OMAR RAYO Y EL PORQUE DEL COLOR DENTRO DE SU GEOMETRIA
por Francisco Febres Cordero

Quito. 21.10.90. Cosas como éstas son las que no hay en Nueva
York; cosas como éstas son las que extraño, las que necesito
para vivir, dice Omar Rayo mientras se limpia de sus bigotes
entrecanos los rezagos de un cebiche de corvina que, con una
cerveza de por medio, compartimos en uno de los restaurantes
de La Mariscal, vecino de La Galería, donde su exposición
permanece colgada.

Contempla la cebolla paiteña y con los ojos saborea su color.
Y el maíz tostado que, hirviente, reposa en un tiesto de barro
sobre la mesa, para él también es color. Como es color esta
mañana fría de quiteña lluvia andina, igual que lo es el más
caluroso calor del trópico caribeño o un vallenato de Rafael
Escalona. Eso es color. Y es más.

Es el abrazo con un amigo con quien se encuentra al mucho
tiempo en una esquina de Santiago, o la postal que le llega
del Brasil.

Para él, todo aquello de esta parte sur del continente tiene
la sustancia de un color fresco, vivo, que luego traspasa a
alguno de sus sensuales intaglios y lienzos agrupados bajo el
genérico de Cilindromes y Tubulencias.

Pero en la muestra de La Galería también hay el blanco y
negro. Y eso, para él, es Nueva York, ciudad donde vive desde
hace treinta años, por una suerte de masoquismo que no logra
entender. Buscando una explicación, sin embargo, da con
Agueda y su matrimonio: se casó con esa mujer de origen
rumano-español y eso hizo que se afincara en esa urbe con
corazón de hierro.

Y allá perdió el color.

Allá -en esa jungla de asfalto que, más que una película, es
una sensación de desolado abandono- se quedó solo con el
blanco. Y con el negro. Y con el blanco y con el negro como
únicas letras de su alfabeto cromático, comenzó a trabajar su
geometría. Ese fue su reto. Y sigue siendo.

Viene a Latinoamérica cada vez que puede, a fin de recuperar
esos colores que a él le pertenecen, que son suyos siendo del
ambiente. "Cuando estoy aquí y me encierro en mi estudio a
pintar, en un momento dado tengo que mandar sacando el color a
patadas porque lo inunda todo. Colma. Fluye. Mi mujer -que
es poeta- dice, por ejemplo, que la luz vertical del valle del
Cauca parte el cráneo en dos para que allí empollen los
verbos".

En una hoja concentró la exuberanciaDe Nueva York a América.
De América a Nueva York. Esa es su vida. Y en América,
Roldanillo, su pueblo natal colombiano donde hace diez años
creó un museo que es su mayor ilusión y es -creo que también
es- su más ansiado destino. Roldanillo. Se llena la boca al
hablar de él y yo, al frente, tengo miedo de que le vaya a dar
atoro. Una cerveza por Roldanillo le digo como para acompañar
el picante color de su querencia.

Era caricaturista. Así comenzó en el arte: colaborando con
sus sátiras en varios diarios colombianos. Un día salió en
automóvil con un amigo a recorrer América. En Guayaquil su
amigo se enamoró y Rayo, que nunca tuvo vacación de arpista,
decidió seguir solo su periplo. Jaló dedo e inauguró una moda
que muchos años después se pondría en voga. Cuatro años le
duró la gira. Y, de pronto, América, esa América de a pie y
de mochila, para él tuvo una figura: la una hoja. En esa
elipse el pintor concentró toda la exuberancia de este
continente tan contradictoriamente exuberante.

Después esa elipse se volvió geométrica. Pero conservó sus
dobleces y sus pliegues. Hasta ahora. Y su misterio y su
juego conservó. Subió.

En México estudió grabado y muralismo. Enrumbó a Nueva York,
la capital del arte, la añorada meca de todo creador. Su
estudio, en un rincón abuhardillado y compartido con otros
que, como él, buscaban. El contacto con las nuevas
corrientes. El deslumbramiento. Y una nostalgia que se hizo
claroscuro. Con el blanco. Y con el negro. Se fue quedando
allí. Se fue quedando. Hasta que ahora, treinta años
después, dice que puede dar su testimonio de la muerte del
arte norteamericano al que, como expresó una crítica, "no lo
quieren enterrar sino que lo están embalsamando". No hay nada
que ver, dice Omar Rayo. Nada nuevo en las galerías,
dedicadas a recoger solo despojos. En los museos, en cambio,
está lo serio. Y, por eso, afirma que es en Latinoamérica
donde brota ese coraje que se alimenta del más viejo pasado.
De ahí que él mismo, en su muestra de La Galería, haya
incluido un elemento que en su obra anterior no existía: el
precolombino.

Lo que no es nuevo es el blanco y negro. Y el acrílico,
material del que hace uso desde hace treinta años, por la
rapidez en el trabajo, por su brillo, por las posibilidades de
su transparencia. "Eso sí, sin espray: yo pinto todo a mano,
en una labor que requiere una paciencia solo propia de las
madres abadesas".

Y un tesón solo propio del soñador. Y la autocrítica
constante, como la de todo creador que lo es en serio. Lo
demás es alimento, igual que el cebiche que termina. Y es,
también, el próximo viaje a Nueva York de donde está ya
pensando en el retorno a Roldanillo, con un lienzo en blanco y
negro a medio terminar al que, en Latinoamérica, inserta un
rojo como para señalar que en realidad fue hecho en Roldayork.

De fechas y otras historias

1928: Nació en Roldanillo, Colombia.
1947: Empieza su carrera como dibujante e ilustrador de
periódicos y revistas.
1954: Viaja por todos los países de América Latina y expone
por primera vez en Guayaquil y Quito (Casa de la
Cultura).
1958: Vuelve a Colombia.
1959-60: Vive y trabaja en México.
1960-90: Se radica en Nueva York.
1981: Establece el Museo Rayo en Roldanillo.
1983: Inaugura el proyecto "Arte Vial", con artistas
internacionales, entre Roldanillo y Zarzal.

Sus exposiciones individuales rebasan las 160 y las colectivas
ni qué decir; y, en el mdio, una cantidad de premios y esas
cosas.
Su número cabalístico no hay como contar porque es el 8.
Su signo, capricornio. (C-1).
EXPLORED
en Ciudad Quito

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