Quito. 31 dic 96. Diciembre de 1996. En medio de las ventas
de gorras que dicen "Caterpillar", de bolsas gigantescas con
galletas Universal en forma de animalitos, se arma una
trifulca que desmorona una canasta de manzanas.

En un gesto rápido, un hombre lleva su mano a la muñeca y mira
hacia las cuatro direcciones, fija los ojos frente a él y, en
un solo segundo, inicia una intrépida carrera. Su objetivo
está unos metros más adelante: es bajo y flacucho, de no más
de 15. En medio del estupor de los presentes, perseguidor y
perseguido esquivan a quienes lo interceptan.

Una cuadra más adelante, el perseguidor lo alcanza y lo toma
de la camiseta blanca, un reloj cae al suelo. El hombre
zarandea al ladronzuelo que mira para todos los lados. -"Yo no
fui. No hice nada".

- ¿Ah, si?. ¡¿No hiciste nada, cabrón?!

Agitado, el hombre avanza en medio de la multitud con el
muchacho. Algún transeúnte dice en voz alta, aunque con poco
interés: ¡Dale, dale duro! y sigue su camino. Ahora avanza por
la calle con el joven a manera de trofeo. El ladronzuelo mira
como si quisiera escapar. -'Yo no fui". El cazador empuja al
ladrón a un portal añil. Desde la calle, unos cuantos
transeúntes observan los golpes en la cara y las patadas que
se ciernen sobre el muchacho. De pronto, lo levanta
enfurecido, lo saca del portal y se lo lleva rumbo a La
Merced. Por el camino el "justiciero" pregunta: "-¡¿En dónde
están los negros?!-, ¡Llamen a los negros!?...

Una mujer se atreve a decir. ¡Ya suéltelo, que ya le devolvió
el reloj!. Las gotas de sangre que salen de la nariz del
ladrón se absorben en el pavimento. Un grupo de personas los
sigue de cerca.

El hombre coloca al ladronzuelo que llora en medio de la
Plaza. Un par de hombres armados con palos se colocan fuera de
la Plaza y dicen: -¡Ya vamos. Ahí vamos!. Pero nunca se
acercan. Dos dirigentes de la Ipiales aparecen en la Plaza y,
en lugar de organizar el linchamiento, le dicen al hombre deje
ir al muchacho. Incrédulo, el vengador los suelta.

Una vez libre, inicia la carrera más veloz de su vida. 'Sin
licencia para matar', el cazador se aleja frustrado diciendo:
"por eso les roban. Por eso les matan".

En la calle Ipiales no se ejecutó la "venganza popular". ¿Qué
hubiera pasado si los agobidos paseantes de la Ipiales,
concedían una licencia para matar?".

Seguramente, el ladrón hubiera corrido la misma suerte que el
sujeto que el 27 de diciembre pasado fue golpeado con un
garrote y quemado en una hoguera de ramas secas, en el barrio
Atucucho. Quizá, como en ese caso frente al cadáver los
paseantes se hubieran declarado inocentes.

Asesinatos

Pero, en los linchamientos no hay inocentes. Los casos
ocurridos durante 1996, demuestran que la gente autoriza,
presencia y participa de crueles asesinatos.

Demuestran, también, que luego del crimen, todos se encargan
de ocultar el rostro de los instigadores y de los responsables
directos.

Los linchamientos ocurridos en el país, el año pasado, y que
dejaron 22 muertos, fueron actos planificados, con el fin de
garantizar la muerte. En muchos de estos casos los implicados
hicieron gala de crueldad y ocultaron las huellas que
identificaban a los responsables directos.

Más aún, los linchamientos de los supuestos delincuentes no
ocurrieron al calor de los crímenes que desataron la ira de la
turba sino horas e, incluso, días más tarde, cuando
-aparentemente- la ira debía haber amainado.

Y, en la mayoría de los casos fueron linchados porque,
accidentalmente, aparecieron en medio de los "vengadores".
Ninguno fue encontrado in fraganti. Ese es el caso del sujeto
linchado en El Capricho y de los tres sujetos linchados en La
Mana.

Y, si se toma en cuenta el principio de la ley, todos esos
muertos fueron inocentes. Puesto que en la justicia de los
hombres, solo el juicio del Estado puede determinar lo
contrario. No se diga en la justicia divina.

Caravanas de venganza popular

Era la tarde del 16 de noviembre. El calor invadió Santo
Domingo de los Colorados. Sandro Nole, de 20 años, se disponía
a asistir a una fiesta; vestía camisa y pantalón de tela
ligera. Antes de salir le prometió regresar pronto.

Mientras Sandro se divertía en su fiesta, en algún lugar de la
ciudad, dos sujetos desconocidos asaltaban a un taxista. El
destino unió estas dos historias.

Cuando corrió la noticia, los taxistas se enfurecieron, se
armaron de machetes y organizaron una caravana para buscar al
asaltante. La noche del sábado llegaba a su fin.

Sandro salió en la madrugada del domingo 17 de noviembre con
algunos tragos encima. Cuando vio la caravana de taxistas, se
asustó y se escondió. Uno de ellos lo vio ocultarse y advirtió
a sus compañeros.

Armados como estaban, fueron a atrapar al asustado. Lo
subieron a uno de los taxis. El convoy se dirigió a un lugar
desolado.

Los taxistas sacaron a relucir sus machetes. Todos tuvieron su
oportunidad. Alguno dirigió su machete a la mano derecha e
hizo que ésta volara por los aires. Cuando la sangre inundó la
calle, los taxistas sacaron gasolina de sus autos y rociaron
el cuerpo ensangrentado y mutilado. Alguien encendió un
fósforo y las llamas del cuerpo de Sandro alumbraron la calle
y volvieron más calurosa a la ciudad. Solo entonces, la
caravana se retiró.

Después de este asesinato, los taxistas dijeron que están
cansados de ser víctimas de los asaltantes y que, por eso, se
han convertido en una especie de "cuerpo policial". En su
"código penal" solo existe la pena de muerte.

La conversión de los taxistas en un cuerpo "con licencia para
matar" también ocurrió el 12 de julio cuando dos personas,
acusadas de asalto, fueron torturadas, quemadas vivas y
arrojadas en el camino.

Y se vivió, nuevamente, en Machala, cuando Manuel Cárdenas
Cojitambo fue la víctima de una persecución policial de los
taxistas, que terminó con su vida. Extrañamente, también los
asesinos de los cinco sujetos en La Mana, eran transportistas.

(DIARIO HOY) (P. 10-A)
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