SIMULACROS EDUCATIVOS, por Fernando Tinajero

Quito. 06.01.91. No hace mucho, tomados de las manos para
formar una larga cadena, los niños y los jóvenes de las
escuelas y colegios celebraron el día de la Paz cantando al
unísono el Himno Nacional... Eso, al menos, es lo que dijeron
por la noche las emisoras de televisión, en cuyos noticieros
pudo verse una parte de la inmensa y conmovedora cadena que
simbolizaba la solidaridad entre todos los seres humanos,
mientras una funcionaria (que no lo es menos por ocuparse de
cuestiones de cultura) proclamaba el éxito del programa:
bastaba oírla para saber que la paz del mundo estaba
asegurada.

En forma coincidente, este diario publicó en esos mismos días
un artículo firmado por uno de sus más serios editorialistas,
quien hablaba de "los mejores colegios" de la capital.

Tomando como referencia los resultados de los dos últimos años
en el examen de ingreso de los bachilleres a la Universidad
Católica, el autor anotaba que sólo una decena de
establecimientos secundarios parece estar dando a sus
estudiantes la preparación adecuada, pues sólo de ellos podría
afirmarse que obtienen altos porcentajes de alumnos admitidos.


Privados aparentemente de toda relación entre sí, el ritual
público y el artículo de prensa tienen, sin embargo, un nexo
invisible que determina la unidad de su sentido.

En lenguajes distintos, y sin acuerdo previo, nos dicen que
los ecuatorianos estamos poniendo todo el empeño posible para
conseguir que nuestro futuro sea la reiteración anémica de
nuestro pasado: buscamos repetir, consolidar y consagrar la
cultura del simulacro.

Encaremos en primer término, por su mayor importancia, el
artículo mencionado. Puesto que su autor es un científico, lo
menos que se le puede achacar es el abuso (tan frecuente entre
nosotros) de los juicios de valor.

A primera lectura, el suyo es un artículo que exhibe a las
claras el sano hábito del razonamiento riguroso a partir de
datos objetivos. Una lectura más detenida, no obstante, pone
de manifiesto que esa objetividad no es más que un simulacro:
hay subjetividad en la elección de los datos y la hay en el
método.

Aparte de que el artículo da por cierto el supuesto
evidentemente falso de que la calidad de la enseñanza
secundaria debe medirse por el éxito o fracaso en el ingreso
de los bachilleres a la universidad (cosa que convierte a los
colegios en meros vehículos para el tránsito hacia un único
destino, que no es el más deseable ni el más necesario para el
Ecuador), cabe plantear, en efecto, algunas preguntas que
conciernen a la validez del método y de los datos que se
manejan.

¿En nombre de qué principio se pueden erigir los resultados de
los exámenes de ingreso a la Universidad Católica en medida
absoluta de la calidad de la educación ecuatoriana? ¿Se ha
demostrado previamente que esos son los mejores exámenes, los
más confiables, los más consistentes? ¿Por qué no se toman en
cuenta los que se aplican en la Escuela Politécnica Nacional o
en la Politécnica del Ejército? ¿Son suficientes los
resultados de los dos últimos años para fundamentar una
interpretación estadística que debe conducir a un diagnóstico
de tipo general? ¿Se han establecido las necesarias
correlaciones entre los exámenes que se rinden en cada una de
las Facultades? ¿Cuáles son los procedimientos de evaluación
que se practican? ¿Han sido ellos suficientemente
estandarizados, o responden al estado hepático de profesores
mal pagados y llenos de ocupaciones extrauniversitarias?

Si he de juzgar por lo que sé (que no va más allá de algunas
referencias indirectas acerca de los exámenes usados en una o
dos Facultades humanísticas) su nivel ha ido bajando
constantemente y ahora no son más que listados de preguntas
que sólo permiten medir la memorización de datos irrelevantes,
pero en ningún caso el razonamiento ni la transferencia del
conocimiento.

De ahí que esos exámenes, y los que luego suelen aplicarse
para la evaluación semestral, me hacen pensar que acaso la
evaluación sea uno de los puntos más flacos de nuestra flaca
docencia universitaria (pero eso no es más que un pensamiento
mío, que para poder elevarse a la condición de diagnóstico
exigiría una serie de comprobaciones rigurosas). Pero no es
eso todo.

A la poca o ninguna confiabilidad de los datos que nos ofrece
el artículo al que hago referencia (que haría inadmisible un
estudio serio sobre el tema, pero que acaso pueda ser tolerada
en un artículo de prensa), se agrega otra cuestión en la que,
según creo, se encuentra el problema mayor: consiste en que,
al tomar los exámenes como medida exclusiva para juzgar la
calidad de la enseñanza secundaria, se demuestra que aún
estamos lejos de entender la educación como un proceso de
formación completa y coherente de todos los niños y jóvenes,
pues nos encontramos anclados en aquella concepción (cuya
estirpe no hace falta mencionar expresamente) según la cual la
educación debe ser un proceso de selección de los "mejores",
cuyo resultado depende absolutamente de un criterio
cuantitativo.

En otras palabras, parece que nuestra educación sólo es
entendida como instrucción -es decir, como transmisión y
asimilación de datos que deben ser memorizados, sin que se
consideren para nada otros factores sin duda más importante,
como la capacidad para resolver situaciones nuevas a partir
del razonamiento sobre los datos, el desarrollo personal
armónico y la creación de valores.

En este sentido, cabe preguntarse si la educación informal que
dan los campesinos indígenas a sus hijos, aunque carente de
todos los datos que averiguan los exámenes universitarios, no
será más sólida que cualquier otra que se imparte en el país,
puesto que está dirigida precisamente a la formación de la
persona en función de valores individuales y sociales:
bastaría comparar el nivel de conciencia social de los pueblos
indígenas con el que adquieren los jóvenes mestizos que
asisten a las escuelas para echar luz sobre esta materia.

No obstante, en nombre de la "ciencia" (una ciencia concebida
al modo capitalista, es decir, como medio instrumental para
manipular la realidad, pero no para comprenderla, y concebida
además como una serie de parcelas incomunicadas) se nos habla
de la "calidad" de los colegios en función de la mejor o peor
información que ofrecen a sus alumnos, o, lo que es más grave,
en función de un éxito que es en gran medida aleatorio.

Si esto no es un estímulo para perfeccionar el simulacro
educativo que hemos practicado desde hace mucho, no entiendo
qué otra cosa puede ser aunque admito, desde luego, las
reservas expresadas por el propio articulista, cuya intención,
no lo dudo, ha sido la de reclamar un mejoramiento general de
la enseñanza.

Cabe pensar, por lo mismo, que es preciso evitar cualquier
enfoque parcial de un tema tan complejo, pues cualquier
enfoque de ese tipo puede llevar a engaño, y reconocer de una
vez la necesidad de emprender una real y profunda
transformación educativa que considere el sistema en su
totalidad, desde el nivel pre-primario hasta el de post-grado.

Sólo Así nos veremos libres de esos otros simulacros que
hablan muy claro de nuestro afán de lucir apariencias más que
de consolidar realidades.

La famosa "cadena de la Paz", más allá de lo que pudieron
mostrar las cámaras de la televisión, no fue más que una
comedia de mal gusto.

En las inmediaciones del Estadio Olímpico, donde se encuentran
tres colegios de los más importantes, el espectáculo que pude
ver fue muy distinto del que se destinó a la publicidad.
Arrancados de su trabajo cotidiano sin saber por qué ni para
qué, los estudiantes permanecieron por más de una hora en las
aceras, no se tomaron de las manos ni cantaron el Himno
Nacional, y regresaron luego a sus planteles sin entender con
qué propósito se les había llevado a la calle.

Lo único que vieron de bueno en el programa de marras fue que
les dio oportunidad de librarse de la lección no aprendida, de
la clase rutinaria, del exámen ineficaz, de la tortura
cotidiana..., pero no obtuvieron a cambio sino otra forma de
aburrimiento sin explicaciones.

Y como los jóvenes no soportan el aburrimiento, se dedicaron a
jugar y molestar a los vecinos, ante la mirada desolada de sus
maestros, que tampoco extendían nada. ¿Cómo convencerles de
que estaban participando en un acto simbólico y solemne, si no
veían símbolos ni solemnidad por ningún lado?

Evidentemente, quienes planearon el programa no pensaron que
los procesos de simbolización son mucho más complejos, ni que
tienen valor solamente cuando el acto exterior expresa de un
modo eficaz algo que ha sido previamente asimilado.

Sin duda, quienes planearon el programa creen también que la
calidad educativa sólo se mide por el resultado de exámenes
que averiguan por datos que a nadie importan. Pero es obvio
que este acto (más planeado para el lucimiento de los
funcionarios que para la educación de los jóvenes) no hace más
que manifestar de un modo expreso el simulacro del que antes
hablaba.

Nuestra realidad (que es la realidad de una sociedad violenta,
que empieza en el comportamiento agresivo de los conductores
de vehículos, pasa por los programas de la televisión y el
cine, y culmina en la delincuencia y en todas las formas del
abuso económico, político y social de los fuertes sobre los
débiles) quedó piadosamente escondida por la inefable "cadena
de la paz": manos que se toman las unas a las otras, un Himno
que se canta de mala gana, una funcionaria que no oculta su
euforia...

El simulacro de la paz es la máscara de una sociedad
desorientada que vive de bofetadas por correspondencia y de
escándalos políticos; la "educación" está consolidando el
modelo y asegurando que el futuro del Ecuador sea tan ficticio
como su pasado. (C-2)
EXPLORED
en Ciudad N/D

Otras Noticias del día 06/Enero/1991

Revisar otros años 2014 - 2013 - 2012 - 2011 - 2010 - 2009 - 2008 - 2007 - 2006 - 2005 -2004 - 2003 - 2002 - 2001 - 2000 - 1999 - 1998 - 1997 - 1996 - 1995 - 1994 1993 - 1992 - 1991 - 1990
  Más en el