PARADOJAS Y PELIGROS DEL REFERENDUM BLANCO

Ciudad del Cabo. 16.03.92. Cuando se vive en medio de la
pobreza, uno tiende a ser práctico en política y a pedir
respuestas concretas y rápidas. La gran mayoría de los
sudafricanos, que no gozan de derechos cívicos, trata de
comportarse de ese modo.

Para ellos, el referéndum del 17 de marzo en el que solo los
blancos votarán acerca de la reforma o del mantenimiento del
régimen de segregación racial, es visto en algunos casos con
indiferencia mientras para otros implica un irritante
retroceso que los envuelve a la época de dominación de los
blancos.

El dilema de este referéndum, que generó un frenesí electoral
entre la minoritaria población blanca tiene escasa relevancia
para la mayoría negra que mora en barrios pobres y marginales.
Esto se lo enfoca como uno de los peldaños de un largo ascenso
hacia un nuevo designio político. Y aún la hipótesis de que
el "no" a la reforma pudiera triunfar, no es para la mayoría
negra el espectro que inquieta al electorado blanco.

Pero esta campaña causa resentimiento. La publicidad radial,
por ejemplo, insta a los oyentes blancos a votar porque ese
es "su derecho, su futuro". La mayor parte de los oyentes,
sin embargo, no tiene derecho al voto.

Con todo, al igual que el grueso de la población blanca,
incluidos los sectores contrarios a las reformas, la mayoría
postergada considera que este episodio es una mera formalidad
y que la única duda es el margen de la victoria que logrará el
"sí" del presidente Frederick W. de Klerk y sus reformitas.

Para aquellos que no tienen derecho al voto, el 18 de marzo es
una fecha mucho más interesante ya que ese día se discutirá el
presupuesto del Estado. Todos saben que lo que se decida el
18 afectará directamente su bolsillo. Las amas de casa de las
barriadas pobres y los obreros de las fábricas también se dan
cuenta de que el gobierno tratará de sacarles el máximo
posible, y que muy probablemente aumentará los impuestos.

El protagonista principal es el impuesto al valor agregado
(IVA), que actualmente es de 10 por ciento. En noviembre
pasado, unos tres millones de trabajadores hicieron dos días
de huelga contra el IVA y los ánimos todavía están caldeados.
En los barrios pobres y las fábricas, el porcentaje de los
aumentos es un solo detalle. Lo que realmente importa es que
el gobierno -un gobierno ilegítimo- aparentemente quiere
sacarle más plata todavía a aquellos que tienen menos. Esto
enfurece a la gente y podría desencadenar otra movilización
masiva. La principal central sindical, Cosatu, que convocó la
huelga de noviembre, promueve ahora un día de acción" el 18 de
marzo.

La semana pasada hubo mucha actividad en los círculos
sindicales y políticos opuestos al apartheid, casi tanta como
entre el electorado blanco. Pero, en un claro ejemplo de la
dicotomía racial que hay aquí, las actividades de la mayoría
fueron ignoradas por la prensa del sistema, que presta
atención únicamente al referéndum.

La indiferencia hacia el referéndum entre la gente de color
puede derivar de la confianza en que las huelgas y las
batallas del pasado, particularmente de la última década, han
transformado al rostro político de Sudáfrica para siempre.

Sin embargo, también se nota una cierta apatía que responde en
parte a viejas frustraciones económicas, alimentadas por la
violencia y el desempleo.

Pero tanto entre los activistas como entre los apáticos se
cree que un triunfo del "no" podría inducir a la ultraderecha
blanca a recurrir cada vez más a la represión.

Si esto ocurre, la violencia que es parte de la vida cotidiana
en los barrios pobres podría trasladarse a las islas
amuralladas y fortificadas de blancos privilegiados. Y la
maquinaria represiva del Estado que hasta ahora solo se ocupa
de los activistas que combaten la segregación, podría prestar
un poco más de atención a los blancos racistas.

En cualquier caso, solo pocas lágrimas se derramarán en los
escuálidos ghetos donde viven la mayoría de la población. Y
para el grueso de los activistas, la diferencia entre el sí" y
el "no" en el referéndum representará simplemente un cambio de
ritmo en el proceso de reformas, o un aumento de la
temperatura política. Algunos temen un golpe miliar,
perpetrado por sectores decididos a mantener al apartheid.

Solo una pequeña minoría teme que las divisiones que ha
sembrado con eficacia el apartheid en la sociedad sudafricana,
puedan desembocar en una anarquía. Este sector ve en el
horizonte un peligro real de una fragmentación en este país
armado hasta los dientes, con férreas lealtades raciales,
religiosas y de lenguaje. Su temor es legítimo.

Es indudable que la realidad económica descarta la posibilidad
de que pueda aplicarse una fórmula para que Sudáfrica se
encamine más o menos rápidamente a un modelo sociedad
racialmente justa. La intensa competitividad del mundo actual
convertiría todo intento por anular las grandes diferencias de
los salarios y el bienestar entre blancos y negros, de modo
que los últimos ganen como los primeros, en un suicidio
económico. Sin embargo, tal es la exigencia y la expectativa
de la mayoría.

Este es el gran dilema de Sudáfrica, al margen del resultado
del referéndum. El presupuesto estatal puede resultar un
elemento clave, que desnude los verdaderos problemas de
Sudáfrica. Si la ira en los barrios pobres y las fábricas se
sobrepone a la apatía, ese día podría dar impulso a una
movilización masiva que podría quebrar el equilibrio político
y social.

Por ahora, el equilibrio es frágil. Si en este cuadro se
introducen la austeridad económica y la represión, en el
horizonte se presentará la perspectiva de una fragmentación
similar a la del Líbano (IPS).


EXPLORED
en Ciudad N/D

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