Según un chiste que ronda en círculos diplomáticos, la crisis de Venezuela no es política ni económica. Es siquiátrica. En efecto, la retórica incendiaria del presidente populista Hugo Chávez ha logrado aunar en su contra a casi todos los sectores de la sociedad venezolana, haciendo que grupos normalmente antagónicos, como las organizaciones de empresarios y obreros, se unan en la actual huelga general que está paralizando a ese país.
La huelga ha llevado a un párate casi total a la industria petrolera, que representa un 70% de las exportaciones del país. Sin embargo, el asediado Gobierno de Chávez continúa afirmando que el país está viviendo en la normalidad, salvo incidentes aislados. ¿Qué huelga?, pregunta Chávez, ante el asombro de los venezolanos.
Hasta al propio mentor político de Chávez, el octogenario ex ministro del interior Luis Miquilena, le cuesta creer lo que está oyendo del Gobierno. Miquilena, el ex dirigente del Partido Comunista que convenció a Chávez de lanzarse a una campaña presidencial, fundó su partido y se convirtió en el pilar de su Gobierno hasta que renunció como ministro del Interior a comienzos de este año, afirma que el presidente está viviendo en la negación.
"El está viviendo en un mundo virtual", me dijo Miquilena en una entrevista telefónica. ‘’Probablemente el poder que trastoca a la gente lo ha convertido en un hombre rodeado por una corte de gente que le dice lo que quiere oír, y que le ha presentado un mundo que ya no existe’’.
Hasta no hace mucho, Chávez era visto por muchos como un payaso inofensivo. Muchas de sus medidas, como cambiar el nombre del país al ridículo "República Bolivariana de Venezuela", con el consiguiente gasto en nuevos mapas y papelería oficial, eran vistos como excentricidades de un líder populachero. Altos funcionarios de Estados Unidos, señalando que a pesar de su retórica revolucionaria, Chávez no había tomado acciones drásticas contra la propiedad privada o la democracia, decían que "no hay que mirar lo que dice, sino lo que hace".
Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar el año pasado, cuando se hizo evidente que los discursos incendiarios de Hugo Chávez estaban llevando al país a la bancarrota. A pesar de que Venezuela se benefició de un alza de los precios del petróleo, los inversionistas, nerviosos, sacaron del país aproximadamente $35 mil millones en los últimos tres años, y el número de pobres creció en 2,5 millones desde que Chávez llegó al poder.
Ahora, Chávez se ha convertido en una contradicción andante. A pesar de ser un ex teniente coronel golpista que aún después de su elección siguió glorificando su intentona militar de 1992, ahora se encuentra en la incómoda situación de acusar a todos sus opositores de "golpistas".
Tras decir por muchos años que iba a "mandar freír" a sus opositores políticos, ahora se queja del lenguaje hostil de sus críticos. Y tras criticar repetidamente a la democracia representativa como "una farsa", y proponer en varias cumbres internacionales sustituirla por una "democracia directa" basada en referendos, ahora rechaza una petición opositora con dos millones de firmas para realizar un referendo sobre si habría que realizar elecciones anticipadas.
Lo que es más preocupante aún, a medida que su popularidad se desploma, Chávez se está acercando cada vez más al autoritarismo, alentando o tolerando acciones de sus "Círculos Bolivarianos" contra medios de difusión críticos de su gestión.
¿Qué ocurrirá ahora? En los próximos días, según me dicen diplomáticos residentes en Caracas, la situación podría empeorar. Es posible que haya escasez de gasolina y alimentos, lo que podría producir saqueos, violencia y caos. Y si algunas unidades militares toman partido en la confrontación, Venezuela podría encaminarse a una guerra civil.
Sin embargo, Hugo Chávez no es el único culpable. Algunos líderes de la oposición, alentados por el éxito de la huelga, empezaron en estos días a exigir la renuncia inmediata del presidente. Hasta ahora, la oposición estaba exigiendo al unísono el referendo sobre convocar a elecciones anticipadas.
Miquilena argumenta, con razón, que la mejor manera de solucionar la crisis sería a través de un acuerdo político que resulte en un voto de la Asamblea Nacional para enmendar la Constitución y permitir las elecciones anticipadas. Luego, vendría el referendo nacional, que aprobaría las elecciones en los primeros tres meses de 2003.
Estoy de acuerdo. La peor solución sería una salida extraconstitucional, como una renuncia de Chávez exigida por las Fuerzas Armadas. Eso no solo garantizaría una vuelta de Chávez en algunos años erigido en un héroe de la democracia, sino que sentaría un peligroso precedente para todas las democracias de América Latina. No hay tal cosa como un ‘’golpe bueno’’, así como no hay tal cosa como un "dictador bueno".

Corresponsal del Miami Herald
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en Autor: Andrés Oppenheimer - Ciudad Quito

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