Machala. 13.07.93. "Diga la sociedad lo que quiera, pero esto es
un trabajo, tienen que admitirlo. Yo no veo ninguna diferencia
con otras profesiones". Sobre su cuerpo han pasado probablemente
miles de hombres y sin embargo habla así, con voz alta, en un
tono acusador, desafiante y casi con arrogancia.

Marcia Ortega Valencia es una mulata de Milagro de 33 años, de
resonante voz y facciones endurecidas, que sonríe con facilidad y
alegría. Es el rostro de las dirigentes de un nuevo tipo de
organización, inédita, que está cobrando fuerza en el país, y que
acaba de tener un primer encuentro nacional en Pasaje, provincia
de El Oro.

Son las trabajadoras sexuales que desde 1982, en que
constituyeron su primer sindicato en Machala, han venido
trabajando silenciosa e incansablemente por lograr una carta de
reconocimiento de una sociedad que las margina y estigmatiza.

El éxito de la reunión fue sorprendente. Concurrieron delegadas
de 17 ciudades del país. Pero este éxito no fue gratuito: fue el
fruto del trabajo paciente y perseverante de varios meses de las
dirigentes de la Asociación de Mujeres Autónomas 22 de junio de
Machala, que durante el último mes recorrieron todo el país
motivando entre sus compañeras de oficio la concurrencia a este
encuentro singular.

El financiamiento vino del exterior. De la Organización de
Mujeres de Holanda Mama-Cash y del Fondo Global de Apoyo a la
Mujer de California, EEUU.

El eje organizativo estuvo a cargo del grupo de apoyo integrado
por Rosa Manzo Rodas, Marena Briones Velasteguí -coautoras del
libro "Nosotras las señoras alegres"- y Tatiana Cordero, jóvenes
intelectuales que desde algún tiempo, en una actitud solidaria,
ajenas a prejuicios y mojigaterías, orientan y estimulan su
organización.

Para Rosa Manzo el encuentro rebasó todas las expectativas,
porque a pesar de su falta de experiencia, "resultó un gran
encuentro", que se reflejó en el nivel que alcanzaron las
discusiones, en el interés, entusiasmo y capacidad de trabajo de
las participantes.

Al observarlas, nadie podría haber pensado que se trataba de las
señoras que venden su cuerpo. Instaladas en una sencilla pero
confortable hostería, San Luis, ubicada en medio de las montañas
a 30 kilómetros. de Machala, sus deliberaciones transcurrieron en
un ambiente de seriedad, de camaradería, matizadas por
apasionadas intervenciones, denuncias, que, quien no estaba
avisado, habría imaginado que se trataba de un encuentro más de
mujeres.

Sus objetivos, como lo señala Tatiana Cordero, eran muy claros:
posibilitar un espacio para que las trabajadoras sexuales se
encuentren y puedan articular sus intereses, preocupaciones y
necesidades.

Perseguidas e infamadas, siempre estuvieron a la defensiva; ahora
se lanzan a la ofensiva: "... A veces también compadecemos a la
sociedad, porque si ellos nos llaman sucias, las boquitas
pintadas, yo le digo que quien realmente es sucia es la
sociedad", afirma con acidez Ana Carpio Rivadeneira, de la
Asociación 18 de Febrero de Loja.

Resulta entonces comprensible que en una de las resoluciones más
importantes del encuentro rechazaran la denominación de
prostitutas, meretrices, putas o rameras...

Rosa Manzo aclara que dichos términos se asocian al vicio, la
degeneración, la delincuencia. La tipificación de trabajadoras
sexuales, afirma, rompe con la hipocresía social, demuestra que
son mujeres que desarrollan actividades de sobrevivencia.

Hipocresía que Martha Marchán, de la Asociación de Machala, la
entiende a su modo: "Hay personas que no ejercen nuestra función,
decentes como quien dice, y son católicas y hacen peores cosas...
tapaditas, ¿no?".

"La sociedad rechaza a las trabajadoras sexuales al mismo tiempo
que las fomenta. Ahí está esa realidad y resulta que en esa
realidad están absolutamente segregadas, no se les reconoce sus
derechos", comenta Marena Briones.

Según las leyes del país ejercer la prostitución no es un delito,
es cierto, pero las trabajadoras sexuales son una especie de
parias. Obligadas a ejercer un oficio degradante, desde el punto
de vista de la sociedad y la ley son tan poca cosa, que ni
siquiera pueden servir de testigos en un juicio. Perseguidas por
la policía, explotadas por rufianes y los dueños de prostíbulos,
están al margen de los servicios de salud y seguridad social, a
lo que se suma la humillación de ser carnetizadas.

"Genetizadas" como se expresó en el encuentro. Por eso se
planteó su derecho a la salud integral tanto desde el punto de
vista físico como emocional. Que los carnets de salud, como por
ejemplo el del SIDA, tengan validez nacional y que los exámenes
profilácticos se realicen en cualquier centro de salud y no
necesariamente en un lugar donde solo concurren las mujeres
dedicadas al comercio carnal. Porque para ellas estar en dichos
lugares es como hallarse en un apartheid. Es, a su modo de ver,
una humillante forma de segregación social.

Por eso el Estado fue puesto contra la pared. Desde la acusación
de ser un Estado-proxeneta (porque a través de impuestos y tasas
lucra de la prostitución), hasta la de haber dejado a un lado sus
responsabilidades.

A tono con estas consideraciones el encuentro aprobó demandar la
construcción de guarderías infantiles para sus hijos, reformas a
los reglamentos del IESS para posibilitar su afiliación masiva,
reformas al Código Penal y al Código de Procedimiento Civil que
garanticen la plenitud del ejercicio de sus derechos
individuales, y que se despliegue una campaña intensiva de
educación a los clientes sobre el SIDA, ya que, incluso en el
caso de los profesionales, se niegan a usar el condón,
exponiéndolas al riesgo de contagio, porque ellas, afirman,
tienen dichos exámenes en regla.

Mas, por ahora, sus principales enemigos son considerados los
dueños de los prostíbulos. Gozan de un odio visceral. "Nos
explotan, viven de nuestro cuerpo", expresan.

Por ello, una de las principales resoluciones fue la de poner en
marcha proyectos para financiar, construir y administrar sus
propios locales de trabajo. En Huaquillas, por lo pronto, ya
tienen un terreno propio.

También el encuentro fue turbado con graves denuncias. El
tráfico y explotación de un número cada vez más creciente de
menores de edad, la venta de vírgenes y la indiferencia y
complicidad de las autoridades. En Cuenca los dueños de
prostíbulos amenazaron "de muerte" a las delegadas para tratar de
impedir que concurran al encuentro o que organicen allí su
sindicato.

No dejaron también de escucharse también testimonios
sobrecogedores "... Imagínese, recién me conversaron un caso real
de una compañera y la hija que trabaja en el mismo sitio. Esa
niña es una pelada, tiene 15 años creo, y trabaja junto a la mamá
ahí al ladito del cuarto...", nos cuenta Martha.

Este encuentro es la culminación de una tenaz lucha iniciada hace
once años. Es la reunión más importante tras la asamblea de 1987
en Machala a la que concurrieron 300 trabajadoras del amor al
aprobarse el primer sindicato de un género en América Latina.
Para ellas es "... como quien dice salir de este lodo", dicho en
boca de Marcia. Y empiezan a cosecharse los primeros frutos:
canales de televisión, revistas, diarios nacionales, emisoras y
periodistas extranjeros llegaron para cubrir el encuentro.

Las "sin voz" empezaron a tener voz. Agresivas, llenas de rencor
a veces, calcinantes, pero voces al fin. Por lo pronto se
preparan para entrevistarse con los ministros de Salud y de
Bienestar Social y para el nuevo encuentro nacional, esta vez a
celebrarse en Quito en 1994.

Ellas ya hablan por sí mismas. Escuchemos a Martha: "Somos seres
humanos... No sé por qué la sociedad piensa que porque somos así
no tenemos sentimientos, no tenemos corazón, no tenemos familia,
no tenemos hijos, no podemos ser amadas, queridas".

Las parias de la sociedad, reclaman su espacio. Mejor dicho: ya
lo tienen. Y la sociedad tendrá que reconocer sus derechos.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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