Quito. 23.12.90. Hace dos semanas, en estas mismas páginas,
Daniel Samper escribió un estupendo artículo acerca de "El
fútbol en tiempos de Quetzalcoátl". Fundado, según asegura,
en el Códice de Cuahtitlán o Leyenda de los Soles, Samper
describe como un partido de fútbol el juego de pelota entre
los dioses de la tierra y de la lluvia y Huémac, un gran
ídolo azteca, "una especie de Higuita de los tiempos
inmemoriales" al decir del escritor colombiano. Ese clásico
era una revancha. Gracias a trucos non sanctos los dioses
habían quitado a los hombres los alimentos, y Huémac quería
el desquite a fin de devolver a los mortales el maíz, el
frijol y los bledos. Sin embargo, el juego tuvo de por medio
una curiosa apuesta: el ganador sería premiado con jades y
pluma de quetzal por su contrincante. Al término del
encuentro, como tantas veces sucede en el fútbol, los dioses
quisieron burlar el premio a Huémac, triunfador del clásico,
y por ello escondieron sus jades y plumas de quetzal, con lo
cual provocaron una catástrofe puesto que, como castigo,
cayó hielo en pleno estío y el ardor del sol secó toda la
tierra. Por fin, Quetzacóatl, compadecido de los mortales al
cabo de cuatro años, puso orden nuevamente en aquella
naturaleza que se había salido de madre y envió a Huémac y
los suyos abundantes mazorcas de maíz.

A riesgo de desencantar a los hinchas, vale la pena recordar
que el juego de la pelota en Mesoamérica precolombina no era
en realidad parecido al fútbol, aunque el original humor de
Samper halle más que razones suficientes para equiparalo.

En los grandes centros ceremoniales de la cultura maya, los
monumentos arqueológicos conservan los campos del juego de la
pelota. Así, en Chichén Itza, una de las ciudades más grandes,
al nordeste de Yucatán, se conservan siete estructuras para
este juego. Las dimensiones de los campos varían: el más
grande tiene 146 metros de largo por 36 de ancho, algo
estrecho para jugarse un mundial; el más pequeño es de 20 por
7, es decir como para un partido de bolsillo.

La competencia era más parecida al básquet que al fútbol.
Sylvanus Morley, el gran especialista en civilización maya,
sugiere esa analogía. Pero en vez de las cestas en los dos
extremos de la cancha, los campos del antiguo juego tenían
dos anillos de piedra, cada uno empotrado en el centro de los
largos muros paralelos. "El juego consistía en introducir la
pelota en uno u otro de los anillos, cuyos agujeros eran
perpendiculares al suelo", agrega Morley.

Las pelotas eran de puro caucho y no de pinches fibras
producidas en laboratorio. Sin duda los europeos tuvieron la
primera noticia de ese material al leer a los Cronistas de
Indias.

Pero ¿había goles, o mejor aros?

Muy raras veces. Por eso en el partido al que se refiere
Samper, el cronista no anota el marcador. La competencia era
terriblemente complicada. La bola no debía ser impulsada con
las manos. Los jugadores tenían que pegarla con el codo, la
muñeca o la cadera. Cada una de estas partes del cuerpo se
revestían de cuero para lograr el más eficaz rebote.

Cuando el azar llevaba la bola al aro, el jugador que lograba
este triunfo tenía un derecho muy especial: podía despojar de
sus mantas y joyas a los espectadores. La apuesta que
"casaron" los dioses de la lluvia y Huémac sentaron, pues,
precedente, como dicen los abogados, Pero como cuando un
diablo pone el daño, otro se encarga de sugerir el remedio,
después del excepcional "gol" de este juego de pelota los
emocionados hinchas ponían pies en polvorosa, y los amigos del
ídolo que hizo el milagro corrían en persecución de los
espectadores para cobrarse la bastante onerosa entrada al
espetáculo. Literalmente era mejor también entonces asistir,
con toda seguridad, a general que a tribuna.

El juego más antiguo del mundo

Uno de los testimonios del juego más antiguo de pelota
proviene de un libro clásico, el "Popol Vuh", las historias
de los quichés de Guatemala. En este relato, aquel
juego es un asunto central. Entre otras historias, el "Popol
Vuh" cuenta cómo surgen la tierra, los animales, el sol, la
luna y las estrellas; narra los cuatro intentos de los dioses
para crear a los seres humanos antes de la quinta y
definitiva creación, cuando los forman de maíz. Es una suerte
de hermosísima Biblia del mundo precolombino.

El relato más extenso corresponde al nacimiento del sol y la
luna. Y la génesis de ambos tiene que ver con el juego de la
pelota. Los héroes del relato mítico son dos jóvenes que se
enfrentan con sombríos dioses en la región de la muerte. Sus
padres cayeron en desgracia ante los dioses porque jugaban en
la tierra a la pelota: "¿Quiénes son los que hacen temblar y
hacen tanto ruido? ­Que vayan a llamarlos! ­Que vengan a
jugar aquí a la pelota, donde los venceremos!", tronaban los
dioses. Claro que los mensajeros se portaron mojigatos y
doraron la píldora al asegurar, como diplomáticos de carrera,
que los inmortales les llamaban a jugar la pelota "para que
se alegraran sus casas, porque verdaderamente los jugadores
les causaban admiración".

A pesar de contar con cancha propia, los dioses no poseían el
equipo ad hoc pues pidieron a sus rivales que llevaran
anilos, guantes y las pelotas de caucho. Pero estos retadores
se comportaron de la forma más baja y ni siquiera se
presentaron en el campo de juego. Antes del enfrentamiento,
los anfitriones sujetaron a sus invitados a diversas pruebas y
les dieron una cruel muerte.

Después de este primer tiempo entre los inmortales, sólo quedó
la cabeza de uno de los jugadores vencidos que, puesta en un
árbol, echó más tarde saliva en la palma de la mano de una
doncella, y de esta foma fueron engendrados los jóvenes héroes.

Cuando ellos, Hunahphú e Ixbalanqué, empezaban a realizar
algunas proezas, descubrieron los instrumentos paternos del
juego, y muy pronto, con el ruido de los secos golpes a la
pelota, les zumbaron nuevamente los oídos a los dioses
subterráneos que desafían una vez más a un partido a los jugadores.

La revancha se produjo en uno de los clásicos con mayores
incidentes y efectos más trascendentes. Esta vez Hunahphú e
Ixbalanqué dieron una verdadrea paliza a los dioses sombríos
y, sobre todo, superaron todas las pruebas en la región de
los muertos, vencieron a los señores de ese reino de
tinieblas, cobraron así la muerte de los padres, y los dos
jóvenes héroes se transformaron finalmente en el sol y la
luna. La luz nacía para ver la quinta creación de los hombres
de maíz que darían origen a los distintos grupos quichés.

Antes del fútbol al que se refirió Samper, en la Liga de los
Inmortales se jugó el partido por el cual la luz venció sobre
las tinieblas. Fue sin duda el clásico más antiguo del mundo.

El tiempo gira en redondo

El juego de la pelota tuvo en épocas antiguas un significado
religioso. Posiblemente fue parte de importantes ritos
colectivos. Por ello la presencia de campos para el juego en
los centros ceremoniales. Si en el "Popol Vuh" se enfrentaron
el Sol y la Luna con los dioses sombríos del inframundo, en la
mitología azteca el partido puso en el campo como
contrincantes a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, el
Sol, y a los dioses que representan la Luna y las Estrellas.
En uno y otro caso, el juego de la pelota tuvo como
protagonistas a los astros. El fútbol de nuestra época copia
también en esto a los clásicos de los inmortales. Pero las
viejas culturas mesoamericanas conocieron con mucha exactitud
el curso de los verdaderos astros. Por medio de su
observación, hallaban una forma de prever el futuro. Era una
respuesta a la idea de que el tiempo giraba en redondo y una
gran rueda de años componía grandes ciclos cuyo destino
consistía en el retorno perpetuo. Si esto fuera así, el
juego de la pelota en tiempos de Quetzalcoátl repetiría las
mismas pasiones, grandezas y miserias, que el actual fútbol,
como hacía notar Daniel Samper. (C-3)
EXPLORED
en Autor: Diego Araujo - [email protected] Ciudad Quito

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