Quito. 03 feb 99. El país necesita un acuerdo nacional y un
nuevo contrato social: el Presidente de la República debe
convocarlo, establecer sus objetivos y sus mecanismos.

Señor Presidente: el país está en peligro, la nación está
angustiada, no se avizoran salidas y enfrentarlas no depende
únicamente del Presidente de la República: ese fue el mensaje
que usted quiso transmitirle al país al contarle, y reiterarle
con una voluntad irrefrenable, la metáfora del barco
estropeado que podría hundirse.

Al comparar al país con ese barco, Usted quiso sensibilizar a
todos los ecuatorianos, llamándolos a la cordura, haciéndoles
conscientes de una situación cuya única constante es su
irremediable agravamiento. En ese círculo se esconde el drama
del país del cual no podremos salir sin repartir, de manera
equitativa, los sacrificios que se imponen.

No hay duda de que Usted logró su cometido. Hoy pocos son los
compatriotas que pueden decir que desconocen los índices del
desempleo, la inflación, la deuda externa, la balanza de
pagos... o de la violencia en el país. Todo se relaciona en
una conjunción tan nefasta que parece una confabulación digna
de un libreto de ficción o de realismo mágico.

El país se desencuaderna poco a poco. Como si corriéramos
hacia el precipicio con los ojos abiertos. Y Usted lo sabía al
enfrentar una campaña en la que otros, al ver que tenían que
remar a contracorriente, decidieron no enfrentar el reto
presidencial.

La historia, es conocido, no sirve dos veces el mismo menú.
Los verdaderos líderes tampoco pueden escoger el momento y las
circunstancias en las que tienen que actuar. Es la grandeza y
la servidumbre a las que se enfrentan aquellos que, como
Usted, aspiraron a la más alta función del Estado.

Usted no es responsable, en consecuencia, por la realidad
calamitosa en la que se encuentra el país. La hora, la
gravedad y la urgencia de la situación que atravesamos nos
impide reclamar y señalar responsables. Sin duda, todos lo
somos en distintos grados y formas. Pero el Ecuador que
tenemos es aquel que hemos forjado durante décadas. Los
resultados ominosos lastiman las convicciones de aquellos que
creemos que la democracia no se limita a votar cada cierto
tiempo, sino que implica crear bienestar para los
compatriotas; sobre todo para ese 40 por ciento que está en el
umbral de la miseria.

Usted no es responsable de lo que había, pero ahora lo será de
la forma cómo quede el país cuando entregue el cargo que se le
encomendó. Por eso, señor Presidente, nos permitimos
escribirle en este momento en el que, estimulados por su
llamado, sentimos que el país necesita un acuerdo nacional
para no caer en el hueco negro de la hiperinflación, la
quiebra de empresas, el desempleo masivo y la inestabilidad
social. De ahí a la disolución y a la violencia no hay mayor
trecho. Otros países, algunos vecinos, nos muestran lo
costosas que pueden ser esas experiencias que el Ecuador puede
aún -pero no le queda mucho tiempo- evitar.

Usted hizo un diagnóstico bastante certero y esbozó algunas
soluciones cuando presentó la proforma del presupuesto en el
Congreso. Pero nos tememos que esas salidas no estén todavía a
la altura de su dramático diagnóstico. El país necesita
soluciones democráticas que deben ser igualmente dramáticas:
estamos en guerra contra la pobreza.

Hay el sentimiento, señor Presidente, de que Usted no ha
indicado aún los ejes de ese acuerdo nacional que debe
liderar. Ese acuerdo solo puede situarse en un terreno en el
que la única lógica imperante se llame "Proyecto-Ecuador". Es
ahí, en ese lugar que está más allá de los cálculos políticos,
las urgencias electorales y la defensa mezquina de intereses,
en el que los ecuatorianos pueden -gracias a su convocatoria-
superar los límites en los cuales cada cual se ha encerrado.
En ese terreno y en ningún otro, pues el país demanda
reconocerlo como el líder que, inspirado en las causas
supremas de la nación, la conduce y le fija las metas y la vía
que, con el concurso de todos, apunten a sacar al país de la
crisis y a construir, paso a paso, un mejor país.

Con desasosiego, este Diario ha seguido, día a día, desde hace
años, lo que parece ser la crónica de una tragedia anunciada.
Ese diagnóstico es común a millones de ecuatorianos que
siguen, con incertidumbre, impotencia y dolor, el drama del
país.

Tras el triunfo electoral del populismo, muchos en la nación
se tornaron hacia las elites políticas. Ese fue, Usted lo
recuerda, un voto de confianza que, a la postre, fue
malgastado por aquellos que, a pesar de la catástrofe nacional
que tanto evocan, solo viven pendientes del calendario
electoral.

En el país se pensó entonces en que las dirigencias
nacionales, en general, podrían responder a la desesperanza y
conformar, así fuera de manera incipiente, un proyecto de país
sin el cual cualquier nación anda a la deriva. Cusín, a pesar
de su buena voluntad, acaba de ratificar los límites en los
que andan prisioneras esas elites.

Hay que confesarlo, señor Presidente: el país vive inmerso en
la política de lo posible. Y lo posible para cada uno no
alcanza para hacer el país democrático y equitativo que todos
necesitamos y queremos.

A Ecuador le está haciendo falta estirar lo posible, articular
lo cotidiano con el mediano y el largo plazos, equilibrar el
presupuesto pero también constituir un fondo común que le
permita encarar dinámicamente el desarrollo. Esa es, nos
parece señor Presidente, la tarea que el país reclama de
Usted. En claro: decir adónde quiere ir, convocar, forzar
voluntades, crear referentes neutros, de país, frente a los
cuales todos los ecuatorianos tengamos que compararnos. Ese
desfase -que será procesado por la opinión pública- puede
crear la diferencia. Fue así que se pudo firmar la paz con el
Perú. Usted jugó los últimos ases pero el terreno había sido
ampliamente abonado por una opinión que, responsablemente,
juzgó que era más rentable voltear esa página. ¿Qué pasó con
ese liderazgo, señor Presidente?

De Usted se dice que no anuncia políticas sin que éstas tengan
viabilidad en el Congreso. ¿Será esa la mejor estrategia? ¿No
será condenar las perspectivas nacionales a un chato
horizonte? Ecuador tiene que modernizarse. El Estado tiene que
limitar sus esferas de intervención, pero también regular el
mercado pues éste, por dinámico que sea, no hará las políticas
de largo aliento sin las cuales el país no seguirá siendo sino
un enfermo terminal.

El sobresalto requiere lucidez, es verdad, pero, en la misma
proporción, imaginación y osadía. El país precisa pensar en
vías nuevas, algunas de ellas ya experimentadas, con buenos y
malos resultados, por otros países. Eso no se logra juntando
posibles. El país está frente a retos que son, en buena
medida, nuevos y que lo conectan con una nueva cultura, más
mundial, infinitamente más competitiva y más tecnológica.
Entrar en esa dinámica es imposible si la gestión del Estado
se limita a hacer esfuerzos solo para que coincidan ingresos y
egresos.

Ese nuevo Ecuador tampoco se hará, señor Presidente, con
acuerdos parciales. Ese Ecuador no surgirá del ámbito
exclusivamente político que ha probado su capacidad
inmediatista y electoralista. Ese Ecuador no tomará cuerpo si
Usted negocia su presente y su futuro solo con algunos y tema
por tema.

El sobresalto nacional que tiene que serle propuesto a la
nación por Usted, al igual que sus mecanismos, solo se
conseguirá si la nación en su conjunto se moviliza. Y para
alcanzarlo, esa nación debe entender los grandes objetivos;
saber qué gana a cambio de los sacrificios exigidos, percibir
que éstos sean equilibrados y participar. La política que la
sociedad necesita para enfrentar la mutación no puede
constreñirse al juego de apenas algunas cúpulas.

Esa incomprensión está llevando a su Gobierno a limitar la
esfera de lo político, cuando lo obvio, este rato, es
politizar a la sociedad, llevarla a que, con su participación,
sea cada vez más consciente de su destino y menos dependiente
-pasivamente dependiente- del Estado y del Gobierno.

Usted no escogió su momento, señor Presidente. Pero este
momento entraña ayudarle a la sociedad a efectuar una
transición de modelo, lo cual exacerba los conformismos, las
nostalgias del pasado, las visiones primarias, las respuestas
de corte autoritario y la defensa a ultranza de las pequeñas
capillas.

Nadie ignora, pues, la dificultad de su tarea en la que debe
persuadir y forzar, dialogar y decidir. Pero es el momento,
señor Presidente, de firmar un nuevo contrato con la nación
que debe quedar refrendado por ese acuerdo nacional que le
pidieron los participantes a Cusín y que este Diario, como
otras muchas instituciones, preconiza desde hace años.

Un acuerdo nacional alrededor de metas -cuantificadas,
anunciadas y con calendario- que Usted debe fijar. Un acuerdo
que trastoque los pequeños cálculos y supere los intereses,
legítimos pero insuficientes, de partidos y gremios,
cualesquiera que estos sean. Ese es el precio que debemos
pagar todos si queremos sobrevivir como sociedad.

Tan importante es, señor Presidente, equilibrar las cuentas
del Estado como proteger el tejido social. ¿Quién duda de que
hay privilegios que hay que combatir? Pero a la nación ya no
se le puede plantear los cambios como simples ajustes. Estamos
en la era de la negociación en la que los verbos ganar y ceder
no se conjugan por separado. En este momento no cabe, señor
Presidente, imponerle sacrificios solo a una parte de la
nación.

El país necesita ingresos y estos no provendrán únicamente del
necesario achicamiento del Estado: hay que imponer
contribuciones, sobre todo a aquellos que más tienen, y que
ahora se han visto beneficiados con la desaparición del
impuesto a la renta que, a nuestro juicio, debería ser
restituido debidamente reformado. La contribución de esos
sectores equivale además para ellos a una forma de inversión,
pues con la miseria aumenta la inseguridad.

Esos sectores, como todos los otros, dicen tener un sentido de
país. Es el momento de demostrarlo. Créalo señor Presidente:
nadie podrá, si Usted decide liderar el acuerdo nacional y el
nuevo contrato con la sociedad, negarse a dar su cuota de
sacrificio. De la misma forma, nadie podrá excluir a ningún
partido, gremio o ecuatoriano común y corriente de esta
movilización nacional por la sobrevivencia.

Es hora de que todos aprendamos, como dice Alejandro Foxley,
ex ministro de Finanzas de Chile, a ser socios en el éxito y
no cómplices en la derrota. El país no resistirá otra
esperanza fallida. (Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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