Quito. 6 feb 2002. (Editorial) El mundo se mueve a una velocidad
asombrosa. Los avances tecnológicos sacuden a las estructuras sociales y
económicas. Hay muchos productos globales. Se globalizan escenarios para
el comercio y la producción. Existen actores globales, que incluyen,
junto a unas cuantas transnacionales y a unos cuantos organismos
multilaterales, pocos, pero poderosos, Estados. Las migraciones, más o
menos toleradas, son también un fruto global. Y el capital, que "necesita
anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en
todas partes", se globaliza, tal como lo anticiparon Carlos Marx y
Federico Engels. "Mediante la explotación del mercado mundial, la
burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y el consumo de
todos los países". Burguesía que, "espoleada por la necesidad de dar cada
vez mayor salida a sus productos, (...) recorre el mundo entero", en un
proceso que, como lo vieron en 1848 estos dos alemanes, "obliga a todas
las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de
producción; las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir,
a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y
semejanza". Y como resultado de ese proceso, cuando la humanidad ha
alcanzado un nivel de acumulación material nunca antes registrado, las
brechas entre ricos y pobres, medibles de mil maneras entre Davos y Porto
Alegre, presentan desniveles mayúsculos... desigualdades que afectan, de
manera creciente, también a los países industrializados. ¿No es eso
exactamente lo que caracteriza al capitalismo?

Esta realidad globalizante, que da la idea de que el mundo se liberaliza
y cambia, al tiempo que integra y desintegra, concentra y excluye,
conlleva un dinamismo que recrea las estructuras de poder y dominación.
Afloran nuevas formas de violencia global, que por hoy se nutren de la
lucha contra el terrorismo internacional. Reconstrucción de estructuras
mundiales que no surge por ningún complot mundial, si no que es
entendible dentro del proceso global de acumulación del capital, es
decir, de creación, apropiación y utilización del excedente económico.

Estos acontecimientos adquirirán su interpretación correcta a partir de
una lectura que escudriñe la esencia del capitalismo mundializado.
Lectura que conduce a reconocer que la desigualdad es intrínseca al
capitalismo, exacerbada hoy por el neoliberalismo, y que la reedición del
progreso de los países industrializados, sus estilos de vida, no son ni
intergeneracional ni internacionalmente generalizables; y que esos países
son el principal factor de riesgo para el equilibrio ecológico mundial.
Lo cual compele a aceptar que la influencia global exige visiones y
respuestas globales, sin descuidar la acción local.

Si se pone la vida en el centro de la acción, y no solo la reproducción
del capital, impulsar un nuevo proceso de globalización es indispensable.
No está en juego un mejor sistema de acumulación material. No se trata
solo de hacer bien las cosas o de buscar consensos para parchar al
sistema. Se precisan cambios profundos, en cuya cristalización los
actores deben ser los propios beneficiarios, empeñados en construir
sociedades sustentables. Urge superar aquellas visiones simplistas que
convirtieron al economicismo en el eje de la sociedad. Esta es una
apuesta por un futuro diferente, que no se logrará exclusivamente con
discursos radicales, carentes de propuesta. Sí, otro mundo será posible
si se parte de los derechos humanos políticos, económicos, sociales,
culturales y ambientales.

E-mail: [email protected] (Diario Hoy)
EXPLORED
en Autor: Alberto Acosta - Ciudad Quito

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