Quito. O4.11.90. Juan Valdano, cuencano, de 51 años, llegó a
la novela por los caminos del ensayo. Primero escribió un
estudio sobre Albert Camus. Después dedicó varios libros a la
cultura nacional y propuso un orden y una interpretación de
ella bajo la guía del método generacional.

Hace pocas semanas apareció su novela "Mientras llega el día".
Juan es un trabajador tenaz, paciente. Su novela fue hecha
así, paso a paso, por más de tres años. Pero la prehistoria
se remonta a 1978 cuando intentó otra novela en torno al
primer gobernador de Cuenca, Antonio Vallejo. La obra fue un
fracaso. "No estaba lo suficientemente preparado ni maduro
para la novela", confiesa. Aquella construcción nonata dejó
un personaje, un ex jesuita con ideas de rebelión contra la
sociedad colonial. El germen de Pedro Matías, el protagonista
de "Mientras llega el día". En la prehistoria de la novela
cuentan también la investigación y lectura de centenares de
páginas de historia, crónicas y documentos. Pero ahora nos
interesa algo de la historia.

-¿Por qué el tránsito del ensayo a la novela?

-Al hacer una reflexión sobre la cultura nacional, me hundí en
la problemática del siglo XVIII quiteño. De modo que imaginé
una época no solamente en su ideología, en el trabajo de los
intelectuales, sino en su vida cotidiana. Me obsesionaron ese
siglo, la independencia, los personajes que encarnan la idea
de la revolución. Pero caí en cuenta de que la explicación
ensayística de una situación humana deja escapar la esencia de
esa situación. Yo creo que la novela es el género literario
que se acerca más a la reproducción de la totalidad del mundo.

-Pero hasta cierto punto, lo histórico es un pretexto en tu
novela. Hay en ella un sentido de contemporaneidad. El
fracaso de la utopía revolucionaria es tema muy actual. La
experiencia de los últimos años nos hace ver con nostalgia los
años sesenta y sus utopías...

-Sí. Los 60 tienen el testimonio de novelistas de mi
generación como Fernando Tinajero en "El desencuentro". Al
ubicar mi novela en otra época quise hacer una novela
histórica, pero no en el sentido de Walter Scott, una
reproducción del pasado. Por el contrario, traté de mirar al
pasado desde el ángulo del presente. En América Latina,
muchos han trabajado explícitamente en esta dirección: por
ejemplo, Fernando del Paso, en México. Yo no quise ser tan
explícito en la relación con lo actual. Hay ciertas claves...
Mi novela se hizo entre 1985 y el 88, cuando vivimos el
régimen autoritario de Febres Cordero y sentimos una presión
sobre la libre expresión de las ideas, un ambiente represivo,
un temor a decir la verdad. En mi novela, por ejemplo, las
ofertas de pan, techo y empleo aparecen como hechas al indio
por un escribano; también aparece el desdeño hacia el
intelectual, situaciones que vivimos con Febres Cordero...

-Cierta fe en las ideas como motor de los movimientos
históricos ¿no revela en tu novela un idealismo ingenuo?-Un
idealismo templado, diría yo. Pedro Matías se enfrenta a
otras situaciones. Sólo con ideas, libros o coplas no se
puede derribar el edificio colonial. Mi personaje es un
intelectual que dubita, pero al fin se decide por la acción.
Las gentes de los barrios le hacen ver que junto a las ideas,
importan los hechos. Los hechos colectivos le llevan al
torrente de la acción, lo desbordan.

-Junto al tema de la revolución, planteas en tu novela el
mestizaje. Este es un tema que tiene cierta tradición en la
novela ecuatoriana. Pienso en Icaza, y más cerca, en Eliécer
Cárdenas de "Háblanos Bolívar", novela en la que dos
monumentos, el del conquistador español y el de la cacica
indígena, son centro de la disputa de un pueblo.

-Desde que concebí la idea de escribir la novela pensé a mi
personaje como un mestizo cultural y de sangre. En "El chulla
Romero y Flores" hay un personaje desgarrado en su intimidad
por las dos raíces, la española y la indígena. Yo pensé en un
símbolo distinto. Pedro Matías sabe cuáles son sus ancestros.
En un capítulo central de la novela, una especie de descenso a
los infiernos, el personaje exorciza sus demonios, resuelve
las contradicciones, deja al lado al hombre viejo para empezar
a ser un hombre nuevo en busca de la justicia y la libertad.
Allí le ayuda Eugenio Espejo. También nuestros pueblos deben
resolver sus contradicciones e ir en busca de la justicia y la
solidaridad. Pedro Matías no teme al destino; lo afronta. No
tiene temores...

-Pero parece que hay un temor que no termina por resolver. El
amor...

-Exacto. Mi personaje no es una entelequía. Presintiendo la
cercanía de la muerte, vive la experiencia del amor.

-Pero resulta algo inverosímil la súbita relación carnal entre
Pedro y Judith.

-Es posible. Pero en el capítulo XX se justifica esa pasión
repentina, que parece de nuestros tiempos. Pero no
necesariamente debemos pensar que en el siglo XVIII estas
cosas se daban más lentamente que ahora. Una sociedad pacata
y reprimida podía crear los mejores motivos para una relación
amorosa súbita. Las pasiones son iguales ayer y hoy.
-Encuentro en "Mientras llega el día" una composición bien
pensada, consciente. ¿Cómo escribiste tu novela?

¿Primero hubo un plan o no tenías plan previo y los
acontecimientos te llevaron conforme escribías?

-Primero tuve necesidad de escribir. Me obsesionaron ciertos
temas, quise tentar los caminos de la imaginación. Pero no
tenía idea de cómo iba a ir. El personaje central estuvo
estuvo en mi mente. Empecé a escribir y conforme avanzaba
todo iba tomando cuerpo, sentí la necesidad de ver la novela
en su totalidad. Entonces me preocupé del diseño general. Al
leer la novela actual había añorado acción, aventura,
anécdota... En ella se había renunciado a contar, y había
mucho discurso filosófico, existencial. Y había también mucho
cortazarianismo. Yo quería -uso algo que dijo Cecilia Ansaldo
de mi novela- recuperar el placer de la lectura; quería que se
me entendiera. Por supuesto, además de contar una historia,
me preocupa el problema estético. La novela es un sistema
lógico de implicaciones. Por ello el cuidado que puse en la
estructura de mi novela. Los pocos cabos sueltos fueron
conscientemente buscados.

-Pero ¿por qué explicar tanto? ¿No es peligroso en tu novela
esa manía de claridad? La ambigYedad, al fin y al cabo, es un
fenómeno del signo poético.

-En el campo de la lógica de las acciones la novela es una
estructura de explicación.

-No hablo de ese plano.

-Los implícitos están en el símbolo, en el sentido mismo de la
obra. El lector tiene que descubrirlos.

-Como lector, siento un afán de investigación también en el
lenguaje de tu obra. Usas ciertas palabras-testigos como para
crear la ilusión de verdad.

-Ese léxico nos da las pistas de un mundo material y humano
que estuvo vigente. Utilicé algunas voces de uso culto para
evocar la época, pero para recrearla básicamente con el
lenguaje de hoy.

-En la tarea material de escribir tu obra ¿cómo procediste?

-Escribí diariamente, dos o tres horas. Fue un trabajo arduo,
obsesivo. Cada jornada de trabajo tenía dos etapas: primero
corregía lo escrito el día anterior, después avanzaba.
Escribí a mano, con lápiz. Esto me permitía borrar. No me
gusta la página llena de manchones.

-¿Y después de poner el punto final a "Mientras llega el día:
¿has tenido la tentación de corregirla una vez más?

-Sería un tormento como el de Sísifo. (C-3).
EXPLORED
en Autor: Diego Araujo - [email protected] Ciudad Quito

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