Beirut. 21.09.93. La tripulación anuncia el aterrizaje del vuelo
en Beirut, pero para el recién llegado parecería que hay una
equivocación. Lo primero que se ve son soldados sirios apostados
cerca de la escalinata del avión. Luego del chequeo de pasaporte
con la policía local, dos agentes del servicio de inteligencia
sirio verifican nuevamente el documento y formulan una que otra
pregunta. Finalmente, cuando el viajero tiene más tiempo para dar
una mirada a su alrededor en la sala del aeropuerto, decenas de
afiches con el rostro del presidente de Siria cubren las paredes.
Un sonriente Hafez Assad da la bienvenida a los viajeros. Solo
algunos afiches con la tradicional figura del árbol de cedro de
Líbano corroboran el anuncio de llegada a Beirut.

Esta no es la única sorpresa. A poco menos de un kilómetro del
terminal, en la vía hacia la capital, un Ayatolah Jomeini de casi
cinco metros hace su aparición. La figura completa del fallecido
líder de la revolución iraní está pintada sobre madera y se alza
al lado de una estructura que parece una especie de arco, toda
recubierta con banderas negras y extractos de El Corán en rojo. A
medida que se avanza por la carretera figuras parecidas de
Jomeini y otros mártires de guerra y líderes musulmanes chiítas
sobresalen en los suburbios de Beirut suroeste. Los carteles
ponen una nota de color entre casas de cemento a medio construir
mientras se escucha la lectura de El Corán por el altoparlante de
las mezquitas y entre los transeúntes se distinguen mujeres
cubiertas con túnicas negras que solo dejan ver sus rostros.

Poco a poco y en la medida en que se entra a Beirut, los puestos
se control del ejército, sirio o libanés, se vuelven más
numerosos. Las casas a medio construir se convierten en edificios
parcial o totalmente destruidos. La vía conduce directamente a la
Plaza de Mártires: de lo que fuera uno de los centros de la vida
libanesa, solo queda el monumento que da nombre a la plaza y que
evoca la lucha contra el imperio otomano a comienzos de siglo. El
resto es un gran espacio de desolacion, ciscos, estructuras
derrumbadas, grandes huecos en lo que queda de las calles. Además
de estar parcialmente destruídas todas las paredes están
literalmente agujereadas por los proyectiles. Esa es la muestra
de años de 17 de guerra, que comenzaron como un enfrentamiento
entre milicias para convertirse en una guerra civil y luego un
conflicto regional de medio oriente.

Como si el horrible panorama a su alrededor no existiera, dos
furgonetas se han instalado cerca de la explanada para poner un
café al aire libre. Sillas de plasticos de vivos colores,
parasoles y hasta una carretilla con limones. Atraídos por la
clientela, algunos vendedores ambulantes exhiben postales de lo
que fue Beirut y hasta monedas que dicen datar de la epoca de los
fenicios.

El mar de la destrucción

Elías Elghoul, un libanés que emigró al Ecuador hace algunos años
y que ahora es nuestro guía y anfitrión, intenta dar sentido a
las ruinas explicando qué eran esos edifios destruídos y quiénes
se encargaron de destruirlos. "Este era un cuartel de la OLP y
fue destruído durante la invasion israeli en 1982". "Este otro
era un hotel y aquí pelearon cristianos contra musulmanes". "Eso
que usted ve allá -solo queda la pared del fondo- era la embajada
americana y le pusieron una bomba, creo que fueron los
Hezbollah". "Este otro fue entre cristianos, falangistas contra
el ejercito del general Aoun". Y asi sucesivamente, hasta que sus
palabras pierden el sentido y suenan como eco entre el mar de
destruccion.

La línea de fuego que dividió por muchos años la ciudad entre
Oeste y Este es irreconocible entre los escombros. Beirut Oeste,
una esquina en el meditárreneo, fue tradicionalmente el enclave
de los libaneses musulmanes y de los refugiados palestinos. El
este el de los cristianos, ahora extendido sobre una veintena de
kilómetros hasta lel lujoso balneario de Jounieh. Durante la
guerra, en un intento de crear un mini-estado cristiano con
autonomia económica, los maronitas construyeron otro puerto
internacional en Jounieh, la bahía más hermosa del litoral
libanás, ahora desfigurada por una urbanización acelerada y
caótica.

En Beirut oeste, otrora metropoli de banca, finanzas y placer con
grandes hoteles que recibían a los multimillonarios del Medio
Oriente, dos ciudades distintas pero entrelazadas, intentan vivir
una frágil paz entre las ruinas y el neón. Entre el antiguo
centro totalmente destruído y el boulevard del Mediterráneo,
avenidas llenas de almacenes, boutiques, librerias, cafés, cines,
parecen recrear una imagen del centro de cualquier ciudad
próspera de la riviera francesa o italiana.

Basta tomar una calle secundaria para que la ilusión termine
instantáneamente. Al cabo de algunos pasos los edificios siguen
en el mismo estado de destrucción ennegrecidos por el humo de las
explosiones. Allí solo hay pequenas tiendas y talleres de
mecánica, vuelven a imperar las banderas negras y los carteles de
mártires de guerra. Las mujeres que se ven en las aceras visten
de negro entero o, en otro caso, cubiertas el pelo. Allí se ve la
pobreza de quienes, en la mayoria refugiados chiítas del sur de
Líbano, llegaron a instalarse ilícitamente en los departamentos
semidestruídos y de otros, que sin tener dónde ir, tuvieron que
quedarse durante los 17 años de guerra soportando la violencia de
los bombardeos y la arrogancia de las bandas paramilitares.

Al caer la tarde, los afortunados que tienen un hogar fuera de
las zonas más destruidas cierran sus negocios o dejan sus
oficionas. Los cristianos, en particular, se precipitan sobre la
autopista del litoral donde el tráfico, en un 80% mercedes benz,
se vuelve imposible. Los embotellamientos pueden durar horas
porque esta es la única vía que conecta el Beirut de ayer con las
nuevas urbanizaciones y las playas privadas de la zona maronita.
Un rincón en crecimiento permanente a lo largo del Mediterráneo,
donde un departamente de tres dormitorios cuesta 120 mil dólares.
Donde tiendas exclusivas venden ropa de marca de 500 dolares y
pululan bares, discotecas y casinos de lujo que intentan competir
con los de Cannes o Mónaco.

Para los jovenes cristianos, el Beirut de que se enorgullecen sus
abuelos, ese centro de la "Suiza de Oriente" como se llamaba a
Líbano, ya no existe. Ni siquiera lo conocen porque por 17 años
no pudieron visitarlo por temor a la muerte. "Es lleno de
musulmanes y es sucio", como dice Mireille, una cristiana
maronita de 29 anos para quien es imposible comprender por qué
los extranjeros van a visitar la parte occidental de la capital.

Un sentimiento comprensible por el saldo de 120 mil civiles
muertos porque petenececian a una y otra comunidad y que hasta
empiezan a afectar al visitante. La sed y los 38 grados de
temperatura nos obligan a entrar a una especie de café en una
casa semidestruida. Mi companero de viaje, Marc, y yo nos
sentamos en la única mesa que posee el local luego de pedir
nuestros jugos de mango. Súbitamente, mi mirada se detiene en una
pequeña imagen de Jomeini pegada sobre el medidor. En la otra
pared, un gran poster del mismo líder nos sonríe entre frutas
tropicales. No puedo evitar ponerme nerviosa, aún más cuando las
próximas clientes son dos chicas totalmente cubiertas de esa
túnica negra que señala su obediencia a las austeras costumbres
chiítas y que me hacen sentir casi desnuda porque no tengo
cubiertos los hombros. Pero me miran sin hostilidad y de modo
casi divertido, mientras el propietario nos sirve con toda la
cortesia posible. Al salir, sin embargo, uno siente una tonta
sensación de alivio.

Decidimos probar suerte y "jalar dedo" para regresar hacia el
este desde el no tan terrible barrio musulmán de Beirut. George,
un joven de alrededor de 25 anos nos recoge. Luego de las
preguntas habituales nos demanda si somos católicos,
especialmente porque soy de Latinoamérica. Entonces dice "Qué
bueno, porque todos los extranjeros que nos mandan últimamente
son ateos y a esos los mandamos donde los musulmanes, porque son
la misma mierda".

Los 17 años de guerra civil han dejados los rastros no solamente
en las paredes o edificios sino también en el corazón de los
libaneses. Estos últimos dos años de paz, caracterizados por
vuelos diarios de aviones de combate israelíes sobre Beirut y
bombardeos ocasionales del Estado judío en Líbano, han encendido
una esperanza, a pesar de todo. En el discurso público se habla
ahora de reconcialiación y reconstruccion, dos metas que parecen
casi inalcanzables. En el caso de la reconcialiación porque
cientos de miles de muertos y 17 años de guerra no son fáciles de
olvidar en un país que todavía busca su identidad, árabe o
fenicia, oriental u occidental, y en donde se interpreta la
historia en una decena de versiones diferentes de acuerdo a la
decena de comunidades religiosas a la que se pertenezca. Y,
además, donde se mantiene un sistema de gobierno denominado
"confesionalismo", es decir, las funciones del Estado se reparten
de acuerdo a la religión de la población, sin dejar lugar a
partidos donde predomine la política y no la identidad religiosa.

En el caso de la reconstrucción porque a "grosso modo" costaría
13 mil millones de dólares y hasta el momento solo se han
obtenido 1,2 miles de millones, la mayoría provenientes de
donaciones, individuales o gubernamentales. A pesar del optimismo
del gobierno, que incluso ha presentado un proyecto para
convertir al centro de Beirut en una mezcla de campos Elíseos y
Manhattan, los inversionistas siguen cautelosos: la paz es muy
frágil. Mientras, los libaneses intentan rehacer sus vidas sin
pensar en las posibilidades de que el ejército sirio no se retire
nunca, que los Hezbollas -apoyados por Irán- tomen las armas
nuevamente o que Israel vuelva a atacar en represalia a los
bombardeos palestinos en su territorio. Posibilidades que
dependen más del desarrollo de los acontecimientos luego del
acuerdo de paz entre Israel y Palestina y entre Israel y el mundo
árabe. (12A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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