Quito. 01.04.94. La época actual se interpreta a sí misma por la
idea de modernidad y el imperativo de la modernización orienta y
marca el sentido y desarrollo de nuestras sociedades, ordena su
funcionamiento y regula los comportamientos en su interior. Este
nuevo clima cultural y mental, pero también práctico, no es ajeno
a la forma optimista y exaltada Como el mundo afronta hoy su
transición hacia un tercer milenio, muy diferente de los pánicos
y terribles presagios de un fin del mundo, con los que hace mil
años la alta Edad Media esperaba la llegada del año mil.

Mientras que hace diez siglos un temor generalizado ante el
cambio de los tiempos cifraba sus seguridades en la conservación
del pasado, en la fuerza de las tradiciones, hoy todas las
esperanzas y expectativas apuestan al futuro, y se empeñan en las
más rápidas y profundas transformaciones.

Precedentes a la modernidad

Cuatro fenómenos, que caracterizaron el origen de la Edad Moderna
en la transición del siglo XV al XVI, han cobrado una dimensión
nueva en el actual tránsito hacia el tercer milenio. El primero
fue la globalización del conocimiento de todo el mundo, bajo el
emblema de non plus ultra (no más allá). Con el descubrimiento de
América y los viajes de circunvalación alrededor de la Tierra, el
hombre instalaba una nueva forma de dominación en el cosmos. El
segundo respondió a un impulsivo desarrollo de la comunicación,
proporcional a los nuevos espacios mundiales: la invención de la
imprenta y la difusión de la escritura. El tercero fue de orden
tecnológico: el uso de la pólvora que revolucionó el arte de la
guerra. El último consistió en el desarrollo de un racionalismo,
una progresiva secularización del pensamiento cada vez más
despojado de presupuestos religiosos y atavismos mágicos. "Todo
lo real es racional", nos diría Hegel algunos siglos después.

Actualmente, en la nueva modernidad,estos cuatro fenómenos han
adquirido formas y proporciones inéditas y de alcances
insospechados.

El conocimiento del mundo y del universo se ha ampliado,
profundizado y precisado; el sistema de comunicación escrita está
redimensionándose continuamente en su extensión y rapidez por
efecto de la informática y la telemática; las tecnologías se
potencializan con fuerzas cada vez más nucleares; y, en fin,todos
estos elementos han contribuido a fortalecer y desarrollar una
racionalidad instrumental, que dota al pensamiento de un poder
práctico y a las prácticas de un poder mental. La idea y la
palabra "moderno", acuñada en 1455, significa tanto lo nuevo como
lo contrario a lo antiguo.

En el siglo XVII se extiende la noción de "moderno" a las artes y
las ciencias, cuando se inicia la querella entre poetas
arquitectos antiguos y modernos, los que buscaban el
neoclasicismo y quienes intentaban innovar formas y estilos. En
el siglo XVIII (Rousseau se empieza a llamar "modernista" a todo
partidario de lo nuevo, y en el siglo XIX adoptan este
calificativo los pintores y arquitectos innovadores

Balzac (1823 se refiere a la "modernidad" literaria, atribuyendo
a la idea de "modernidad" un culto estético, que después se
traducirá en el "modernismo" de la poesía como "manía por lo
moderno", en el "nuevo arte"o "art nouveau" (Modern style,1883,
en la transición del siglo XIX al XX.

Con la publicación de El discurso filosófico de la modernidad
(l988, Jurgen Habermas fijaba las bases de un trato de la
modernidad, al mismo tiempo que definía las líneas y
orientaciones del pensamiento moderno.

La modernidad moderna ya tenía su catecismo.

Las formas actuales de la modernidad

El fenómeno más visible de la actual modernidad son los cambios
espaciales y la reducción de las distancias.

El hombre puede desplazarse a velocidades vertiginosas fuera de
la tierra y trasladarse de un país a otro, de uno a otro
continente, en cuestión de horas; y las mismas comunicaciones
escritas y por imágenes se establecen en minutos y segundos entre
los lugares más distantes

Cualquier acontecimiento en cualquier parte de la tierra (y aun
de la galaxia solar puede ser conocido y convivido
simultáneamente en todo el mundo, casi en el momento en que
sucede. Este acercamiento de todos los espacios, esta contiguidad
de todas las distancias ha convertido al mundo en una aldea,
donde nada de lo que ocurre es ajeno para nadie. Hoy, a comienzos
de 1994, vivimos tan sincronizados y pendientes de la guerra
yugoslava, de los tratados de paz palestino-israelitas, del
levantamiento indígena en México, como de las sórdidas peripecias
de Michael Jackson, de las manipulaciones genéticas británicas,
de un accidente aéreo siberiano, de los continuos desastres
ecológicos en todo el mundo y de la crónica roja doméstica de
cada país. Todo nos informa y todo nos afecta, y nuestra visión
del mundo condiciona la experiencia de nuestro pequeño y singular
entorno social.

Un orden económico, un orden político y cultural domina y regula
los particulares procesos económicos, políticos y culturales de
cada país. Es la hora de Las grandes integraciones.

Pero, al mismo tiempo que asistimos a una aldeanización de todo
el mundo, a una creciente homogenización, a una suerte de
entropía (económica, política y cultural), ha surgido, se ha
desarrollado y se ha fortalecido una multiplicidad de
micro-espacios, micro-procesos económicos. políticos y
culturales, dando lugar a crecientes heterogeneidades y
diferencias muy marcadas. Como si la entropía homogenizadora
generara un efecto contrario, de equilibrios compensatorios, de
negentropía, de multiplicación de las diversidades. Es la hora de
las etnias, de los regionalismos, de las identidades
particulares, de un individualismo desenfrenado, "individualismo
posesivo" (Macpherson), de "el yo saturado" (K. Gargen), con
peculiaridades hedonistas y pulsiones anticolectivas y
antisolidarias. Es la hora congestionada, quizás, esperemos,
transitoria, de los racismos y las xenofobias.

El otro fenómeno, propio de la actual modernidad y relacionado
con los cambios espaciales, es la transformación del tiempo, de
la misma idea y vivencia de la temporalidad. El tiempo, como lo
definía Aristóteles, "medida y experiencia del cambio según un
antes y un después".

Siempre hubo cambios en el mundo, y todas las sociedades han
estado siempre sujetas a más o menos lentas o rápidas
transformaciones. Si las sociedades se dividen en frías y
calientes, como las llamaba Levy-Strauss, según la velocidad de
su historia, la actual modernidad es incandescente. El frenesí de
los cambios es, también siempre, proporcional al número e
intensidad de los contratos, de las comunicaciones e
intercambios, de los rozamientos entre distintas sociedades y
culturas. Los pueblos aislados quedan más quietos.

Por eso, en el actual contexto de la modernidad, asistimos a una
vertiginosa aceleración de los cambios. Sucesos como los
ocurridos en Europa del Este, o la Guerra del Golfo, que en otras
épocas hubieran durado años, ocurrieron en días y meses.

No sólo los cambios embragan rápidamente y se aceleran, sino que
la misma representación y vivencia del tiempo se ha modificado.
Hoy las rupturas con el pasado son más bruscas y más profundas.
Mientras que el pasado pierde calidad temporal, se devalúa
temporalmente, pierde su presencia en el presente, el presente se
achica porque el futuro se encuentra cada vez más representado.
Los largos plazos se convierten en medianos plazos, y éstos se
hacen cada vez más inmediatos. El tiempo ya no pasa, corre,
porque en vez de mirar al pasado el hombre está más atento al
futuro.

El mundo moderno actual vive enfrentando el futuro, proyectado al
porvenir, previendo, previniendo y planificando. La futurología
ha dejado de ser ciencia ficción para volverse programa. Y hasta
los comportamientos cotidianos se regulan menos por el reloj que
por la agenda de actividades. Cuanto más moderno es un sector,
más grande es su agenda, y con mayor anticipación se fijan sus
actividades más lejanas. Y hasta las mismas identidades sociales
se construyen menos en referencia a las tradiciones de lo que un
grupo ha sido, y más en función de lo que quiere ser.

Qué es la modernización

Efecto de esta gran resaca del cambio, modernidad y modernización
conjugan un mismo principio: el realismo crítico, con una gran
dosis de positivismo práctico y utilitarista, que descarta
cualquier devaneo utópico, y han trastocado los idearios de
revolución por los programas del cambio. La historia ha
descubierto los azares y consecuencias imprevistas de las
revoluciones, pero garantiza el control de resultados en las
transformaciones programadas.

La modernización no consiste tan sólo en vivir en la modernidad,
sino en asumir todos los elementos que la constituyen y
adoptarlos como paradigma mental, utilizarlos como factores de la
práctica. Por esta razón, la modernidad supone una ética y una
estética del cambio, así como una técnica de renovación
constante.

En tal sentido, la modernización se presenta como sinónimo de
eficacia (rapidez, destreza y precisión en la toma de
decisiones), y de eficiencia (consecución de resultados
esperados). Este mismo imperativo de eficacia y eficiencia
influye en una forma de pensar propia de la modernidad: la
racionalidad instrumental; o lo que Habermas define como
Zweckratíonalitat,una racionalidad de fines y de objetivos. Se
trata de una racionalidad operativa y práctica, que se remonta a
los orígenes de la civilización occidental, y que ya Aristóteles
había enunciado, cuando definió al político, al ciudadano y al
pensador, como "teórico de lo real y práctico de lo posible".

Este es el fenómeno, estos son los procesos. Otra es su ética
discutible y compleja. El gran riesgo en el que estamos empeñados
es asistir a El fin de la historia; no el previsto por Fukuyama,
sino el que resultaría de irnos quedando poco a poco sin pasado.

* Texto tomado de REVISTA "DINERS" (P. 27, 28, Y 29)
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