Israel. 20.10.93. El ambiente es sobrecogedor: calles
desiertas, sin gente, ni carros, ni ruido. Nada se mueve. Se
percibe un sabor a misterio.

De vez en cuando voces que suenan como plegarias salen de algunas
casas conmoviendo a los transeúntes extranjeros que, por media
calle, caminan bajo un cálido sol pese a ser ya otoño. La mayoría
ignora lo que sucede. Y un sentimiento de temor se apodera de
algunos que se acercan a preguntarnos qué ocurre. ¿Cómo es
posible que una ciudad entera se haya paralizado, que "en pleno
Jerusalén" no haya una sola tienda abierta, que ningún carro
circule por las calles, ni siquiera un taxi?

Más no hay nada de extraordinario.

Lo que ocurrió el 25 de septiembre pasado sucede año a año en
Israel, aunque en fechas diferentes, cuando los judíos celebran
el Yom Kippour o día del perdón. Todos, en absoluto, se recogen
en sus casas para ayunar y orar. Las actividades se paralizan. Se
cierran hasta las fronteras. Una muestra del valor que para este
pueblo tiene lo religioso. Y que es auspiciado por el propio
Estado.

Si de repente se descubre caminando a alguien, seguro está
dirigiéndose a una sinagoga o a unirse en alguna casa con
familiares y amigos para orar en conjunto. En Jerusalén también
concurren al muro de las lamentaciones. La religión es pilar
fundamental en la sociedad...

Pero luego de una larga caminata estamos en la puerta de Damasco,
una de las ocho por las que se accede a la vieja y amurallada
ciudad.

!Y nuevamente el desconcierto!.

Es un sitio diferente. Como si no se tratase de Jerusalén sino de
otra ciudad. En la que nada especial sucedía.

"Es como si a propósito, y al contrario del resto de la urbe,
todos habrían decidido salir a la calle este sábado", exclamó
alguien.

En efecto, la gente se movía por doquier, los vendedores hacían
su trabajo. Los comercios estaban abiertos. Una febril actividad
se sucedía ante nuestro asombro perturbado por esos singulares
guías que, sintiéndose políglotas, ofrecían mostrarnos la ciudad.

La respuesta es simple, estamos en Jerusalén en el lado musulmán
de la ciudad. Para los árabes el Yom Kippour no existe.

La vía dolorosa es un mercado

Pero nuevas sorpresas nos aguardaba esta ciudad que en los
tiempos bíblicos fue capital de Judea y en la que hoy habitan
400.000 judíos y 150.000 palestinos, estos últimos asentados en
el lado oriental.

Saliendo por una callejuela, de las que abundan en Jerusalén, una
gran plaza nos ubica ante el Muro de las Lamentaciones. El sitio
donde por milenios los hebreos han renovado su fe. Se han
encontrado con su pasado. Han llorado su dolor.

Unas pocas piedras roídas es lo que queda de los cimientos del
templo de Jerusalén levantado el año 520 antes de Cristo cuando
ese pueblo regresó del cautiverio de Babilonia. Un símbolo de una
nación azotada por las tempestades de la historia y que hoy se
muestra espléndida.

Pero en esta parte vieja de Jerusalén también está viva la
religión musulmana con sus famosas mezquitas: Al Aqsa y la
llamada Cúpula de la Roca, que tiene en su interior una gigante
piedra desde donde, según la tradición musulmana, Mahoma subió a
los cielos.

Por este hecho también los musulmanes veneran esta ciudad a la
que llaman Al-Quds, "la santa".

Quizá todo ello sea uno de los encantos de esta urbe de 4 mil
años de historia a la que hay que recorrerla para adentrarse en
sus ministerios. Palpar sus vestigios. Descubrirla como ciudad
reinvindicada por tres religiones monoteístas: la cristiana,
judía y musulmana. Y en la que encontramos cuatro diferentes
barrios: judío, musulmán, cristiano y armenio.

Al llegar al barrio cristiano sentimientos encontrados conmueven
a cada ser ligado por fe o tradición a los hechos que en
Jerusalén, escenario de la pasión de Jesucristo, se sienten
reales.

Una sobriedad que raya en el abandono reemplaza al esplendor del
lado árabe y judío, impactando a los visitantes.

En la vía dolorosa, la mayoría de las estaciones están ocultas
tras puestos de venta de todo de tipo de mercancías. En la
quinta estación, que recuerda a Simón el Cirineo, un muchacho
musulmán vende dulces y confites árabes. Quizá desconoce el valor
histórico-religioso del sitio en el que ha instalado su negocio.
Y se sorprende cuando fotografiamos el escenario.

En el Santo Sepulcro, una sensación de paz embarga a quienes lo
visitan. El sitio está custodiado por frailes católicos,
ortodoxos y armenios; no obstante, está mal cuidado.

Quien va a Jerusalén debe completar el rito de peregrinación
visitando los tres lugares santos de la ciudad: el Muro de las
Lamentaciones, el Santo Sepulcro y la mezquita El Aqsa. Tres
religiones, tres culturas, tres pueblos diferentes, no obstante
lo cual, respetando su individualismo, han coexistido
armónicamente, en un país marcado por las convicciones
religiosas.

En Jerusalén asombra también la tranquilidad de la urbe. Por la
seguridad y la paz que se respira tanto en el lado árabe como en
el judío y cristiano, bien puede llamarse a ésta ciudad de paz.
Aquí no hay lugar para el temor, excepto al "síndrome de
Jerusalén", como llaman los psiquiatras israelíes a cambios de
comportamiento y visiones que afecta anualmente a unos 250
turistas norteamericanos y de otras nacionalidades que en la
ciudad descubren su vocación espiritual y se proclaman Cristo,
san Juan Bautistas, la Virgen, u otro personaje de bíblico.

"Esta maldita ciudad santa..."

Pero la ciudad que desde su génesis ha fraguado su existencia con
hechos dolorosos de ocupaciones y conquistas hoy está abocada a
otra disyuntiva:

Tanto Israel como la Organización para la Liberación de
Palestina, OLP, la quieren como capital de Estado. Será el gran
escollo para completar el acuerdo de paz, más si antes mismo del
13 septiembre, (cuando se firmó el acuerdo), el primer ministro
israelí, Isaac Rabín se adelantó a decir que "Jerusalén seguirá
unida y bajo soberanía israelí". Y la semana pasada el ministro
de relaciones Exteriores Shimón Peres proclamó que "Jerusalén no
está en el orden del día de las negociaciones". "Que la ciudad
santa no volverá a dividirse".

Es que desde 1948 cuando se crea el Estado de Israel, una
alambrada dividía la ciudad santa en dos partes: la judía al
oeste; la árabe al este. Pero en 1967, al término de la guerra de
los seis días, Israel ocupó el sector árabe de Jerusalén. Y más
tarde, en 1980, la Knesset, (parlamento israelí), proclamó a
Jerusalén capital de Israel, aunque los principales países
extranjeros se negaron a reconocerla como tal, dejando sus
embajadas en Tel Aviv, acogiendo la decisión de la ONU que no
reconoce esa resolución.

¿Cómo hacer, entonces, que una ciudad sea capital de dos
Estados?. ¿Cómo si por lo histórico-religioso los dos la
pretenden solo para sí?.

El movimiento pacifista israelí Shalom Yerushalaim intenta una
solución. A propuesto a los palestinos romper su tradición de
boicotear las elecciones municipales y formar una lista única de
árabes e israelíes candidatizando al palestino Faisal al
Husseini, opuestos al octogenario Teddy Kollek, que ejerce la
alcaldía desde hace cinco lustros, y que otra vez como candidato
proclama que "Jerusalén es única bajo soberanía israelí".

Pero nadie sabe que sucederá.

Los resultados de las elecciones municipales de noviembre próximo
son impredecibles. Como lo es el desenlace del acuerdo de paz
cuando se deba hablar de Jerusalén.

"El gobierno israelí y la OLP han hecho muy bien en dejar el tema
de Jerusalén para la fase final del proceso de paz. Si hubieran
empezado por la ciudad santa, las negociaciones habrían durado
cinco minutos", declaraba hace poco Sari Nusseibi, filósofo
palestino, al periodista Javier Valenzuela. Más pesimista es el
comentario de Eli Barnavi, historiador israelí quien sostiene que
"Esta maldita ciudad santa puede echarlo todo a perder".

¿Podrá Yerushalaim que significa ciudad de la paz lograr el
milagro de afianzar una paz duradera. El mundo aguarda un milagro
en Jerusalén. (9A)
EXPLORED
en Autor: Thalía Flores - [email protected] Ciudad N/D

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