POSIBLE DIALOGO EXTRAÑO, por Luis Alberto Luna Tobar

Quito. 28.10.90. (Opinión). El ciego don Eloy tiene su
historia y ella, gran importancia, al menos para él y para su
fidelísimo perro, hijo de un pequinés agresivo y mordedor de
una tímida castellana de barrio y dueños pobres. Es muy
triste reconocer que el ciego, si algunas veces recaba lástima
de la gente, muchas más veces resulta difícil para todo el
mundo, por acedo y duro. Es cierto que a Don Eloy le quedan en
sus palabras, pronunciadas con tono acerado e incisivo, restos
de viejas amarguras. Sólo su pequinés le acompaña y acaso le
comprende y mima. Para él no hay amargura en su dueño, ni
para el dueño rabias en su perro.

Colocada como parte de un escapulario sobre el pecho, cuelga
de su cuello, emplasticado, el documento de un oculista que
acredita que es ciego, con incurable y total ausencia de
visión. "El doctor Pozo me dio, para que no caiga en ningún
pozo", comenta don Eloy a su certificado cuando alguien tiene
interés en leerlo y explica que tuvo que pedirlo porque la
gente le negaba ceguera, le juzgaban engañador al contemplarle
a distancia recorriendo calles con paso inequívocos, acertando
como si fuera vidente en las bocacalles, midiendo con
exactitud las aceras cuencanas todas tan distintas en sus
dimensiones, burlando los estorbos ordinarios de los caminos,
los baches y las personas. " Parece que ve" dicen
muchos...

No hay templo que no tenga una hora de mayor concurso de gente
a sus celebraciones y no hay uno solo de ellos al que no
llegue oportunamente Don Eloy con su perro. Sentado en el
hombro derecho de su señor, este aprendiz de perro, de grandes
ojos negros, entrecubiertos por unas lanas feas, jamás
peinadas, pide con un quejido desgarrador limosna para él y
para su amo. Para él primero, a juzgar por los quejidos que
cobran un tono distinto cuando nota que alguien que los ha
oído se acerca, billete en mano, al platillo extendido por la
mano de Eloy. Mueve la cola frenético si es billete y es
delicadamente agradecido cuando pestañea rítmico al sentir
sonido de monedas metálicas en el platillo del ciego.

Hace pocos días también yo puse un billete allí. El pequinés
batió la cola hasta arrancar una frase de agradecimiento de su
amo. Me quedé unos minutos conversando con ambos, con el
ciego y con el perro. Con un ciego lúcido, clarísimo en sus
juicios y en sus críticas. Con un perro vivo, en sus gestos y
movimientos. "Don Eloy, cómo se llama su perro", le dije y
respondió: "Compa". No entendí e insistí: ¿"Cómo"? Me
respondió: "Compa; no has oído a los jóvenes cómo llaman a sus
amigos Compas; así, mi único compa es él". Y Compa movía la
cola sobre el hombro del ciego con una mirada que rezumaba
animal ternura, pasión bestial... Así califican los jóvenes a
lo mejor, a lo más cercano a su corazón primerizo: animal,
bestial; pero, qué grande y bello instante.

Intenté dialogar con Compa, me dirigí a él como si fuéramos
amigos. No rugió y, a pesar de su espesa cortina de pelos, sí
me miró con honda expresión. En el instante de iniciación de
este diálogo utópico, una pordiosera que compite con Eloy en
el mismo oficio y con idéntica tristeza, se me acercó y dijo
al oído: "No converses con ese perro". Me quedé sorprendido y
le dije: "¿Por qué?". Solemne, terminante, omnisciente
rezongó: "Y qué vas a hacer si te contesta?"...

Y llevo días pensando qué voy a hacer si me contesta el perro
de Don Eloy. Para los pordioseros, que tienen mucho celo de
él y de su Compa, este animalito tiene algo raro, un idioma,
palabras que no todos entienden. No saben que lengua habla,
"pero que habla...habla". Mucho me hace pensar la pregunta de
la competidora del inválido y su perro compañero. Pienso que
el perro sí me ha hablado y que yo no le he contestado, por no
tener respuesta a sus verdades. Me ha dicho que es muy triste
acompañar a un ciego y no tener más amigo que un perro. Me ha
dicho que es bueno recibir una limosna que se convierte en
pan, pero que es terriblemente doloroso recibir limosnas
porque a la gente le conmueve, más que la ceguera y pobreza de
un hombre, la bestial ternura retenida en la cola de Compa,
incansada en el pedir y agradecer. (A-4).

EXPLORED
en Autor: Luis Alberto Luna - Ciudad Quito

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