CIUDAD DE MEXICO. 12 jul 97. Hasta antes de las elecciones
del pasado 6 de julio, al Partido de la Revolución Democrática
-PRD- de Cuauhtémoc Cárdenas, se le llamaba "el perderé".

Pero el triunfo de Cárdenas fue arrollador. Era su tercera
apuesta y nada más y nada menos que para enfrentar a la gran
fiera: Ciudad de México.

Cárdenas se alzó sobre las cenizas del salinismo que tanto lo
vilipendió. Atrajo a millares de jóvenes que rechazan la
inmutabilidad del sistema presidencialista, en un país
presionado por una crisis económica que mantiene a 40 millones
de mexicanos en niveles de pobreza y miseria.

LA RESURRECCION DE CUAUHTEMOC

Un muñeco de espuma, de párpados abultados, ceño fruncido y
mechón rebelde, es la estrella de "Los hechos de Peluche", un
segmento de sátira política que se transmite durante el
noticiero de mayor audiencia, hoy en la televisión mexicana.
Se llama "Cuate Mochas".

Al principio, a Cuauhtémoc Cárdenas le irritaba su propia
caricatura. Pero le dejó de importunar luego de que en un
mitin de campaña, degustando ya el sabor de la victoria,
escuchó a cientos de enardecidos adolescentes perredistas
gritar: "¡Cuate Mochas! ¡Cuate Mochas!, ya viene, ya llega,
el que va a tronar al PRI!"

La imagen de Cárdenas, el flamante gobernador de Ciudad de
México, ha dado un vuelco inesperado. A quienes le conocieron
en las lides del 88 y del 94, sorprende su gesto sonriente,
conciliador y sereno de hoy.

Las cicatrices del pasado -diez años de inflexible oposición
al régimen, cientos de sus simpatizantes asesinados en el
camino- parecen haberse esfumado. Su discurso abandonó,
también, el tono radical. En sus mitines confluyeron lo mismo
estudiantes e intelectuales politizados que empresarios y
"señoras-bien".

Al convertirse, desde la oposición, en el primer gobernador de
la capital electo democráticamente, Cárdenas saldó el pasado
domingo sus cuentas con el poder. Ese que lo cobijó y lo
catapulteó a los más altos círculos del sistema político
mexicano, dominado por el Partido Revolucionario
Institucional, PRI, hace casi 70 años. Y que, a partir de su
ruptura en 1987, le colocó en el incómodo y peligroso sitio de
"disidente".

LA RUPTURA

Cárdenas, prácticamente, nació en Los Pinos, la casa
presidencial. Tenía menos de un año cuando su padre, el
venerado Lázaro Cárdenas, asumió la presidencia de México en
1934. Promotor de una de las pocas renovaciones del PRI,
desde su creación en 1929, Lázaro nacionalizó el petróleo y
entregó tierras a los campesinos de su país..

El poder del mito ejerció una decisiva influencia en la
carrera política de Cuauhtémoc. Ingeniero civil de profesión,
escaló poco a poco cada peldaño de la rígida pirámide priísta,
hasta alcanzar en 1980, gracias al "dedazo" del entonces
presidente José López Portillo, la gubernatura del estado de
Michoacán.

Poco después de terminar su mandato, Cárdenas comenzó a
cuestionar el mecanismo antidemocrático de selección de
candidatos a puestos de poder. El mismo que él había
utilizado antes.

Al año de encabezar una corriente opositora al interior del
PRI, junto a otros personajes como Porfirio Muñoz Ledo y
Rosario Ibarra, decidió escindirse y se lanzó a la presidencia
en 1988, apoyado por un frente conformado por un arcoiris de
facciones: marxistas, troskistas, centroizquierdistas,
disidentes del derechista Partido Acción Nacional así como
muchos ex priístas.

La mezcla fue explosiva, las movilizaciones masivas.
Cárdenas se atribuyó el triunfo sobre el candidato oficial
Carlos Salinas de Gortari. Pero una misteriosa "caída del
sistema" de cómputo electoral no permitió nunca esclarecer la
verdad, y Salinas asumió el poder para ilusionar a los
mexicanos con el espejismo de su entrada, por la puerta
grande, al Primer Mundo.

LA CAIDA

Temido, despreciado y satanizado, lo mismo por el oficialismo
que por la oposición de derecha, Cárdenas se ganó la fama de
ser violento. Y su Partido de la Revolución Democrática, PRD,
creado en el 89, quedó estigmatizado como el partido de la
"intransigencia".

Los primeros años del salinismo -marcado por la inmediatez de
los éxitos de la apertura económica- aislaron cada vez más al
PRD, que quedó arrinconado en lo que parecía un discurso
radical y fuera de tono.

Seis años después, Cárdenas volvió a competir por la
presidencia contra Ernesto Zedillo. Los presagios de cara a
las elecciones en 1994 eran casi apocalípticos.

Todo parecía haber cambiado el 1+ de enero de ese año. El
triunfalismo de Salinas era eclipsado por una sorprendente
insurección zapatista en el sureño estado de Chiapas, el
asesinato de un obispo y de dos prominentes políticos
oficialistas, así como por un inusitado nerviosismo bursátil.

El fantasma de la guerra civil rondaba frente a las
posibilidades de un nuevo fraude. Pero los resultados en las
urnas fueron incontrovertibles: Zedillo ganó con casi el 50
por ciento y Cárdenas sufrió una estrepitosa caída a un duro
tercer lugar.

Incapaz de vender un proyecto alternativo al salinismo, uno de
"cambio sin inestabilidad", muchos creyeron, entonces, que
Cárdenas había firmado el acta de defunción de su joven
partido, y la suya propia.

LA RESURRECCION

Hasta antes de las elecciones del pasado 6 de julio, al PRD se
le llamaba "el perderé". Ahora, es casi "políticamente
incorrecto" hablar mal de Cuauhtémoc y bien del PRI. Si en el
94, el laureado escritor Carlos Fuentes alertaba sobre el
"choque de trenes", hoy los analistas acuñan un nuevo término:
la "tersa transición" democrática en México.

Los propios electores parecían sorprendidos de lo que habían
hecho. "Nunca pensamos que fuera tan fácil un voto limpio y en
paz", decía una editorialista. Aunque se elegían también
gobernadores estatales, diputados y senadores, todos los
reflectores se enfocaron a la figura

de Cuauhtémoc. Era su tercera apuesta y nada más y nada menos
que para enfrentar a la gran fiera: Ciudad de México.

Su triunfo fue arrollador (47.7 por ciento) y la fiesta
perredista eufórica hasta la exageración.

Mucho pudo el honesto récord personal del candidato contra la
siniestra trama de corrupción del priísmo. Esa que convirtió
al ex presidente Carlos Salinas en el hombre más odiado del
país. "Los jóvenes están tan hambrientos de gente en quien
creer, votarán por él porque dice la verdad", decía la
escritora Elena Poniatowska.

Cárdenas se alzó sobre las cenizas del salinismo que tanto lo
vilipendió. Atrajo a millares de jóvenes sedientos de cambio,
a una generación que rechaza la inmutabilidad del sistema
presidencialista.

Y a muchos que, más que votar a su favor, votaron contra el
PRI, presionados por una crisis económica que mantiene a 40
millones de mexicanos en niveles de pobreza y miseria.

"Yo no he cambiado, lo que ha cambiado es el contexto
político", decía Cárdenas a esta reportera dos semanas antes
de la jornada electoral.

Muchos lo contradicen, para bien o para mal. Lo cierto es que
su madurez política se pondrá a prueba el próximo 5 de
diciembre, cuando tome posesión del Gobierno de una de las
ciudades más complejas del mundo, el "hervidero de abejas y
alacranes", como la describe Poniatowska. (DIARIO HOY) (P.
6-A)
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