CIUDAD DE MEXICO. 29 sep 97. Se sospecha en México que Carlos
Monsiváis se ha clonado. No hay tertulia literaria,
lanzamiento de libro o marcha que
se precie, sin él. Todos se preguntan cómo se las arregla
para aceptar
los más inverosímiles compromisos. Lo mismo está ahí para
hablar del
Emascarado de Plata que del subcomandante Marcos. Puede
aparecer en la portada de una revista de corazón con Lucía
Méndez, actuar en una película de Gloria Trevi, subir al
escenario con su entrañable amigo
Juan Gabriel o polemizar con Octavio Paz.

"Monsi" -como lo llaman sus allegados- tiene el don de la
ubicuidad.
Es el gran cronista de Ciudad de México, ese monstruo de 20
millones de
habitantes que muchos entenderíamos menos sin su lúcida
disección.

Erudito como pocos, poseedor de un sarcasmo demoledor y de un
lenguaje particularísimo, Monsiváis es el crítico implacable
de la vida política y pública, de lo que pasa o dejar de pasar
en México.

Recorriendo los resquicios innombrables de la capital,
Monsiváis ha
documentado las miserias humanas, la lumpenizada vida
nocturna, los
prejuicios más ancestrales de los mexicanos, así como las
luces de
esperanza y la algarabía subversiva del placer.

Autor de innumerables prólogos, artículos y libros -Días de
guardar,
Entrada libre, Lo fugitivo permanece, Los rituales del caos- y
poseedor
de varios premios literarios -el Mazatlán, el Xavier
Villaurrutia-, su
fuerte es el género de la crónica.

Inagotable fábrica de ideas, sus opiniones siempre son
noticia. Se ha
convertido en una luminaria -como tantas estrellas del
espectáculo que
acarrean fans ávidos de autógrafos-, al tiempo de ser una
verdadera
institución de la vida cultural del país, un escritor
emblemático del
siglo que termina.

A poco de su llegada a Quito, donde participará como jurado en
el
Concurso de Periodismo Símbolos de Libertad, Monsiváis dialogó
con HOY.
-A muchos sorprende esa capacidad suya para estar en todos
lados.
¿Cómo lo logra?

-Si me lo plantea como una hazaña, me deprimo. Siento que es
el
resultado natural de mi curiosidad, no es un mérito, sino el
fruto del
morbo más esforzado. Para mí, enterarme de lo que ocurre
hasta dónde se puede, es parte del homenaje al morbo que todos
tenemos y que yo reconozco sin problemas. Me interesa saber
por qué María Félix continúa siendo una figura tan relevante o
asistir al velorio del líder sindical Fidel Velásquez, a la
extraordinaria llegada de los zapatistas a Ciudad de México o
al entierro a pausas del PRI. Lo que sucede es que he
ampliado el temario de mi revista Hola, donde en lugar de las
cursilerías de los dizque aristócratas, incluyo política,
espectáculo, vida literaria y social.

-¿Nunca puede decir que no?

-Es que siento que es grosero decir que no, me educaron en la
cortesía
del altiplano, ese "me hace usted el favor de saludarme", ese
"mande
usted". Eso puede ser mortal porque uno parece que ofende
diciendo que no, pero luego uno siente que ofendería más
cumpliendo con el
compromiso.

-¿Cuál es su lugar en el mundo intelectual mexicano? ¿Hay
quienes lo
relegan al "estrato menor" del periodismo?

-A lo mejor, pero no me ofende, porque soy periodista, esa es
mi
actividad fundamental. Sin embargo, ya no existe en México
ese mundo
intelectual tan organizado y férreo como en los años 60. Hay
tal
variedad de grupos, de revistas, de puntos de vista, que al
perderse el
centro, cada uno ve a los demás como puede. Ya no hay un
criterio
jerarquizador, eso se acabó en la vida política y literaria.
Sólo
quedan dos criterios jerarquizadores en México: el voto, cada
vez más
respetado, y el rating.

-El gueto intelectual en México ha sido implacable.

-En la medida en que ha sido gueto. Cuando hay gueto hay
canibalismo,
sin duda. Pero Carlos Fuentes, Octavio Paz, Jaime Sabines,
Elena
Poniatowska, José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, no son figuras
de
guetto, son figuras cosmopolitas, internacionales.

-Su trabajo está marcado por un fuerte localismo, no ha hecho
crónica
de otras ciudades de América Latina, por ejemplo.

-No, porque sería superficial. Prefiero el localismo a la
banalidad.

-Dicen que usted era muy pesado cuando adolescente, era un
"sabelotodo".
-Sí, no sé cómo lograba soportarme a mí mismo.

-Y cambió con el choque que le produjo su encuentro profundo
con Ciudad de México.

-Sí, porque si algo enseña esta ciudad es la humildad, aquí no
se puede
ser vanidoso, quien lo es no ve a la Ciudad de México. Este
es un
monstruo inmanejable, una sucesión de tumbas: las tumbas del
embotellamiento, de las colas, del metro, de la inversión
térmica, de
la doble delincuencia, la oficial y la amateur.

-¿Cómo ha evolucionado su relación con la ciudad en estos
años? Ha
dicho que ya no tiene esa capacidad permanente de asombro y
que más
bien siente una nostalgia del presente.

-Sí, en el sentido de que esta ciudad propone más de lo que se
puede
asimilar, y tengo nostalgia del presente, de lo que estoy
viviendo.

Hoy esta ciudad es un milagro, que no permite otros milagros.
El
milagro es que exista, que funcione. Pero estoy seguro de que
vive una
lenta agonía.

-Usted no es guadalupano, no bebe tequila, no le gusta el
fútbol.
-Y detesto las corridas de toros...

-¿Dónde está la "mexicanidad" de Monsiváis?

-Me sé todas las estrofas del himno nacional, lo que casi
nadie.

Reconozco un 40 por ciento de las estatuas de los héroes de
Paseo de la
Reforma, identifico el origen del 20 por ciento del nombre de
las
calles de Ciudad de México y soy capaz de recordar todos los
presidentes mexicanos de este siglo. Hasta allí llega mi
mexicanidad,
que es de orden cuantitativo: ya que no pude tener la
cualitativa -la
del tequila, por ejemplo- alguna me quedaba.

-"El nuevo catecismo para indios remisos" (1996) es su primera
y única
obra de ficción. ¿Es usted un narrador frustrado?

-No.

-¿Un poeta frustrado?

-Eso sí, yo iba a ser un gran poeta, de eso no tengo la menor
duda.

Cuando leí los poemas que había escrito, me convencí de que
iba a ser
un gran poeta en mi siguiente reencarnación, y como no tenía
tanta
paciencia, decidí cancelarme como poeta y transformarme en un
lector de poesía.

-¿Le hubiera gustado el showbusiness?

-No, no creo, además de tímido soy un cínico, no tengo la
menor
capacidad de actor, soy un desastre. El espectáculo como
divertimento
está bien, pero se pierde muchísimo tiempo, todas esas horas
muertas de los actores me parece lo más imposible de soportar.

-¿Qué le dice hoy, a tres años de la insurrección en Chiapas,
el
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)?

-Lo que ha hecho el EZLN por México es extraordinario, colocó
al tema
indígena en un primer plano en el que nunca había estado.
Nuestra
deuda con el EZLN es increíble. Salinas de Gortari, el peor
presidente
de México, siguió tratando el tema con respuestas epidérmicas
y
seudofilantrópicas, y el EZLN desbarató toda esa demagogia en
un sólo
día.

-¿Qué conoce de Ecuador, de su literatura?

-Conocí Quito, estuve tres días, sentí que es una ciudad que
no es el
"milagro". Me interesó mucho la discusión sobre la educación
religiosa
en las escuelas públicas, y es imposible no seguir noticias
como la de
Bucaram y el grupo de música paraguayo. Pero no se publica
mucho en la prensa mexicana. De literatura, a Miguel Donoso
Pareja, Jorge Carrera Andrade, Benjamín Carrión. Después tuve
un deslumbramiento de lectura poética con César Dávila
Andrade. Pero tampoco hay librerías aquí donde pueda
conseguir literatura ecuatoriana contemporánea. (DIARIO HOY)
(P. 7-B)
EXPLORED
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