A las seis de la tarde, el martes 15 de octubre, no hay más de 20 personas en una de las salas del Film Forum, al extremo oeste de la calle Houston, en Manhattan. Guardan un silencio religioso y cómplice, como si fueran conjurados que están por descifrar los secretos de Usama Ben Laden. El documental que van a ver no desgaja la personalidad del millonario saudí, sino de otro personaje que, según la película, es todavía más tenebroso: Henry Kissinger.
A la entrada, en la boletería, se vende por $12 la edición rústica del Proceso a Henry Kissinger, el controvertido libro que Christopher Hitchens publicó a comienzos de 2001 y que acaba de reaparecer en una versión ampliada.
Hitchens es un periodista inglés que vive en Washington, escribe regularmente en el mensuario Vanity Fair, y pasa por ser el mejor amigo de Martin Amis. Se pensaría que Kissinger no necesita presentación, pero el documental revela que pocas celebridades en el mundo son tan desconocidas como él.
Tanto la película como el libro tratan de echar luz sobre la escurridiza inteligencia del ex diplomático, cuya fe en el destino superior de Estados Unidos y en la insignificancia de las otras naciones desató algunas de las peores matanzas de la guerra fría.
En Proceso a Henry Kissinger, el libro de Hitchens, la evidencia deriva de la acumulación de documentos inesperados. En el documental, cuyo título es el mismo, los cargos son a veces facilitados por amigos del diplomático que no miden el peso de lo que dicen.
Aunque tanto en la versión escrita y en la cinematográfica de Proceso abunda en el relato de duplicidades y engaños del ex secretario de Estado en la guerra de Vietnam y los ataques a Camboya y Laos, lo que revela sobre su política en Argentina y Chile es aún más sorprendente.
A las desventuras que refiere Proceso sobre los dos últimos países alude esta columna.
En octubre de 1973, Kissinger y el emisario de Vietnam, Le Duc Tho, fueron distinguidos con el premio Nobel de la Paz, por los acuerdos firmados un año antes en París. El primero recibió alborozado la noticia; el segundo rechazó el premio.
Un mes antes, Kissinger había inspirado y en cierto modo orientado, según Hitchens, el golpe de Augusto Pinochet contra Salvador Allende.
Bastaría ese único hecho para que el premio Nobel parezca incomprensible.
La película muestra uno de los rasgos más notorios del ex diplomático: negar toda acusación, fingir ignorancia o, cuando las pruebas son definitivas, encogerse de hombros.
En el documental que le dedican los ingleses Eugene Jarecki y Alex Gibney, producido por la BBC de Londres, uno de sus ayudantes y sucesores, el general Alexander Haig, revela cinismo, pero también una torpeza que Kissinger jamás se permitiría. Cuando los autores de la película le preguntan si no se podría responsabilizar a su ex jefe por todos esos crímenes, Haig responde, irritado, que la palabra crimen es excesiva.
"¿Acaso el secuestro no es un crimen?", insisten. "Depende para qué y por qué se ha decidido el secuestro", responde el general. No importa, entonces, que los caminos estén torcidos si el punto de llegada está derecho, Kissinger descuida a veces la sutileza, otras veces la extrema, pero ni por azar se le escapa una frase que lo comprometa.
En la historia del golpe contra Salvador Allende, por ejemplo, las huellas de sus manos están por todos lados, pero él mismo no aparece. La película describe cómo Kissinger aprueba acciones ilegales, se entera de crímenes que podría detener y los consiente, pero siempre se las arregla para seguir en el centro mientras camina por el costado.
Su paso menos escrupuloso en el caso chileno es la definición de democracia que dio al asumir Salvador Allende y que, con el paso del tiempo, se ha vuelto célebre: "No hay razón para permitir que un país se vuelva marxista solo porque su pueblo es irresponsable".
Durante la última dictadura argentina, la astucia de Kissinger voló con una eficacia tan sublime que ni el documental de los ingleses ni el entonces embajador de Estados Unidos en Buenos Aires, Robert Hill, pudieron encontrar una sola fisura. Proceso, la película, no incluye por lo tanto imagen alguna de esas desdichas. El implacable Hitchens, en cambio, le dedica las primeras páginas de su libro.
Según su relato, basado en los documentos oficiales que ahora son de acceso público, el embajador Hill se entrevistó con el canciller argentino, almirante César Guzzetti, poco antes de que este viajara a Washington en octubre de 1976. Le dijo entonces que el asesinato de sacerdotes y la matanza de opositores en las calles de Buenos Aires podían incomodar a Estados Unidos.
"Queremos que los terroristas sean derrotados lo antes posible", advirtió Hill en los documentos oficiales, "pero también queremos que eso se haga dentro de la ley".
"Guzzetti regresó de Washington exultante", informó más tarde Hill. "Al parecer, se le dijo allí que los problemas con los derechos humanos en Argentina inquietaban solo a unos pocos miembros del Congreso y a un sector ínfimo de la opinión pública".
Según Hill, los desaparecidos sumaban entonces 1 022 y la cifra podría haberse quedado allí. La "luz verde" que Kissinger dio a la represión estimuló la matanza, los campos de concentración y el saqueo de los bienes argentinos.
En el documental inglés, Hitchens apostrofa al ex secretario de Estado con la esperanza vana hasta ahora, quizá vana para siempre, de que lo acuse por difamación ante los tribunales. Nada haría más feliz al provocador. Eso permitiría, dice, que cientos de documentos vedados salgan a la luz.
"Creo que es un criminal de guerra", desafía Hitchens, mirando a la cámara. "Creo que es un mentiroso. Creo que es responsable de asesinatos y de secuestros".
Con arrogancia insuperable, en cámara, Kissinger descarta las dentelladas del enemigo por "insignificantes".
En mayo del año próximo cumplirá 80 años. Mientras Slobodan Milosevic, Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla han sido juzgados por crímenes contra la humanidad, el patriarca que amparó e inspiró a los dos últimos vive un otoño de paz, riqueza y fama.
La historia, que ha condenado a todos los depredadores del siglo XX, tal vez deje indemne a Kissinger. La historia pertenece a quienes la escriben, y él todavía sigue allí, rehaciéndola a su medida.

Tomás Eloy Martínez es el autor de La Novela de Perón, de Santa Evita y de El Vuelo de la Reina, que ganó en España el premio Alfaguara. Sus obras se han traducido a mas de 30 idiomas.
EXPLORED
en Ciudad Quito

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