Quito. 3 abr 99. Lo más difícil para Facundo fue encontrar
una cruz lo suficientemente grande, pesada y, sobre todo,
barata, para cargarla durante de la Procesión Jesús del Gran
Poder. Fue lo más duro porque él ya había decidido, hace algún
tiempo y sin pensarlo mucho, mostrar públicamente su
arrepentimiento en las calles de Quito.

Facundo, de 41 años, cuenta que buscaba una cruz tan grande
como sus pecados. Una que sirviera para que Dios le ayudara a
tener un trabajo nuevamente. Una que le permitiera volver al
seno de su familia, a la que dejó, meses atrás, por el
alcohol. Una que le permitiera dejar atrás sus errores y
resurgir, en medio de su crisis y la del país.

Como él, casi un millar de penitentes desfilaron ayer por el
centro histórico de Quito. Y, al igual que Facundo, treinta
mil personas le rezaron a Dios en ese lugar de la ciudad, en
el principal acto de la población católica durante el Viernes
Santo.

Aunque con diferentes atuendos y penitencias, la motivación de
la gente fue la misma: conmemorar la muerte de Jesús en la
cruz. Cada persona lo hizo a su modo. Los cucuruchos, con
diferente carga de dolor físico. Unos con cruces enormes, de
hasta tres metros de largo (como el caso de Facundo); otros,
con cadenas en sus pies, y, unos terceros, solo con andar
descalzos sobre al ardiente pavimento, calentado por el sol
del mediodía quiteño.

El número de participantes de la procesión de ayer superó
largamente a los de años anteriores. Incluso decenas de
cucurruchos no pudieron desfilar debido a que el Colegio San
Andrés, en donde los penitentes se prepararon para la
procesión, estuvo repleto y no pudo dar cabida a todos los que
querían mostrar su arrepentimiento.

Pero el fervor religioso no estuvo solo. Las protestas y
propuestas frente a los problemas del país también estuvieron
presentes. Primero las mostraron los estudiantes del San
Andrés, con 14 pedidos (baja de los precios de los
combustibles, equidad salarial, cese de las paralizaciones,
entre otros). Y, luego, los carteles de ciudadanos comunes que
pedían que se haga justicia a los causantes del caos
financiero del país.

Al final, después de seis horas de procesión, el éxtasis de fe
cesó. La multitud dejó el centro y los penitentes, como
Facundo, empezaron a esperar los resultados de su sacrificio.
Empezaron a esperar la mano de Dios en sus vidas.

Entre la fascinación y el miedo

Por Carla Bass

Nunca el Ecuador me impresionó tanto como en esta ceremonia
religiosa. Durante siete meses en este país, yo solía caminar
perdida por el centro de la ciudad, pero ayer un hombre
extendió su mano en mi cara y me pidió dinero. Le respondí que
no tenía dólares. El hizo un ademán de golpearme y se retiró.
Luego, alguien me sugirió que acudiera a la Policía.

La experiencia me dejó con una fuerte impresión de la pobreza
del país, pero también de la solidaridad de la gente, lo cual
confirmé cuando, por fin, encontré la procesión en la iglesia
de San Francisco.

Me parecía que el sol aumentaba los sufrimientos de los
cucuruchos. Pensé que el pueblo ecuatoriano ha cargado cruces
suficientes en los últimos meses y traté de entender este acto
de fe de un pueblo que ya ha sufrido bastante. Las prácticas
católicas no son fáciles de entender para mí, por el contraste
entre la pobreza de la calle y el oro en las iglesias.

Soy de Texas y, hasta ahora, he sido una protestante tibia de
visita en un país de católicos dedicados. Por eso he
apreciado solo de lejos las esculturas de la Escuela Quiteña y
de las iglesias tan adornadas. Al principio, pensaba que los
trajes de los cucuruchos eran parecidos a los que usaban los
miembros del Ku-Klux-Klan, un grupo racista de EEUU.

Mientras miraba la procesión, los contrastes eran muy
evidentes para mí; los vendedores de comida y los niños de las
calles me parecían de otro mundo. Cuando la procesión culminó,
descubrí que un ladrón había cortado mi bolsa y robó mi agenda
con todos los datos de mis amigos y mi familia. Y me empecé a
sentir, otra vez, muy separada del Ecuador y de su cultura.
Pero recordé a mis amigos ecuatorianos, y comprendí que la
vida es sólo una mezcla de gente buena y mala, como en todo
del mundo.
(*) Periodista estadounidense

Guayaquil reafirma su fe en el Cristo del Consuelo

foto: Como cada año, los feligreses pugnaban por tocar la
imagen del Cristo del Consuelo

Aunque el dedo meñique de su pie sangraba, Mirna Saavedra, de
19 años, continuaba descalza la marcha en el Viernes Santo.
Sus ojos estaban vendados: "Así me guía el Espíritu Santo por
donde debo caminar", expresaaba.

Ayer, por quinta ocasión, participó en la multitudinaria
procesión del Cristo del Consuelo en Guayaquil. "Sé que me va
a sanar", afirma, cuando recuerda que tiene un tumor cerebral.


Todavía no empezaba la alborada ayer y la parroquia claretiana
del Cristo del Consuelo, ubicada en Lizardo García y la A,
sudoeste de la ciudad, albergaba a miles de devotos, quienes
esperaban que el reloj marcara las 07h00. A esa hora debía
empezar la caminata que recorrió 31 cuadras, aproximadamente
dos kilómetros.

Y a las 07h50, las calles aledañas, las cuales estaban
totalmente llenas de miles de personas, recibían la
cuadragésima procesión de la imagen "milagrosa", aquella que,
desde 1960, se hizo conocida por los "favores" que concedía.

Mirna llora. "No es por mi dedo, sino por todas las cosas
malas que ocurren el país. Me da lástima. Por eso espero todos
los años este día porque el Dios de los cielos abre sus manos
y envía bendiciones", justifica.

El fin de los asistentes era tocar la imagen, la cual un
escultor cuencano, Julio Sinchi, hizo por cuatro mil sucres.
Pero fue imposible para la mayoría: era escoltada por los
"Caballeros del Cristo del Consuelo" (decenas de mujeres
uniformadas de azul) y la carroza de la Virgen María.

Cada dos cuadras se hacía un alto para recordar las 14
estaciones, emulando los pasos de la Pasión de Jesús camino al
Monte del Calvario. La congregación de la parroquia Virgen de
Guadalupe lo hacía de rodillas.

"Pero creo que hace falta una decimoquinta estación: Cristo
resucitado, porque El no quedó en la cruz, sino que vive y con
más fuerza", decía el Reverendo Padre Gerardo Villegas,
arcipreste de la Zona Sur, quien esperaba a los feligreses en
el templo, la Inmaculada Concepción, en las calles Guaranda y
Vacas Galindo, donde finalizaba la procesión.

Mirna no era la única sin calzado. A ella se sumaban decenas
de jóvenes, adultos y niños de ambos sexos. Las velas
encendidas en el calor de la mañana y crucifijos en mano eran
como una consigna para todos. "No deben apagarse las velas,
pues la petición no se cumpliría", explica Angela Zurita, una
asidua asistente.

No obstante, el sol se escondió. A las 11h00 la llovizna
refrescó a los devotos. También lo hicieron, artificialmente,
las mangueras del Cuerpo de Bomberos y las señoras de los
balcones que gritaban: "¡Ahí les va agua!".

"Que el Señor las bendiga", agradecían los caminantes
apretujados el uno con el otro.

Mientras avanzaba el Cristo del Consuelo, se sumaban más
fieles interesados en un favor. Narcisa traía a su hija de 12
años, Julia, en sillas de rueda. "Un compadre era paralítico.
Tocó la imagen y sanó", recuerda optimista.

Otro grupo cargaba una gran cruz con carteles que rezaban:
"Deuda Externa", "Inseguridad Social", "Regionalismo",
"Burocracia Dorada"...

Mirna llegó a las 12h30 a la Inmaculada Concepción. Allí se
efectuaría una misa. La iglesia no tenía bancos: así entrarían
más personas. "La fe nunca se pierde. Me sanaré, claro que sí;
pero en el tiempo de Dios".

En corto

Sesenta vigilantes de la Comisión de Tránsito del Guayas
(CTG), 8 patrulleros, 200 miembros de la Policía Nacional, una
ambulancia, 10 motonetas, una grúa, 5 carpas de la Defensa
Civil, tres vehículos del Cuerpo de Bomberos y la Cruz Roja
respaldaron la procesión del Cristo del Consuelo.
n También se realizaron tres peregrinaciones más en Guayaquil:
Nuestra Señora de Czestochowa, al norte de la ciudad; Stella
Maris, al sur, y Nuestra Señora de la Alborada, al norte.

Cinco brigadas de la Defensa Civil con 80 voluntarios, 2
carpas de primeros auxilios y tres unidades móviles de rescate
y emergencia vigilaron las cuatro procesiones.

Los vendedores de refrescos, escapularios, imágenes y velas
fueron muy solicitados el Viernes Santo. (DIARIO HOY) (P. 1-B)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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