Guayaquil. 02 mar 99. ¿Cómo quedaron los Estados Unidos y
Europa en la primera disputa comercial mundial posmoderna? Por
cinco años, ambas partes han estado desarrollando una batalla
relacionada con el banano, una fruta que ninguno de los dos
producen, y en la que no están amenazados empleos para
electores de ninguno de los bandos.

La premisa uno es que los burócratas necesitan algo que hacer
y quieren ser receptivos a cualquiera que les ofrezca una
agenda en bandeja de plata, completa, con justificaciones
rimbombantes, filosóficas. La premisa dos es la llamada
paradoja Abilene, tradicionalmente formulada como sigue: un
grupo viaja a Abilene a almorzar, y recién a su regreso
descubren que nadie quería realmente ir allí, pero pensaban
que los demás si querían hacerlo.

Los europeos sostienen que unas pocas manchitas en el Caribe,
incluyendo las islas Barlovento, llegarían a una pobreza más
profunda si se permite que reine un mercado libre de banano.
No muchos europeos se preocupan realmente por las islas
Barlovento.

Aunque nadie ha sido capaz de señalar cómo Fyffes, un gran
comerciante de fruta irlandesa, usa su influencia, la sospecha
en cada región es que la compañía es aquí el verdadero
Svengali. Como lo muestra el Banco Mundial, por cada US$1 que
gotea a las regiones del Caribe, US$12,25 van a
intermediarios, de los cuales Fyffes es el ejemplo principal.
Recién ahora último la Comisión Europea ha lanzado una
investigación no vinculada con la disputa bananera,
relacionada a nepotismo, soborno y planeación de sus
procedimientos. Esto podría ser un precedente promisorio.

Por el lado de los Estados Unidos, la disputa bananera ha sido
inflada, también pomposamente, dentro de una prueba de vida o
muerte de la Organización Mundial de Comercio. Ya dos veces,
la Organización Mundial de Comercio ha examinado la política
bananera europea y reprendido a Bruselas por no idear un
régimen que pueda introducirse secretamente a través de
amplias, expansivas y copiosas escapatorias que permiten a los
países violar el espíritu de libre comercio. Habiendo vencido
la fecha límite, los europeos ahora tienen hasta marzo 1 para
dar una satisfacción, o los Estados Unidos prometen echar a
perder US$520 millones por destrucción en su cachemira y otras
industrias inocentes.

Debido a la tradición americana de mantener abierto para
revisión el establecimiento de sus políticas, el papel de
Chiquita, por descuido, se ha convertido en objeto de
escudriñamiento.
La pobre compañía, ya bajo una permanente nube como sucesora
de la United Fruit, enemiga tradicional de la izquierda global
por su patriarcal historia en las repúblicas bananeras del
hemisferio occidental, cometió el error de creer en la palabra
de los europeos. Europa había prometido, en 1992, convertirse
en un mercado libre, único y razonable, de mercancías y
servicios. Chiquita invirtió millones en plantaciones y buques
con anticipación a ventas sin restricción.

No fue único. Fyffes, reconociendo la superioridad de la
versión latina de la alargada fruta amarilla, trató de tentar
al cultivador hondureño más grande de Chiquita para que
empiece a vender directamente a Fyffes. Lo que se conoció como
la guerra del banano en 1990 terminó en una tregua negociada,
pero solo luego de un sospechoso descarrilamiento de un tren,
decomiso de embarques de banano efectuado por grupos armados,
y una demanda de un empleado de Fyffes que acusaba a Chiquita
de piratería e intento de rapto.

Luego la batalla giró hacia un escenario caribeño, cuando la
dirección del proteccionismo de la Unión Europea se hizo
manifiesta. Chiquita vino violando y empezó a ofrecer precios
más altos a productores locales, fomentando una revuelta y
varios días de amotinamiento, en los cuales dos granjeros
fueron matados por la policía. Dole, otra contrincante, actuó
astutamente, posicionándose para favorecerse sin importar lo
que pasaba. Pero Fyffes y Chiquita tienen en común el hecho de
que en toda su extensión global, sus negocios son manejados
por familias provincianas.

Fruit Importers, de Irlanda, que eventualmente se convirtió en
la matriz de Fyffes, fue puesta en marcha por un mayorista de
Dundalk, Neil McCann, quien todavía labora como presidente,
mientras sus dos hijos manejan la compañía. El veterano,
menospreciando las ``horas laborables', dijo una vez: ``El
producto fresco es un negocio de noche y día, y es una actitud
que las familias conservan'.

Chiquita está dominada por la aún misteriosa y generosa
familia Lindner de Cincinnatti, cuyo viejo empresario
ecléctico, Carl Lindner Jr. es conocido por pasar tarjetas que
contienen la leyenda ``Solo en América! Gee, yo soy feliz!'.
Su hijo ahora dirige el negocio de la familia.
Los Lindner una vez tuvieron la propiedad de Fyffes, y la
vendieron al Sr. McCann en 1988.
Y ambos enfrentan la sobria lección de Geest-Geest, que era el
tercer banano en el mercado europeo hasta que perdió su
independencia por un negocio conjunto que involucraba a Fyffes
y a una cooperativa bananera del Caribe. Naturalmente, Geest
culpó a la Unión Europea por haber dejado entrar demasiado
banano de Chiquita, lo que no ayudó a Chiquita en su propia
licitación para comprar Geest. Quizás es así como la contienda
Lindner-McCann ha sido depositada en los perfumados corredores
de la Organización Mundial de Comercio.

Los Lindner han donado grandes sumas a los partidos Demócrata
y Republicano. Esto les puede facilitar una noche el
dormitorio de Lincoln. Pero sus agentes como Carolyn Gleason,
abogada de Chiquita en Washington, quien conversando con
funcionarios comerciales de la Casa Blanca, y haciendo
virtualmente trabajos burocráticos para ellos, los engatusa
para que se dediquen a tal o cual proceso.

¿Cuántos puntos de conversación delineados, memos legales,
testimonios congresuales, llamadas telefónicas,
incansablemente repetidas y grandes almuerzos son necesarios
antes de que uno esté recorriendo un pequeño tramo de la
política comercial de los Estados Unidos?
Probablemente lo mismo que toma recorrer la política comercial
de la Unión Europea.

Pero desde que al público casi no le está permitido testificar
los procesos ocultos de los cuales está hecha la política,
vale la pena observar el papel de camafeo de la Sra. Gleason
en la extravagancia de 18 páginas, de la primavera pasada, en
el Cincinnati Enquirer, pintando a Chiquita como un foco
mundial de maldad. El periódico, más tarde desconoció la
historia porque estaba basada en correo de voz robado, pero
nadie ha impugnado la autenticidad del correo de voz.

La Sra. Gleason es vista faxeando a periódicos importantes y
propiciando presiones legislativas a la Casa Blanca, así como
frustrando una visita panameña a la Unión Europea para charlar
sobre la disputa bananera. El periódico se remite al correo de
voz para sugerir que tal triquiñuela fracasó, pero nunca
explica todo lo que significó, excepto para sumar
innecesariamente difamaciones conspiratorias sobre una limpia
pieza del manipuleo burocrático.

Aún así, puede uno imaginarse cómo funcionarios de ambos lados
del Atlántico, intentando agradar a las Sras. Gleason del
mundo, ahora se encuentran en un viaje a Abilene. (Texto
tomado de El Universo)
EXPLORED
en Ciudad Guayaquil

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