Análisis

¿La crónica de un fracaso anunciado? Juan Manuel Santos no logra dar credibilidad al proceso de diálogo con las FARC. El exministro de defensa de Colombia apostó por una din{amica de negociación directa sin decir a sus ciudadanos, y a la comunidad internacional, en qué factores objetivos se basa para obtener resultados donde Álvaro Uribe nunca intentó.

Santos, un hombre terriblemente vinculado con los mayores sectores de poder en Colombia, debe tener información que lo impulsó a entrar en ese campo minado para un presidente colombiano. Para cualquier presidente.

Las FARC han sido demasiado predecibles. No es la primera vez que preconizan el diálogo, mientras trafican con droga y, además, secuestran y asesinan. Precisamente la popularidad de Álvaro Uribe se debió a la decepción nacional que hubo en Colombia, tras la mano tendida que ofreció Andrés Pastrana y los intentos vanos de llevar el conflicto armado a una mesa de negociación por parte de otros gobiernos.

La imposibilidad de circular por tierra entre las principales ciudades, la abrumadora lista de secuestrados, los atentados contra la población civil y contra la infaestructura, principalmente eléctrica... Todo ello convenció a la población de que la guerrilla no buscaba la paz. Se impuso la certeza de que solo quería ganar tiempo, granjearse un espacio diplomático, obtener el estatus de beligerante y robustecerse militarmente. Uribe y su enorme popularidad política fueron un resultado concreto de ese contexto. Por eso fue elegido, pudo reelegirse y se fue del poder, contra su voluntad, con un nivel de popularidad que le permitió pensar que Juan Manuel Santos llegó a la Casa de Nariño enancado en el fenómeno político que él produjo.

Santos cambió el rumbo de la política que él ayudó a ejecutar. Lo hizo dándose un año para que Colombia vea resultados. Un plazo que coincide con los prolegómenos de la campaña que debiera llevarlo a una reelección. ¿Un salto al vacío? Nadie sabe, en todo caso, si la guerrilla, debilitada por la acción de Santos al lado de Uribe decidió abandonar las armas. Lo único seguro, por ahora, es que la actuación de los delegados guerrilleros en La Habana vuelve a ser tan predecible como siempre: alargar los plazos, ampliar la lista de reivindicaciones, jugar el papel de Robin Hood ante los medios de comunicación, montar artimañas diplomáticas... mientras en Colombia no dan señales concretas e inequívocas de querer sinceramente la paz.

De dos una: o Santos tiene información que no ha dado. O se enredó en este asunto, pues hoy depende estratégicamente de la guerrilla para aspirar a un segundo mandato.

 

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