El asesinato de Yitzak Rabín, a manos de un extremista judío, un año después de que el líder israelí firmara, en 1993, en Camp David, un acuerdo de paz con el presidente de la Autoridad Palestina, Yasser Arafat, bajo el auspicio del presidente Bill Clinton, hizo temblar a la región, pero no fue obstáculo para seguir construyendo la paz, aunque esta siempre haya sido frágil. No hay que olvidar que, por años, tanto la Unión Europea, cuanto Estados Unidos no cejaron en impulsar los diálogos entre las partes en conflicto, y por eso fue posible mantener un estado más o menos de tranquilidad en una zona caracterizada por el miedo y la desconfianza. Pero los tiempos han cambiado. Desde varias partes del planeta, por ejemplo, se está reclamando por una acción más decidida de la administración Bush, pues se considera que no está haciendo los esfuerzos necesarios para evitar que, a diario, mueran decenas de inocentes a manos de los extremistas de las partes en conflicto. Y es que las pocas veces que George W. Bush se ha referido al conflicto lo ha hecho para "condenar" a Palestina, a pesar de que el resto del mundo cuestiona también al primer ministro Ariel Sharon, por su línea extremadamente dura. La actitud del jefe de la Casa Blanca ha sido criticada, incluso, dentro de su país por analistas y políticos, que dicen no entender la posición del Gobierno. Quien fuera consejero de Seguridad del presidente Clinton, Sandy Berger, se ha lamentado diciendo que: "Bush se ha desentendido del Oriente Medio". Pero para el resto del mundo también resulta inexplicable la tibia y tardía reacción de las Naciones Unidas. Y más aún que ahora no esté haciendo el esfuerzo suficiente para hacer cumplir su resolución 1402, que ordena el retiro hebreo de los territorios palestinos. En esta misma línea, la Unión Europea tampoco ha hecho un pronunciamiento en concreto para presionar al cese de hostilidades, a pesar de que hasta hace poco, la presencia continua de su delegado en Israel fue muy apreciada, ya que se afirmaba, tenía "más presencia" que el enviado de Estados Unidos, Anthony Zinni. Pero lo que está pasando estos días en el Oriente Medio es terrible. El mundo contempla, con horror, las masacres de inocentes, a manos de verdaderas bombas humanas, en las que se transforman los extremistas de Hamas, Yihad Islámica o Al Fatah, brazos armados de los palestinos. Asimismo, mira con asombro los tanques de guerra que cruzaron la Rivera Occidental, cedida bajo acuerdos al pueblo palestino, y la destrucción que provocan al derribar cientos de viviendas, sin importarles que estuvieran habitadas, por lo que la muerte sobre todo de mujeres y niños palestinos, a manos de soldados judíos es elevada. El fin de semana, en cambio, soldados armados ingresaron a las oficinas de Yasser Arafat, enardeciendo el ánimo de la comunidad árabe mundial. La represalia fue inmediata, con un acto demencial: una bomba humana en una cafetería hebrea y la muerte de varios inocentes. Las Naciones Unidas están obligadas a actuar con prontitud, sin esperar que Estados Unidos decida una intervención en la región, porque alguien tiene que parar este desangre en Tierra Santa. El organismo tiene fuerza coercitiva, y eso debe usar. Kofi Anan no puede esperar que Yasser Arafat deponga las armas y ordene el fin de los ataques, o que Ariel Sharon saque los tanques de los territorios palestinos, regresando al status quo de antes de que él visitara la mezquita de Al Aqsa, y se iniciara una nueva intifada. Hay que actuar y pronto.

EXPLORED
en Ciudad QUITO

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