El mes de noviembre pasado asistí, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, a la reunión de los jefes de Estado y de Gobierno de los países iberoamericanos. En esa ocasión, escuché el discurso del representante de un foro social paralelo, en la inauguración solemne de la reunión presidencial. El orador, probablemente descendiente de guaraníes, vestido de campesino, pero al estilo boliviano o mexicano, era elegante y hablaba un español de dar envidia. Después de fustigar, delante de los reyes de España, a los conquistadores europeos que en el pasado trataron tan mal a los indígenas, desgranó los puntos fundamentales que deberían ser incorporados en las políticas de los países allí presentes.
No hubo muchas novedades para quien conozca las propuestas en boga: rechazo al Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), porque anexaría a los países a Estados Unidos; nada de transgénicos, pues supuestamente son nocivos a la biodiversidad y, por tanto, a la humanidad. También mencionó la exigencia de respetar las formas tradicionales de cultivo y las unidades familiares de producción agrícola. Y, con un toque de ONG (organizaciones no gubernamentales), el respeto a los derechos de los homosexuales. Y así sucesivamente.
En el caso de Bolivia, no se trata de un movimiento de poca monta (acaba de derrocar a un presidente legítimamente electo) ni de un movimiento sin sentido. A fin de cuentas, los indígenas constituyen la mayoría del pueblo y hasta hace poquísimos años no tenían ninguna participación efectiva en la vida nacional. Ahora exigen algo más que la "inclusión". Quieren el reconocimiento de su condición de mayoría (las reglas de la elección presidencial se establecieron para diluir ese peso) y el respeto a sus valores culturales. Esa situación no es muy diferente de lo que ocurre en algunos otros países de la región, como Ecuador, en los que la numerosa población indígena está tomando conciencia de sus derechos, en medio de las transformaciones democráticas.
En todas esas situaciones, lo que llama la atención, además de los riesgos para la democracia, es el maridaje de las justas reivindicaciones culturales, que no pocas veces son reivindicaciones que rayan en la soberanía, con los temas de la antiglobalización, como por ejemplo, la lucha contra el ALCA y los transgénicos. Este maridaje no solo se presenta en los países considerados "exóticos".
Está presente también en otros países, dentro y fuera de América Latina. Y es que el proceso de globalización fue tan rápido, y tan destructor de las formas tradicionales de vida (incluso de las formas de sociedades creadas por el capitalismo del siglo XIX y la primera parte del XX), que produjo reacciones desconcertadas y desconcertantes casi en todas partes.
Por eso existe hoy cierta propensión a las utopías regresivas, una búsqueda casi mítica de revivir las formas de existencia del pasado, una nostalgia por un maravilloso mundo antiguo, que nunca existió pero que, idealizado, sirve de contrapunto al modo globalizado de producción y de vida, que no ofrece mejores perspectivas para muchos, cuando no para la mayoría.
Se observan señales de esa tendencia regresiva en Francia, donde el "poujadismo" de un José Bove pasa por progresista. No debemos descartar con desdén esta propensión, como si fuera solo un síntoma de atraso. Es parte del presente, pues el presente se forma tanto del pasado como de la visión que se tiene del futuro. La pregunta es, por lo tanto, si esas utopías regresivas indican un rumbo viable de transformación y una alternativa mejor de sociedad. Todo hace creer que es difícil que este sea un buen camino.
¿No hay en Brasil algo parecido? Cuántas veces, al lidiar con el MST (Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra) se tiene la impresión de estar frente a un movimiento ambiguo, que combina una demanda justa, -la distribución equitativa de las tierras, de los créditos y de la asistencia técnica-, con una propuesta regresiva: la generalización de las antiguas formas familiares de organización de la producción agrícola, a contrapelo de la revolución productiva de las grandes empresas agrícolas, basadas en la moderna empresa capitalista. Se percibe ahí un sueño de ‘otra sociedad’, diferente de todo lo que existe hoy, fruto de una transformación radical.
Es sintomático que la ‘revolución’ a la que se aspira no pueda seguir siendo nombrada abiertamente como tal, pues por un lado habita en el terreno de lo impensable y, por otro, si fuera reivindicada despertaría la reacción negativa de la "mayoría" a la que pretende servir el movimiento.
Volvamos, para terminar, a las demandas del representante indígena aludido al principio. En varias sociedades de América Latina resuena la misma cantinela de fondo religioso, en la que las cuestiones comerciales del mundo globalizado son presentadas como si implicaran una anexión territorial. Vieja idea, anterior al imperialismo y propia del colonialismo cuando, entonces sí, la dominación económica requería la subordinación formal de los pueblos y la anexión política de los territorios.
De nuevo, no se trata de descartar la noción de dominación económica, si bien esta asume hoy formas enteramente distintas. El problema del discurso del representante indígena no es que está desprovisto de razones y de sentido. Su problema es que está preso de una nostalgia por un pasado idealizado, levanta barreras mentales que dificultan vislumbrar los caminos de la Historia, impidiéndonos construir las bases, dentro de las circunstancias actuales, para una sociedad mejor en América Latina.
Ahí sí estaríamos condenándonos a más de cien años de soledad en estas tierras del fin del mundo. Repetiríamos la tragedia que ya vivimos con el heroico Antonio Conselheiro, luchando perdidamente en los confines de los sertones de Canudos para mejorar la suerte de su pueblo, respetuoso de la monarquía, siendo masacrado por un ejército que estaba convencido, al matar sertaneros miserables, de estar defendiendo el orden republicano...

*(Fernando Henrique Cardoso, sociólogo y escritor, fue presidente de Brasil del 1º de enero de 1999 al 1º de enero de 2003. Traducido por Héctor D. Shelley. © 2003 Agencia O" Globo. Distribuido por The New York Times Syndicate en exclusiva para HOY en Ecuador)
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