquistar tantas
provincias y reinos ajenos, dejásteis perder tan presto
vuestro imperio y os rendísteis a tan pocos españoles?".

La pregunta es cruel. Terrible. Inexplicable. Una virtual
acusación de cobardía de los incas frente a los españoles.
Era una pregunta lascerante entre esas élites derrotadas,
frustradas, empobrecidas, tratadas como personas de segunda,
cuando lo habían tenido todo. Precisaban una respuesta que les
devolviera su orgullo pasado. Y la encontraron, en la idea de
Wiracocha.

La idea de Wiracocha

La "bula caetera" de Alejandro VI de 1493 describe a los
primeros indios como "gentes que viven en paz y andan, según
se afirma, desnudos y que no comen carne". Luego del mito
cristiano del monoteísmo universal "creen que hay un Dios
creador en los cielos y que parecen asaz aptos para recibir
la fe católica".

Esta tesis inicial dividió profundamente a los españoles. De
manera muy concisa, de un lado, los "humanistas" encabezados
por Las Casas continuaron creyendo en estas dos ideas, sobre
las que se montaba su plan político y pastoral para América.

La segunda, la de los "invasores", personificada en Ginés de
Sepúlveda, que las negaron de manera activa. Para éstos, la
primera imagen de inocentes y pacíficos nativos, pronto cambió
por la de peligrosos caníbales, y de "posibles creyentes en
Dios" se convirtieron en idólatras. Para los invasores, las
maravillas del descubrimiento que narraba Colón en sus
primeros viajes pronto cambió por "la gloria de la conquista"
de esos antropófagos y del mito del monoteísmo universal por
el "mérito de la evangelización" de los idólatras.

No es casual, entonces, que el primero en escribir del Dios
Wiracocha fuera el humanista Las Casas en 1550. En su versión,
los Incas tuvieron conocimiento del verdadero Dios al cual
llamaban "Coindici Wiracocha", que en lengua del Cuzco suena
"Hacedor de Mundo". Con ello, no sólo que veían una mejor
oportunidad para evangelizarlos al encontrar en su pasado un
claro signo de monoteísmo, sino rescataban el carácter
civilizado y racional de los indios, puesto en duda por los
"invasores". Los intelectuales indios, encontraron en la idea
de Wiracocha, no solo la posibilidad de superar el trauma de
la derrota, sino la glorificación de su civilización al
igualarla en sabiduría y en derechos a todos los cristianos
del mundo.

Sin embargo, como para dejarnos atónitos, esta misma versión
de Las Casas, no solo sirvió para argumentar la resistencia
india y el humanismo Lascasiano, sino, contradictoriamente,
para que los invasores legitimasen su presencia.

Juan de Betanzos, en 1551, describe a Wiracocha como un
"hombre alto de cuerpo, que tenía una vestidura blanca, que le
daba hasta los pies, esta vestidura traía ceñida; y que traía
el cabello corto y una corona hecha en la cabeza a manera de
sacerdote; y que andaba destocado, y que traía en las manos
cierta cosa que a ellos les parece el día de hoy como estos
breviarios que los sacerdotes traían en las manos". Parece
increíble, Wiracocha ya no es un Dios Inca, es un sacerdote
cristiano que legitima la continuación de su labor
evangelizadora.

Pero quien verdaderamente une todos los mitos para legitimar
la presencia de los invasores españoles es Sarmiento de Gamboa
en 1572. Señala que el dios Wiracocha, tras su paso por el
mundo andino se perdió por el mar a la altura de Puerto Viejo
y Manta, que habría anunciado que "vendrían algunas gentes"
que se harían pasar por Wiracochas, que no les creyesen, pero
luego vendrían los verdaderos Wiracochas, sus mensajeros, que
les iban a enseñar y amparar. De cuerpo entero el
planteamiento español: hacen desaparecer a Wiracocha por el
sitio al que llegaron primero los españoles (el piloto
Bartolomé Ruiz llegó a Salango en 1525, en donde capturó la
famosa nave y al célebre Felipillo); señalan como falsos
Wiracochas a los Incas y se reservan el calificativo de
verdaderos Wiracohas para legitimarse. A esta idea sólo le
faltaba decir que llegarían en barco de vela. Pedro Gutiérrez
de Santa Clara dirá que Wiracocha les enseñó a navegar a los
indios en barcos de vela, iguales a los que llegaron los
españoles, con lo cual, la profecía se cumplía.

Final

Seguramente, no hay ninguna otra idea, como la de Wiracocha,
que haya servido a tan disímiles propósitos. Construida sobre
posibles mitos andinos y manipulada según los objetivos de
quienes la usaron. Para los andinos, la idea de los
Lascasianos les sirvió para reconstruir su orgullo por el
pasado como seres racionales, inteligentes e iguales a los
españoles. Sobre estas ideas nació la utopía del regreso al
incario en los albores del siglo XVII. Para los Lascasianos,
Wiracocha les permitía argumentar que la empresa española
debía ser principalmente una actividad evangelizadora que
integrara a la comunidad humana, más que una cruda conquista
colonial. En cambio, para los colonialistas, Wiracocha les
servía para legitimarse como sus herederos anunciados en los
mitos. Sin embargo del peso que lograron las tres versiones,
hasta casi confundirnos, lo que no logró ninguna de ellas fue
convencernos del monoteísmo inca en el que se basan. El
cronista José Acosta (1590) lo señala con pesadumbre: en la
lengua del Cuzco no hay una palabra para decir Dios, como lo
hay en latían Deus, en griego Theos, en hebreo El o en arábigo
Alá. La verdad es que estos pueblos no fueron monoteístas.

Como diría Acosta, resultaba fácil enseñarles que hay otro
Dios, pero resultaba difícil quitarles a los otros.
¿Nos preguntamos si la resistencia actual precisa de la
invención de un pasado monoteísta? ¿O es el persistente
politeísmo el que los volvió irreductibles a cualquier
conquista? ¿La historia se mueve a rescatar al dios Wiracocha
Inca, o a los diversos dioses de una sociedad plural? (1C)



EXPLORED
en Ciudad N/D

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