Quito. 22 abr 97. Alexis de Tocqueville advertía en La
Democracia en América sobre los peligros de la democracia. Uno
de los más graves era la posible imposición aplastante de la
mayoría sobre una o varias minorías discordantes. El ejemplo
más claro lo acabamos de tener en Ecuador el año pasado,
cuando por la vía democrática el poder lo tomó un
representante del despotismo y el autoritarismo.

La tesis del plebiscito como máximo instrumento de la
expresión popular pasa en estos momentos, además, por varias
singularidades que han destacado numerosos analistas políticos
y jurídicos, particularmente la mágica espacialidad
temporal-coyuntural de su convocatoria.

El plebiscito es regularmente la última arma del orden legal,
un recurso válido ante el estancamiento, en forma de obstáculo
o de incapacidad, de ciertas reformas o políticas de estado:
el razonamiento es "que el pueblo decida". Por otro lado,
paradigmáticamente, tenemos la famosa primera pregunta del
cuestionario elaborado por el presidente Alarcón y el ministro
Verduga, una suerte de "aprobación" de lo actuado por el
Congreso en febrero.

¿La imagen de quién?

El plebiscito como parteaguas de la inmaculada concepción del
¿nuevo? Ecuador. Pueden esgrimirse, por parte del gobierno,
razones válidas e insoslayables que van, nuevamente, más allá
de la legalidad; una legalidad formal que no necesitaría,
aparentemente, tal ratificación. La necesidad está en otra
parte. Ciertamente en el concierto internacional, donde la
campaña de Bucaram no ceja, por lo menos, en confundir a
inversionistas y grupos de poder de importantes países.
Ciertamente, también, en la perpetua búsqueda de consensos que
ha marcado la vida política del principal protagonista de esta
nueva tragicomedia plebiscitaria, Fabián Alarcón. El muñequeo
de juntar la destitución de Bucaram con su nombramiento como
presidente interino era tan avisado que lo que sorprende es
que alguien se sorprenda. Lo que sí sorprende es que en aras
de dar una impresión democrática, quede la impresión de que el
problema de la vicepresidenta Arteaga será solucionada vía el
Congreso como mejor les parezca.

La apuesta del todo o nada de Alarcón es relativa en todos
sentidos: amén de la remota posibilidad de que la pregunta sea
votada negativamente, su legitimidad, la suya propia, poco
habrá ganado con la ficción de cobijarse tras el descontento
ciudadano. El peor escenario posible, como sea, es que en
lugar de beneficiarse de ese fenómeno, su jugada actúe al
revés, contaminando un proceso que, a pesar de su vacío legal,
fue apoyado por millones de personas. ¿Habría entonces que
chartear un vuelo a Panamá y devolverle la banda presidencial
a Bucaram y olvidar mochilas y peñarandas y asociados?

La feria de la alegría

La temporalidad suspendida o ciega que nos plantea la consulta
se reafirma en la pregunta cuatro, relativa a los gastos
electorales, situación que ya fue consultada y legislada y
sobre la cual, simplemente, a pesar del famoso "ejecútese" no
se ha ejecutado absolutamente nada. Igual pasa con la negativa
de retirar la pregunta siete, que hace referencia a la pérdida
de registro de los partidos que durante dos elecciones
seguidas no hayan alcanzado el cinco por ciento de la
votación, ley promulgada por el Congreso apenas cuatro días
después de la rueda de prensa de Alarcón.

Ésta ha sido, hasta ahora, la muestra más concreta de las
divergencias entre Verduga y el presidente del Congreso, Heinz
Moeller, arquitectos y aliados en la destitución de Bucaram.
Moeller ha puesto reparos, también al cuestionamiento sobre la
ahora bautizada Asamblea Nacional.

Amén que la nomenclatura intenta solucionar la divergencia
entre "Constitucional" o "Constituyente", amén que la misma
resolución del seis y el 11 de febrero daba como un hecho su
realización, amén de muchas cosas, Moeller ha cuestionado que
no se pregunte si se debe reformar la Constitución para crear
la figura de "Asamblea" (con el nombre que fuese). Parecería
se olvida que en nuestra Carta Magna tampoco existe la figura
de presidente interino.

Los temas nacionales

No se puede, empero, agrupar en un sólo paquete a todas las
interrogantes. El plebiscito es una realidad, y como tal vale
una reflexión profunda y por separado en los temas factibles
de convertirse en una verdadera opción, sobre todo en lo
referente a la despolitización de la justicia. El "¿cómo?" es
lo que sigue flotando en el ambiente. Igual ocurre en el caso
de la composición de los miembros de la mencionada Asamblea,
donde se ofrecen dos posibilidades: la elección directa de
todos sus miembros o de sólo una parte, mientras la otra parte
se conformaría con designaciones de la sociedad civil.

La historia reciente, sin embargo, muestra demoledoramente la
utilidad, el propósito y los logros obtenidos a través de las
consultas populares en estos 18 años de vida democrática.
Mientras en el 87, la derrota del plebiscito sobre las
candidaturas de los independientes fue más bien un rechazo al
gobierno del ingeniero León Febres-Cordero, las consultas del
arquitecto Sixto Durán-Ballén no provocaron, en los hechos,
ningún cambio sustancial en la institucionalidad del país que
no fuera precisamente en los puntos donde el pueblo se expresó
en contra, sobre todo respecto al enarbolado plan de
modernización del estado de Durán y Alberto Dahik.

El electorado, la nación pues, aparece como un simple
artificio que sólo es respetado y efectivo en cuanto cumpla
con los requerimientos que desde el poder se van trazando, de
cuando en cuando y de manera coyuntural, como "objetivos
nacionales". Disyunciones como la elección de diputados,
consejeros y concejales por lista completa o personalizada
(pregunta cinco), o la posibilidad de elegir diputados en una
segunda vuelta electoral (pregunta seis) no pasarían de ser un
simple remiendo a la tempranamente desgastada
institucionalidad del país. Más todavía cuando en esta última
pregunta se introduce un guiño al proponer como alternativa
"una elección especial en caso de no existir segunda vuelta",
vuelta de tuerca que daría mucho qué pensar en cuanto a una
dedicatoria para un candidato en especial.

La fortaleza de la democracia no se hallaría simplemente del
lado de mayores vías de gobernabilidad, sino en el ejercicio
democrático constante de la ciudadanía. (Texto tomado de la
Revista VISTAZO No. 172)
EXPLORED
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