norteamericana por este fenómeno crecientemente global.
Los sentimientos antinorteamericanos pueden ser, en ocasiones, superficiales insultos. Un reciente artículo del diario británico The Guardian dice que los norteamericanos tienen "un insecto en su colectivo trasero del tamaño de Manhattan" y sugiere que el estadounidense promedio "posee una personalidad intensa, carente de humor y proclive a la cháchara sicoanalítica". Además, está "muy convencido de su propia importancia".
Pero más seriamente, los sentimientos antinorteamericanos pueden ser contradictorios. Cuando Estados Unidos se negó a intervenir en Bosnia, eso fue considerado un error. Pero cuando luego intervino en Kosovo, eso también fue juzgado una equivocación.
También los sentimientos antinorteamericanos pueden ser hipócritas. Los comisarios de la cultura internacional critican la lamentable influencia de la cultura norteamericana que nadie les obliga a consumir, mientras usan blue jeans o pantalones Donna Karan, ingieren comida al paso, o la comida al estilo de Alice Waters, y tienen la cabeza llena de música, películas, poesía y literatura norteamericana.
También esos sentimientos pueden ir en la dirección equivocada. El lógico corolario de la oposición liberal en Occidente a la guerra de Estados Unidos contra el régimen de Kabul era que hubiera sido mejor si los talibanes continuaban en el poder en Afganistán. Y también puede ser desagradable. Como en el caso de la brigada postseptembrina de "se tenían bien merecido".
Sin embargo, durante el último año, el Gobierno del presidente George W. Bush ha cometido una serie de errores en política exterior, y la conferencia convocada por el Departamento de Estado debe admitir eso. Luego de su breve flirteo con la idea de crear un consenso internacional en la época del bombardeo a Afganistán, el osado retorno de Estados Unidos al unilateralismo ha enfurecido incluso a sus aliados naturales.
Una de las figuras importantes de los republicanos, James Baker, ha advertido a Bush que no debe ir solo, al menos en su intención de ‘cambiar el regimen’ de Iraq.
En las principales zonas de crisis, el Gobierno de Bush ha cometido graves equivocaciones. De acuerdo con una fuente del Consejo de Seguridad, la razón para la lamentable falta de acción durante la reciente crisis en Cachemira fue que Estados Unidos (con respaldo de Rusia) bloqueó todos los intentos de los Estados miembros para otorgar un mandato a las Naciones Unidas destinado a evitar que las cosas pasaran a mayores.
Pero si la ONU no puede intervenir en una agria disputa entre dos Estados miembros que poseen armas nucleares, con el propósito de desactivar el peligro de una guerra atómica, entonces ¿para qué sirve?
Muchos observadores de los problemas de la región también se preguntan por cuánto tiempo será ignorado por Estados Unidos el terrorismo en Cachemira, cuyos militantes cuentan con el respaldo de Pakistán, debido a que el régimen de Islamabad respalda la ‘guerra antiterrorista’ en su otra frontera.
Muchos habitantes de Cachemira deben sentirse furiosos de que su deseo por un Estado autónomo ha sido ignorado debido a la realpolitik de Estados Unidos en la región. Y a medida que el dictador pakistaní Pervez Musharraf capture más poder y cause más daño a la Constitución de su país, la decisión del Gobierno de Washington de considerarlo un campeón de la democracia le hará mucho daño a la ya escasa credibilidad norteamericana en la región.
Tampoco es Cachemira el único problema en el sudeste asiático. Las matanzas en el estado indio de Gujarat, en su mayor parte de musulmanes a manos de turbas fundamentalistas hindúes, han sido resultado de ataques planeados por organizaciones políticas hindúes. Pero, pese a los testimonios presentados ante una comisión del Congreso, el Gobierno de Estados Unidos no ha hecho nada para investigar organizaciones con sede en su territorio que financian esos grupos, como el Vishwa Hindu Parishad, o Consejo Mundial Hindú.
De la misma manera en que irlandeses norteamericanos en una ocasión financiaban a los terroristas del Ejercito Provisional Irlandés, ahora, varias organizaciones, a través de Estados Unidos, están ayudando a financiar matanzas en la India, mientras el Gobierno norteamericano se hace de la vista gorda.
Una vez más, la retórica de la ‘guerra antiterrorista’ luce como una cortina de humo para una persecución selectiva de venganza norteamericana. Al parecer, Usama Ben Laden y Saddam Hussein son terroristas. Pero no lo son fanáticos hindúes o asesinos en Cachemira. Y ese doble estándar crea enemigos.
Al calor de la disputa sobre la estrategia que se debe seguir contra Iraq, el sudeste asiático ha pasado a segundo plano. (La corta atención que dedica Estados Unidos a los problemas mundiales también crea enemigos). Y es en Iraq donde George W. Bush podría cometer su mayor error, desatando una ola de sentimientos antinorteamericanos factible de prolongarse una generación.
Es inevitable que las razones radiquen en el conflicto palestino-israelí. Aunque a muchos no les guste, gran parte del mundo piensa que Israel es el 51 Estado de la Unión. Y la obvia amistad de Bush con Ariel Sharon no contribuye a cambiar esa idea.
Por supuesto que los atentados suicidas son despreciables, pero hasta que Estados Unidos persuada a Israel que debe hacer un perdurable compromiso con los palestinos, los sentimientos antinorteamericanos continuarán creciendo. Y si, en la actual atmósfera, Estados Unidos se embarca en ese riesgoso operativo militar delineado por James Baker, entonces el resultado podría ser la creación de una fuerza unida islámica, el sueño de Ben Laden.
Casi con certeza, Arabia Saudí se sentirá obligada a expulsar a las fuerzas norteamericanas de su suelo (capitulando de esa forma ante una de las principales demandas de Ben Laden). Irán, que hasta fecha reciente libró una prolongada y brutal guerra con Iraq, seguramente apoyará al que fue antes su enemigo, y podría ponerse del lado iraquí en el conflicto.
Todo el mundo árabe se radicalizará y desestabilizará.
Sería una trágica ironía que la temida guerra islámica fuera causada no por la banda de Al-Qaida sino por el presidente de Estados Unidos y sus asesores más cercanos.
Habría que preguntarse si entre esos asesores figura Colin Powell, quien claramente prefiere la diplomacia a la guerra. Tal vez la decisión de convocar a una conferencia para discutir los sentimientos antinorteamericanos sea un medio de ofrecer claras evidencias a fin de respaldar la línea de diálogo propuesta por Powell y socavar las propuestas de los halcones que Bush parece escuchar con mucha atención.
Resulta paradójico que una sobria mirada a quienes expresan su oposición a Estados Unidos parezca servir mejor los intereses norteamericanos que los argumentos patrióticos de ‘marchemos’, que son actualmente manifestados en Washington.

*Es autor de Los versos Satánicos que, considerada blasfema por los integristas islámicos, valió al autor la condena a muerte por el régimen del Ayatolla Jomein, ha publicado también las novelas Vergüenza e Hijos de la medianoche y la colección de ensayos Step Across This Line. Distribuido por The New York Times Special Features
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