Cuenca. 10.05.93. (Editorial) De pronto, los cuencanos comenzaron
a hablar de cotas, del espejo y se volvieron expertos en calcular
volúmenes, presiones y alturas. Todas las conversaciones giraban
en torno al Paute, al Jadán y a la Josefina.

Y sin embargo de todo esto, no dejaron de ser poetas. Durante
los días de la tragedia se publicaban en El Mercurio versos de
las más disímiles facturas. Rosalía Ortiz de Moreno, por
ejemplo, decía: "La voz de la esposa llamando al esposo/ no
sonará jamás/ en aquellos verdes jardines y vergeles/ de nuestros
paseos/ pedazo de nuestra infancia,/ nuestra mirada se extasiaba/
con tanta belleza desaparecida para siempre".

"Es que para el cuencano se ha perdido parte de la vida", me
explica el sociólogo Lucas Achig que, aunque es quiteño, de tanto
vivir aquí ya hasta canta su poquito. Dice que el cuencano es
poeta, amante del paisaje y de los fines de semana bucólicos. Y
es, además, bohemio. "Por eso lo del Paute es un golpe al
sentimiento, un golpe al modo de concebir la vida".

Tal parece que el lodo enlodó también el corazón del Austro. Y
se convirtió en limo fértil para la nostalgia.

Pero también para el humor, inundacción en la que los más
damnificados resultaron los cañarejos que, según dicen, hasta
mandaron a construir un marco para el espejo de agua. Y después
lo devolvieron, porque el espejo se rompió. Dicen también que el
lago que se formó se llamaba Titi-caca. Y que Titi está en el
Azuay. Y dicen que los azogueños llegan cansados a Cuenca porque
ya no hay El Descanso. Y que han comprado toda la existencia de
limones, para tener un Lago Agrio propio.

Aun en el mismísimo Paute no dejó de aflorar el humor. Un
periódico mimeografiado, "El Pauteño" (que tiene el epígrafe de
"Unidos somos más fuertes") trae, luego de insuflar optimismo,
invocar solidaridad y proporcionar utilísimas instrucciones, una
sección alhajísima en que vienen pastillitas como éstas: En vista
de que las cooperativas de transporte no dan servicio hacia
Cuenca, hoy vinieron cinco helicópteros.

Y otra: -Mi coronel, las carpas están perforadas y con goteras.

-Sí, pero cuando llueve nomás gotea.

En Paute también hay espacio para el arte. Ahora, el grupo de
títeres La Rana Sabia ha venido a entretener a los niños con "Las
aventuras de Pastorín" y "El león y el ratón". Ante el teatrino,
los ojos de los chicos vuelven a brillar de gusto. "En medio de
la tragedia -me dice Fernando Moncayo- la actitud de la gente es
muy positiva, hay enorme entusiasmo para salir adelante, para
construir algo distinto". Y entonces me cuenta que la
experiencia de vivir un mes en las carpas ha sido para los niños
como unas vacaciones que les ha permitido jugar todo el día en
lugar de ir a la escuela. Y añade: "Pero ahora empieza el drama
verdadero ante la inseguridad de la gente que no sabe dónde irá a
vivir una vez que se desarmen completamente los campamentos".

De pronto, con ese ser luminoso que es monseñor Luna, nos
detenemos en una bella quinta a la que el agua respetó por
completo, a la entrada de Paute. Allí, un matrimonio espera al
obispo. Los dueños le enseñan la casa minuciosamente, habitación
por habitación, y le hacen caer en cuenta de ciertos enseres.
Después, desde el jardín, damos un vistazo a las cuatro hectáreas
de la propiedad. Entonces la pareja le entrega un manojo de
llaves al obispo. "Tome monseñor, desde ahora la quinta es
suya", le dicen. "Nosotros no podemos llevarnos estas tierras en
nuestro atáud porque no entrarían en él", bromean. "Usted sabrá
darles el mejor uso para beneficio de la comunidad". Se hace el
silencio. Un silencio que rezuma amor. Amor al prójimo. Amor a
Cristo. Un silencio que explota en el silencio de un abrazo.

No solo los mayores actúan así, me dice después monseñor Luna.
También la juventud. Una juventud que muestra una absoluta
colaboración en todo. Que va hacia el cambio.

Y yo pienso que en Cuenca algo muy hondo está ocurriendo. Algo
extraño -que sobrecoge- flota en el ambiente. Algo que contagia.
Es como si de pronto se hubiera descubierto que el yo vive en el
otro. Y por el otro.

Para ese cura en serio que es Hernán Rodas (de esos que se juegan
por lo que creen, de esos que se juegan por hacer del Evangelio
algo tangible) hay en la gente una transformación en el diseño
participativo. "Sí, la gente se está cohesionando,
interviniendo, haciendo. Y por eso no hay aquí en Paute solo
lágrimas y desesperación, sino también trabajo y alegría".

El gordo Montesinos es un médico pediatra gordo. Tan gordo, que
tiene el corazón del tamaño de la barriga. Con él hablamos de
mujeres. Me dice que ellas han tenido un rol fundamental en esto
de la reconstrucción, hasta el extremo que su presencia en la
sociedad será valorizada de distinta manera. Y me habla de la
valentía de la mujer del campo. Y me hace su diagnóstico sobre
cómo luego de este desastre la mujer azuaya tendrá otra
dimensión.

Después, en la redacción del periódico, Thalía Flores me empieza
a contar lo que era Paute para los cuencanos no solo en la
historia sino adentro, en la mentalidad: un símbolo de que en
Cuenca todo lo mejor y lo más bello estaba al alcance de la mano.
Por eso, "esto es un golpe a nuestro ego", dice.

Un golpe del que se van reponiendo paulatina, dolorosamente.
Pero del que saldrán vivificados.

Eso es seguro.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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