Quito. 25.08.91. El funcionario judicial era implacable; estas
deudas se pagarían aunque fueran del municipio capitalino y
así fue como ordenó el embargo del vehículo del Alcalde.
Esperó en el estacionamiento del cabildo hasta que le trajeran
las llaves.

Entonces apareció un hombre alto, de mediana edad, vestido
como un obrero (con chaqueta y gorra) que le extendió el
título de propiedad del vehículo en cuestión. El alguacil
constató su error: ese carro era propiedad del alcalde, no del
municipio; por lo tanto no procedía el embargo.

Finalmente, el funcionario se calmó y pidió al hombre: "por
favor, llámele a su jefe". El trabajador sonrió y contestó:
"yo soy el Alcalde".

Jaime del Castillo mantiene la misma sonrisa, más de veinte
años después. Nos recibe en su oficina de la fábrica Ilepsa y
nos relata su vida.

Es el mayor de cuatro hermanos que triunfaron en la vida, pese
a provenir de un hogar muy pobre. Su padre era telegrafista y
su trabajo lo obligaba a trasladarse continuamente. Jaime
nació en Otavalo y hasta los doce años llevó una vida de
gitano.

Si bien su educación primaria trascurrió en Otavalo, Quito,
Tulcán, Ibarra, Sangolquí, la secundaria fue más estable.
jubilado su padre, se había dedicado a la carpintería
radicándose en la capital, en el barrio de San Roque.

Jaime del Castillo fue un buen alumno en el Colegio Mejía
(hasta obtuvo una beca) pero no era el más brillante pues "no
se puede ser un gran estudiante cuando se tiene hambre".
Estando en cuarto curso, tuvo un incidente con uno de los
profesores y -pese a tener solo 16 años- se fue como
conscripto a la frontera (­en 1941!)

Después de esta singular experiencia, continúo sus estudios
secundarios y salió de bachiller del colegio Mejía. Luego
ingresó a la Universidad Central a estudiar jurisprudencia.

"Mi obsesión era ser profesional por la difícil situación que
nos tocó vivir", revela este hombre de 66 años que sigue muy
activo. Justamente esa inmunidad a la fatiga le ha hecho un
triunfador. En aquella época, aparte de su carrera
universitaria, él trabajaba en lo que asomara; fue vendedor de
múltiples mercaderías y también pasó por el departamento de
publicidad de El Comercio.

Entonces obtuvo un puesto en la Compañía Shell; trabajaba en
el Oriente durante las vacaciones y continuaba en clases el
resto del año. Empezó como peón, pasó a ser mensajero, luego
oficinista y finalmente estuvo en el departamento legal;
además Jaime del Castillo fue un dirigente sindical.

Se casó joven y supo atender a su hogar, a su trabajo y a sus
estudios. En 1950 se graduó de abogado y empezó a ejercer su
profesión. A pesar de las dificultades de un profesional
pobre, se daba tiempo para jugar fútbol.

"Luego tuve la suerte de conocer a un gran ecuatoriano para
quien guardo reverencia: Eduardo Salazar Gómez, quien hizo su
fortuna en EEUU e invirtió todo en el Ecuador. El me nombró su
apoderado general. Si algo sé, se lo debo a Salazar Gómez".

"Cuando el murió, se fue un pedazo de mi vida", asegura Jaime
del Castillo, "porque quienes hemos nacido pobres siempre
necesitamos alguien que nos ayude y él me ayudó".

Eduardo Salazar Gómez debía ser el candidato liberal en las
elecciones de 1956 pero sucedió lo mismo que le pasó al
"hippie" Huerta en 1978: Raúl Clemente Huerta, a último
momento, apareció como flamante candidato presidencial por el
partido.

"Como consecuencia de esa traición -práctica común de algunos
liberales- Salazar Gómez se enfermó gravemente y murió en
1958. Yo juré que algún día me vengaría", confiesa el antiguo
burgomaestre.

Y antes que transcurrieran diez años lo logró. Así llegaría un
chagra a ocupar el sillón de los Jijón y Caamaño, Andrade
Marín, Chiriboga Villagómez o Espinosa Moreno. Porque ya lo
dijo Cervantes: "La verdadera nobleza consiste en la virtud".

Poco tiempo después de la muerte de Eduardo Salazar Gómez,
Jaime del Castillo fue nombrado consejero de Estado en
representación de la ciudadanía a petición de Carlos Julio
Arosemena Monroy. Un año después -en 1960, a sus 34 años- se
convirtió en Ministro de Estado.

José María Velasco Ibarra, por cuarta ocasión, era presidente
de la República. Uno de los políticos de más influencia en el
régimen, Galo Martínez Merchán, fue quien recomendó el
nombramiento: Jaime del Castillo, Ministro de Gobierno.

Durante el largo mes que desempeñó sus funciones, "sufrí mucho
-porque Velasco así era- pero también aprendí mucho y conocí a
un grupo de velasquistas que más tarde habrían de ayudarme",
comenta el ex alcalde.

Después de su acelerado apogeo y ocaso en el cuarto
velasquismo, Jaime del Castillo se dedicó a sus negocios
particulares y a su otra pasión: el fútbol, donde formaría
AFNA.

En 1966, Patricio Romero y un grupo de liberales le
propusieron un quinto puesto en su lista de concejales.
Exagerado, como buen auquista, él respondió que ya era
candidato para la alcaldía (una noticia de la que él mismo se
sorprendió cuando se oyó a sí mismo pronunciarla).

Y entonces recurrió a sus antiguos amigos velasquistas para
organizar la campaña. Y les ganó a los liberales. Y cumplió su
promesa de vengarse. Y llegó a la Alcaldía. "Y ahora qué
hago?". Y se puso a trabajar.

El municipio quiteño de entonces era muy pobre, con pocos
ingresos y muchas deudas. Pero en base al esfuerzo combinado
del alcalde y de unos excelentes ediles (Luis Ponce Cevallos,
Alvaro Pérez, Asdrúbal de la Torre, entre otros)hicieron una
gran labor. Construyeron muchos de los actuales pasos a
desnivel de Quito y -contando con el apoyo moral de Carlos
Mantilla Jácome, fundador de El Comercio- edificaron el actual
Palacio Municipal.

Tras la dictadura civil de Velasco Ibarra, se retiró a su vida
privada. Dejó su antiguo barrio de La Gasca y se fue a vivir
en Guangopolo. En 1972 fue designado gerente de Tesalia,
embotelladora del agua mineral Güitig, cargo que ejerció hasta
hace pocos meses, cuando la empresa pasó a manos de un grupo
de inverisonistas guayaquileños.

Jaime del Castillo tiene 5 hijos, 14 nietos. Sobre sus gustos
gastronómicos, advierte: "Me gusta la comida de chagra. El
arroz de cebada, las coladas (antes le llamábamos mazamorras),
los locros, los aguacates, los llapingachos, todo eso me
encanta. También le diré que siempre que salgo a caminar,
llevo un pedazo de raspadura en mi chompita". (B-3).


EXPLORED
en Ciudad N/D

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