España. 02.05.94. Los pasos de Nelson Mandela son tranquilos;
su orgullosa y cálida mirada identifica al hijo de un jefe de
tribu xhosa, al luchador indomable que ha sabido enfrentarse
durante sus 76 años de vida al imperio de los blancos. Los
rasgos de su rostro son duros, con unos pómulos prominentes y
un mentón altivo que están coronados por un cabello blanco
nacido durante 28 años de cárcel.

El impecable Frederik William de Klerk, de 58 años, aún
presidente de Sudáfrica, es muy distinto: oculta tras su cara
de Papá Noel sin pelo el pragmatismo de una mente fría que ha
sabido reconocer el fin de la época racista. De una familia de
rancio abolengo político, dejó su despacho de abogado en la
provincia conservadora de Trasvaal para entrar en el Partido
Nacional, el que ha dirigido al país en este siglo y el que
engendró el sistema del apartheid (segregación racial).

De Klerk y Mandela son dos antítesis que se hicieron síntesis
en un proceso de reforma constitucional que culmina con las
elecciones del 27 de abril. El cambio de colores en Sudáfrica
se inició cuando De Klerk sacaba de prisión al líder del
Congreso Nacional Africano (CNA) en 1990 y lo sentaba en su
despacho para hablar de reconciliación racial. Para los
afrikaners radicales, el presidente se convertida en el
traidor que vendía la patria a los comunistas negros; para los
demás, estos dos hombres que ganaran el premio Nobel de la Paz
en 1993 trabajaban para acabar con una larga y sangrante
injusticia que está a punto de terminar con las primeras
elecciones libres: el apartheid.

Sin embargo, el futuro de este país dista mucho de presentarse
claro. Es más, hasta una semana antes de los comicios
persistían los interrogantes sobre la posibilidad de una
guerra civil en el territorio de Kwazulú-Natal. Al final, los
zulúes aceptaron participar en las elecciones al acceder
Mandela y De Klerk a modificar la nueva Constitución para
conceder a su provincia una amplia autonomía en su región
étnica. Así pues, aunque el apaltheid formal ha terminado,
esto no significa el fin de los problemas en Sudáfrica.

El país comenzó su camino hacia la democracia multirracial en
1989, con el anuncio del presidente, Frederik de Klerk, de su
intención de poner fin al aportheid y de abrir el camino hacia
la <>. Ese proyecto quedó ratificado en el
referéndum celebrado en marzo de 1992, en el que el 68 por
ciento de la población blanca decidió apoyar las reformas.
Numerosas voces en Sudáfrica mantienen que esta decisión, que
De Klerk exhibe como su máxima credencial, era la única
posible ante la situación de insurrección civil y de violencia
descontrolada, además de la presión internacional. La
transición política, sin embargo, no desembocará en unas
elecciones realmente normales hasta 1999, fecha prevista para
los segundos comicios democráticos.

El proceso ha sido largo y laborioso. La primera fase se
inició con la legalización de los partidos y la liberación de
Nelson Mandela, en 1990; la firma del Acuerdo Nacional para la
Paz (1991); las negociaciones Codesa (Convención para una
Sudáfrica Democrática) y la redacción de una Constitución
transitoria. Además, se pusieron en marcha varios órganos
provisionales consensuados entre las fuerzas politicas con la
misión de asegurar la limpieza de las primeras elecciones
democráticas. Así se creó el Consejo Ejecutivo Transicional
(CET), un gobierno paralelo con competencias sólo en materias
relativas a las elecciones, y la Comisión Electoral
Independiente (CEI), encargada de organizar los comicios.

Cuando los sudafricanos acudan a las urnas se marcará el
comienzo de la segunda etapa de la transición. se elegirán una
Asamblea Nacional y un Senado que redactarán la Constitución
Nacional sudafricana. A imitación de los parlamentos
bicamerales (de hecho, la Constitución

Transitoria está notablemente influida por la Carta Magna de
Estados Unidos), el Senado tendrá funciones de cámara
territorial, con diez senadores por provincia,
independientemente de su peso demográfico. De los resultados
de las elecciones depende también la composición del futuro
Gobierno de Unidad Nacional, en el que estarán representados
proporcionalmente todos los partidos que hayan obtenido al
menos 20 escaños. Si las previsiones se confirman, el CNA
obtendría entre el 60 y el 70 por ciento de los votos, y la
segunda fuerza política, el Partido Nacional de De Klerk,
obtendría entre el 15 y el 20 por ciento de los sufragios.
Mandela tiene asegurada la Presidencia del Gobierno y De Klerk
una de las vicepresidencias. La gran duda que las elecciones
han de disipar es si el CNA superará los dos tercios de los
votos emitidos, lo que le permitiría aprobar en solitario el
texto constitucional.

- Los sudafricanos también elegirán sus cámaras regionales,
con un mapa provincial del país recién estrenado que modifica
totalmente la estructura administrativa y organiza el Estado
en torno a nueve provincias con un importante nivel de
autogobierno (ver mapa). La pertenencia a una u otra unidad
administrativa podrá ser modificada, por medio de un
referéndum, en los distritos disputados por varias provincias.
Las cámaras provinciales también tienen que elaborar sus
respectivas constituciones, dentro del margen de competencias
que la Constitución interina les otorga.

Una vez culminado el proceso constituyente, a más tardar en
1999, se convocarán nuevas elecciones con las que, esta vez
sí, quedará concluida la transición política.

Bajo la atenta mirada del mundo entero, Sudáfrica se dispone a
terminar con el último vestigio de racismo legal del mundo
contemporáneo. También a transformar una sociedad basada en un
sistema de apartheid político y social en una sociedad
democrática en la que todas las razas tengan los mismos
derechos formales y la integración sea una realidad. Sin
embargo, como en muchos otros países en vías de desarrollo, el
que cada ciudadano tenga un voto no garantiza unas elecciones
libres y democráticas. La falta de cultura electoral y la
intimidación restan validez y credibilidad a las elecciones y
pueden minar las esperanzas depositadas en el cambio si, el
día después, no existe consenso sobre la limpieza de las
elecciones.

Por esta razón, la Comisión Electoral Independiente está
llevando a cabo una enorme campaña de información con el fin
de educar al votante sobre el funcionamiento de las
elecciones, su trascendencia y lo que hay que hacer para
votar. Las organizaciones independientes y los partidos
políticos también desarrollan sus programas educacionales,
hasta el extremo de enseñar cómo se dibuja una cruz para que
los votantes puedan marcar la casilla de su elección en las
papeletas.

Incluso la acreditación para votar es un problema en un país
en el que una gran parte de los votantes carece de cualquier
documento que pueda probar su identidad. El Ministerio del
Interior ha preparado un sistema extraordinario de emisión de
acreditaciones provisionales a través del cual cualquier
persona que afirme ser sudafricana y que se presente
acompañada de un testigo mayor de edad que corrobore esta
afirmación obtendrá un carnet de identidad sudafricano o una
tarjeta provisional de votante. Evidentemente, esta facilidad
para obtener la nacionalidad está siendo aprovechada por
inmigrantes ilegales, pero no existe otra alternativa para no
dejar fuera del proceso a todos aquellos que, en gran medida a
causa del apartheid, nunca se preocuparon de tener un
documento de identidad.

Sin embargo, la intimidación tiene una solución más difícil.
La espiral de violencia, especialmente en las provincias de
Pretoria Witsvatesraan Vaal (PWV) y Kwazulú-Natal, ha ido
aumentando progresivamente a medida que se acercaba la fecha
de los comicios y el odio y la tensión entre los seguidores de
los diferentes partidos se han incrementado. Tanto que desde
el 31 de marzo han muerto más de 250 personas por
enfrentamientos partidistas. Los zulúes del Partido de la
Libertad Inkatha (PLI) y el CNA se reparten el territorio de
Kwazulú-Natal por microcomunidades. Con frecuencia, un mismo
poblado está dividido en dos zonas, cada una controlada por
uno de los partidos enfrentados.

Los partidarios de las dos formaciones se conocen entre ellos
y a veces incluso tienen vínculos familiares, lo que no es
obstáculo para que acaben a tiros.

Por otra parte, aunque el voto es secreto (la CEI no se cansa
de repetirlo), los que deseen votar difícilmente podrán
ocultar su visita al colegio electoral. La posibilidad de un
castigo ulterior-la casa quemada o una emboscada en el camino-
puede inhibir a un número importante de votantes. A pesar del
acuerdo alcanzado por el líder zulú, Mangosuthu Buthelezi, con
De Klerk y Mandela sobre los comicios, las intenciones de las
bases del Partido Inkatha son mucho menos claras. Por ello, el
Gobierno de De Klerk ha efectuado un despliegue de fuerzas de

seguridad sin precedentes en la región con el objetivo de
cortar la violencia intimidatoria y de custodiar los colegios
electorales para que los votantes puedan ejercer su derecho
libremente. El resultado, de momento, no está claro, ya que el
número de asesinatos y de incidentes se ha disparado en las
últimas semanas.

La logística misma de la votación es otro problema: la CEI ha
tenido que crear de la nada una infraestructura electoral
completa, ya que el antiguo aparato, además de ser
insuficiente, no puede utilizarse porque no ofrece garantías
de imparcialidad. Aún así, la CEI ha tenido que recurrir a
antiguos comisarios electorales ante la falta de personal
calificado y el escaso éxito de sus demandas de voluntarios a
causa del riesgo que supone estar directamente implicado en el
proceso.

Entretanto, la selección de los colegios electorales, el
establecimiento de oficinas, la organización de los equipos
humanos y la compra de material informático se están
realizando a toda velocidad. Pero llevar la democracia hasta
las regiones más recónditas del país tiene un costo de más de
200 millones de dólares aproximadamente 30 veces más que
cuando las elecciones eran solamente para blancos y la CEI
tiene dificultades para pagar. Finalmente, habrá que esperar
hasta el anuncio de los resultados y de las conclusiones de
los observadores internacionales para poder afirmar que
Sudáfrica ha llevado a cabo sus primeras elecciones
democráticas, justas y libres.

RITMO TRAGICO

Las manifestaciones y marchas que proliferan estos días en
Sudáfrica son una explosión de vida, de color y de ritmo. Las
de los negros, se entiende. Llegan a la cita con horas de
retraso sobre el horario previsto, en autobuses llenos a
rebosar que, además de transportar personas, sirven como
instrumento de percusión que los pasajeros golpean con furia
al ritmo de sus cánticos. Se les siente venir desde lejos:
bum, bum, bum, bum, bum, bum, hasta que, cuando el chófer
apenas ha comenzado a reducir la velocidad, saltan del
vehículo a la vez que gritan-un grito agudísimo, como el
relincho de un caballo-para celebrar el encuentro con los
compañeros ya congregados. Hay de todo: niños semidesnudos,
niñas con lacito, viejos con bastón, mamás gordas y
sonrientes, guerreros armados con lanza y escudo (las armas
tradicionales del pueblo zulú), individuos mal encarados,
colegios enteros de adolescentes...

Cada partido tiene su estilo: el Inkhata organiza
disciplinadamente a su gente-las mujeres primero, después los
niños, los guerreros los últimos; cada grupo claramente
diferenciado y con un servicio de seguridad sin miramientos
que no duda en ordenar la marcha a latigazos-. A su vez, las
concentraciones del CNA tienden a ser más desordenadas y
promiscuas.

Pero a todos les gusta cantar y bailar. La celebración
comienza con un toy-toy masivo, al son de innumerables voces,
todas afinadas, que cubren el espectro tonal con una precisión
impensable en un estadio de fútbol europeo. Hay solistas
espontáneos, capaces de poner la piel de gallina a cualquiera
con una melodía improvisada, coristas vocacionales que
responden a la invitación y contrabajos que marcan la cadencia
con su voz grave y profunda. Los cuerpos reaccionan como un
resorte al estímulo de la música. Nadie puede escapar del
ritmo y la inmensa mayoría retuerce toda su anatomía o se
balancea: un compás sobre el pie derecho, un compás sobre el
pie izquierdo -esto es el toy-toy-, con una gracia envidiable.

Luego vienen los discursos de los líderes de turno que exaltan
aún más el ánimo de la concurrencia. Tal vez alguien, llevado
por el entusiasmo, dispara un tiro al aire, al amparo de la
muchedumbre, iniciando así el proceso perverso de mutación de
la alegría en odio. Otros responden. Simpatizantes del partido
rival, que casualmente estaban por allí, lo interpretan como
una provocación y se arma el tiroteo.

UN REY EN LA REPUBLICA

Hasta el inicio del desmembramiento del sistema del apartheid
y, formalmente, hasta la entrada en vigor de la Constitución
interina prevista para la víspera de las elecciones, Sudáfrica
se componía de cuatro provincias gobernadas por blancos, y
cuatro estados independientes y seis territorios autónomos
gobernados por negros. La independencia de estos estados y
territorios era sólo política y parcialmente administrativa.
Lo cierto es que su dependencia económica del resto de
Sudáfrica es total y la separación administrativa era
fundamentalmente una forma de organizar geográficamente el
apartheid, de tal manera que los negros que vivían de y para
las industrias y las plantaciones de los blancos regresaban
cada noche a dormir a sus territorios cerrados.

Ahora, con la Constitución interina, todo el territorio
nacional queda unificado bajo el Gobierno central, desaparecen
los territorios autónomos y los estados independientes, y el
Estado se estructura en nueve provincias que gozarán de un
consejo ejecutivo y de una cámara propios. El desmantelamiento
de las administraciones autónomas se ha ido realizando de
forma muy diversa en cada uno de los territorios: desde la
intervención por la fuerza del Gobierno de Sudáfrica en
Bophuthatswana hasta la cesión, más o menos pacífica, de
competencias en Transkei, en donde el 14 de abril se arrió la
bandera símbolo de su independencia.

Kwazulú es, y será formalmente hast la entrada en vigor de la
Constitución transitoria, uno de los seis territorios
autónomos. Aquí viven gran parte de lo ocho millones de zulúes
sudafricanos, aquí también vive su rey, Goodwill Zweletini. El
drástico cambio de tono de lo líderes zulúes, desde las
amenazas de guerra civil iniciales hasta la reciente
aceptación de los comicios, es el resultado no sólo de la
presión política y de la fuerza militar también es fruto de
los esfuerzos conciliatorios de De Klerk y de Nelson Mandela.
Así, se acordó un cambio constitucional para dar más poderes
al rey zulú.

La Constitución transitoria preveía en su capítulo 11 el
reconocimiento de las autoridades tradicionales y de las leyes
indígenas. Pero no hacía mención explícita de la monarquía
zulú y establecía claramente la supremacía de las leyes del
Estado sobre las leyes tradicionales. Tampoco hacía previsión
alguna sobre una estructura administrativa específica para las
autoridades tradicionales, ni sobre su financiación. Ni
Buthelezi ni el rey podían aceptar estas condiciones, ambos
consideraban que la soberanía de su pueblo no quedaba
garantizada, y por esta razón se habían apartado del proceso
constitucional.


* Texto tomado de CAMBIO 16 # 1.171 (p. 20, 21, 22 y 23)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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