OCTAVIO PAZ O EL ARTE DE ENSAYAR, por Manuel Corrales Pascual

Quito. 04.11.90. No me entretengo en datos, que ya otros se
encargan de eso. Me apresuro a entrar en materia. Pero,
tratándose de Octavio Paz, solo puedo hacerlo cordialmente,
con el entusiasmo y la euforia que en mi ha reavivado la
noticia: Octavio Paz, cuya prosa disfruto desde hace años,
cuya poesía es sencillamente lo que debe ser, se ha ganado a
pulso -con toda seguridad sin jamás haberlo ambicionado- el
Premio Nobel.

Octavio Paz es poeta. Y con eso ya está dicho lo sustancial,
lo que verdaderamente importa. Y por ello, en medio de la
crisis fenomenal que padecemos, que es crisis de hombredad,
la noticia nos ha hecho acrecer nuestra esperanza. Alguien
entre nosotros lo dijo no hace mucho: "La crisis actual del
pensamiento estriba en haber olvidado su suelo de poesía". Y
Octavio Paz, iluminado por propia experiencia, escribe mucho
más positivo: "En el origen, la poesía y el pensamiento
estuvieron unidos; después los separó un acto de violencia
racional; hoy tienden, casi a tientas, a unirse de nuevo".

Ser ensayista es un modo de ser poeta. Es el modo
priviligiado de tentar la reconciliación de poesía y
pensamiento. Y ese es el oficio elegido con toda deliberación
y responsabilidad por nuestro flamante Nobel. Los profesores
de literatura se ven y se desean cuando tienen que explicar a
sus pupilos qué cosa sea un ensayo. Octavio Paz, hablando de
Ortega, no define el ensayo, sino al ensayista. Y dice: "Fue
un verdadero ensayista, tal vez el más grande de nuestra
lengua: es decir, fue maestro de un género que no tolera las
simplificaciones de las sinopsis.

El ensayista tiene que ser diverso, penetrante, agudo,
novedoso y dominar el arte difícil de los puntos suspensivos.
No agota su tema, no compila ni sistematiza: explora. Si cede
a la tentación de ser categórico, como tantas veces le ocurrió
a Ortega y Gasset, debe entonces introducir en lo que dice
unas gotas de duda, una reserva. La prosa del ensayo fluye
viva, nunca en línea recta, equidistante siempre de los dos
extremos que sin cesar la acechan: el tratado y el aforismo.

Dos formas de la congelación

"Bastan las líneas citadas para darme la razón en el título
que he puesto a este mínimo homenaje. Y es que, como lector,
siento que el ensayo es un tipo de discurso hecho ante todo
para disfrutarlo, para quemar con reverencia y euforia a la
vez, como se quema el incienso, los mejores momentos de una
existencia que, en su mayor parte, malgastamos en
trivialidades provincianas.

Un libro de ensayos no es un texto de estudio, sino de
meditación gozosa. No es un tratado enjuto, sino una voz
viva, repleta y suscitadora. El ensayista amasa cada frase de
su decir con la harina de un maduro saber, que no es erudición
mostrenca, sino acopio de palpitantes pensares y visiones del
mundo, de la vida, del hombre. Del hombre, en definitiva y en
suma.

Es cierto el otro riesgo del que Octavio Paz nos previene: el
de hacer aforismos. Y es que de sus escritos, como de los de
Ortega o de los cualquier ensayista, podemos extraer sin
dificultad alguna dichos sueltos que suenan a proverbios.
Pero, cuidado: la frase que irremediablemente pudiera sonar a
proverbio o aforismo, no es tal: es un momento de un fluir
poético en sentido radicalmente etimológico: pues a la frase
redonda, limpiamente acuñada, sigue como estela la glosa, la
modulación que la conduce a plenitud de sentido. Ese es el
arte de ensayar. Por supuesto, estamos en un reino muy
distinto de aquel donde los dilettantes se solazan. No es el
lenguaje por el lenguaje, ni lo bien dicho por lo bien dicho,
sino el bien decir como ejecución soberana del bien ser; o
sea, del ser sin más : el ser de carne y hueso, de ilusión y
dolores llamado hombre, que intenta pertinaz -aunque no
siempre lo consiga- tantear el encuentro con la trascendencia.

¿Y qué ensaya Octavio Paz?

Si no me equivoco, un punto cualquiera, un tema, un
interrogante, un acontecimiento, un libro, lo llevan
irremediablemente al mundo y al hombre latinoamericano. El
mundo efervescente de un hombre en polémica efervescencia.
"Una civilización -nos dice Octavio Paz- no es una esencia
inmóvil, idéntica a sí misma siempre: es una sociedad habitada
por la discordia y poseída por el deseo de restaurar la
unidad, un espejo en el que, al contemplarnos, nos perdemos y,
al perdernos, nos recobramos".

¿Y por qué la fascinación? ¿Por qué este volver una y otra vez
sobre el hombre que somos? ¿Por qué este inquirir con
pertinacia sobre nuestra realidad cultural? Oigámosle de
nuevo: "La aparición de América con sus grandes civilizaciones
extrañas modificó radicalmente el diálogo de la civilización
hispánica consigo misma. Introdujo un elemento de
incertidumbre, por decirlo así, que desde entonces desafía a
nuestra imaginación e interroga a nuestra identidad. El
interlocutor indio nos dice que el hombre es una criatura
imprevisible y que es un ser doble.

"Este momento, solemne y fugaz a la vez, es como un aguijón
que nos dispara a la lectura de los ensayos de Octavio Paz, a
ponernos en sintonía con su pensar y sus anhelos. No nos
viene mal este ejercicio: nos es urgente. La ramplonería
cunde entre nosotros. Y parece que deliberadamente se la
alienta con premeditación y alevosía. La mediocridad parece
ser la señal que mejor identifica a muchos de nuestros
coetáneos. Y, curiosa y peligrosamente a la vez, parece que
megalómanos irresponsables, o lucradores del desorden
establecido, chicos -en todo caso- por dentro y por fuera, no
encontraron otro camino para satisfacer sus apetitos, que
rodearse de gentes más menudas aún que ellos, y mantenerlas en
su enanismo. A todos -a ellos y a nosotros- nos hace falta con
urgencia, si queremos sobrevivir a la crisis, el ponernos al
diálogo con espíritus y textos que aún se dan -por fortuna-
aquende los linderos latinoamericanos.

Esos mejores hombres que son nuestros, Octavio Paz en el
presente instante, esos que como él hacen la conjunción de
pensamiento y poesía, habrían de ser el compás que nos guiara.
Y nuestro el deber de acercarnos a ellos. Porque, se pregunta
Paz, ¿qué es literatura? Y responde: "Las novelas, los poemas,
los relatos, las comedias y los ensayos se convierten en obras
por la complicidad creadora de los lectores. La obra es obra
gracias al lector". (C-3).
EXPLORED
en Ciudad Quito

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