MI BþRBARO AULLIDO SOBRE LOS TECHOS DEL MUNDO
UNA APROXIMACIþN A WALT WHITMAN. Por Cecilia Velasco

Quito. 12.07.92. Bajo el título de "Hojas de hierba", Whitman
fue editado todos sus poemas desde 1855, cuando tenía 36 años,
hasta l892 en que, a los 73, corrige en
vísperas de su muerte las últimas pruebas.

Similar al caso de Baudelaire con sus "Flores del mal", la
producción poética completa del autor norteamericano, de una
manera más bien caótica y sin ordenación aparente, está
contenida en esta obra, por la que desfilan ciertos
acontecimientos de la historia de su país, así como las
diferentes edades del poeta: juventud, madurez, vejez. De las
hojas se distingue el "Canto a mí mismo" o, como traducen
otros, el "Canto de mí mismo".

Dividido con posterioridad en 52 poemas -en las primeras
ediciones no existía esta fragmentación, sino un continuo de
mil trescientos cuarenta y seis versos- el Canto se constituye
en la obra total, que contiene naturaleza, ciudad, guerras,
propuestas filosóficas y, sobre todo, y como eje central, una
indeclinable exaltación al ser humano.

Si bien el mismo título de la obra nos está enfrentando a una
individualidad absoluta, Whitman se convierte en un
representante de la masa, de lo colectivo, en tanto el yo, al
desdoblarse y apropiarse íntegramente de otros, se transmuta:
el yo del bombero aplastado por las vigas, el yo del esclavo
perseguido. No solo que el poeta ama cada órgano de su cuerpo
y que de él ni una sola pulgada es vil, sino que, en la medida
en que comparte la misma materia de que están hechos los
otros, se hermano con ellos, y expresa la voluntad de amarlos
y acompañarlos.

Pasa la muerte con los que están muriendo, y pasa el
nacimiento con los niños y, en medio de esa vastedad, no cabe
entre su sombrero y sus botas. Acompañado por un estilo
inédito hasta ese momento, en que se propone romper con la
poética tradicional -la rima que se oye es cansina, la que no,
eternamente deliciosa- son múltiples los temas que se pueden
rastrear en su obra. Introduce, por ejemplo, pequeñas
historias en las que es testigo o protagonista, o se preocupa
por describir ciertas escenas: a sí mismo velando el sueño de
un niño y espantando las moscas que pueden perturbarlo, o
ayudando a un esclavo en su huida, o el hombre que se suicidó
y yace en su charco de sangre.

Se puede advertir en estas líneas la enorme capacidad de
síntesis poética: fragmentos cotidianos que logran concentrar
momentos de clímax -dolor, heroísmo, tragedia- Lo anecdótico
deja de ser tal y adquiere la capacidad potenciadora del
símbolo.

Yo soy el hombre, yo sufrí, yo estaba allí.

Whitman es el poeta nuevo de Norteamérica. Como tal, es quien
puede expresar, como nadie lo había hecho aún, una realidad
nueva, una nueva sociedad. De allí que estén presentes los
tramperos, los cazadores, los hombres del campo con su fuerza
y sus tareas, los fundadores. Si bien se deleita en la
geografía de su país, y describe a los habitantes de cada zona
apelando a sus particularidades, es, sin duda, poeta del
cosmos y del género humano. Las mujeres deambulan por sus
poemas, dando a luz, contemplando bañistas detrás de una
ventana, siendo quemadas en la hoguera, acusadas de brujería,
ante la mirada de los hijos. El poeta no solo que es capaz de
sufrir como hombre, sino también como mujer. "Mi voz es la
voz de la esposa, el chillido junto a la barandilla de la
escalera, traen el cuerpo de mi hombre chorreante y ahogado"
Lírica y épica a un tiempo. dolor y fiesta, convocatoria al
placer. El Canto no deja de increparnos. Sufre como hombre,
pero, por supuesto, goza como hombre; echa al novio de la cama
para acostarse junto a la novia, "toda la noche la tengo
apretada contra mis muslos y mis labios". Pero va más allá...
ensayará canciones para el amor viril, nombrará a todos sus
amantes: "el compañero de lecho, que me abraza/ y ama, duerme
a mi lado toda la noche y se re-/tira al apuntar el alba con
pasos furtivos"

Inicia su obra presentándose con la clave para entender las
poesías, pero no deja de apelar, ni un solo instante, a los
ojos particulares del interlocutor para que deje de mirar a
través de los ojos de los muertos, y de aprehender por medio
de los libro. Cierra su obra con cierta humildad, cercando el
ámbito al referirse, otra vez, al tú, afirmando que estará
bajo la suela de los zapatos, que a duras penas se sabrá qué
es o qué significa, que en alguna parte está y que espera.

Mas, la autora de esta nota se adueña por entero del otro
Whitman, profético, terrible totalizador: "Siempre el duro
suelo que se hunda/ siempre los comedores y bebedores, siempre
el sol/ que sube y baja, siempre el aire y las mareas/ sin
cesar,/ siempre yo mismo y mis vecinos, refrescantes,
malignos, reales,/ siempre la vieja pregunta inexplicable,
siempre esa/ espina en el pulgar, ese aliento de sarnas y de/
sedes,/ siempre el ­uh, uh! del burlón hasta que encontre-/
mos ese taimado y le hagamos salir,/ siempre el amor, el
líquido sollozante de la vida,/ siempre la venda bajo la
barbilla, siempre el catafalco / de la muerte.
En el emboscado útero de las sombras.

Todo es propicio para alimentar su canto; el poeta no desdeña
nada. Con una actitud vital absolutamente cuestionadora de lo
intelectual, de lo académico, de lo libresco, exaltará
bellamente a yeguas, tortugas, hormigas, a la ballena "que
nada con su cría y nunca le abandona", al estiercol y al
barro. En medio de los versos, recordará los días en que
discutía con linguistas. "Los santos y los sabios de la
historia, pero ¿y tú// mismo? Sermones, credos, teología, pero
¿y el insondable/ cerebro humano?

Tratando de situar el espacio de la obra poética, se advierte
la presencia, por un lado, del campo y, por otro, de la ciudad
o, por lo menos, de fenómenos urbanos. En el primer caso, se
introducen pequeños relatos en los que el yo del poeta se
involucra como personaje -se denota acción, existen verbos
conjugados-. En el segundo, las imágenes son instantáneas y
fragmentadas. En estas, frecuentemente, el yo es descrito,
textualmente, como testigo que observa y luego se marcha.

Moviéndose entre la dualidad del yo y el tú, nombre todo
aquello que constituye a un ser humano, inaugurando, además,
en el trabajo poético, la fusión del espíritu y la materia.
Otorga al cuerpo la capacidad de santificar y glorificar: "El
olor de los sobacos, aroma más exquisito que la plegaria. Mi
cabeza, más que iglesias, biblias y todos los credos". En uno
de los textos más bellos, describe, como en un poema amatorio,
la relación con su alma: "Recuerdo cómo una vez estábamos
acostados una/ transparente mañana de estío, igual a ésta,/
cómo pusiste tu cabeza sobre mis caderas y delicada-/ mente la
volviste hacia mí,/ y apartaste la camisa de mi pecho, y
hundiste tu len-/ gua hasta mi corazón desnudo,/ y te
estiraste hasta alcanzar mi barba, y te estiraste hasta/
alcanzar mis pies"

Podemos, libremente, establecer una asociación entre Vallejo y
Whitman. Les es común la denominación constante de las partes
del cuerpo, de los adminículos -la cuchara, el chaleco; las
botas, el sombrero-. Un grado de familiaridad posible puede
encontrarse, por ejemplo, en los siguientes versos: y Habiendo
escrutado a través de los estratos, ana-/ lizado pero a pelo,
deliberado con los médicos/ y calculado rigurosamente,/ no
encuentro grasa más sabrosa que la pegada a mis/ propios
huesos."

Pero, diferenciándose del poeta peruano, Whitman expresa
ingredientes propios de una sociedad con un grado de
desarrollo distinto. Testigo del advenimiento de un proceso
más alto de modernización, se referirá a momentos como el
fragor de las multitudes, los hurras a los favoritos
populares. En otros poemas publicados, exaltará la capacidad
generadora de las máquinas y, en el caso del Canto, policías
uniformados entrarán en escena. "Walt Whitman, un
norteamericano, uno de os duros", como se denominó a sí mismo
en una de las primeras ediciones, se declara en sus textos,
por supuesto, interesado también por los bancos, el alcalde,
los miembros del consejo, los bienes mobiliarios y los
inmobiliarios.

Del yo al tú, desde la primera página, el poeta increpa al
oyente, compañero, hijo, amado, lo conmina: "pero llevo a cada
hombre y a cada mujer que está/ entre vosotros a un cerro,/ mi
mano izquierda te coge por la cintura,/ mi mano derecha
señalando el paisaje de continentes/ y la ruta./ Ni yo ni
nadie puede recorrer esa ruta por ti,/ tú debes recorrerla por
ti mismo./ No está lejos, es alcanzable,/ quizá hayáis estado
en ella desde que nacisteis y no lo /sabíais,/ quizá está en
todas partes en el agua y en la tierra.

Las suyas, "palabras para hacer brutalmente preguntas", "ir
más allá de las cosas para acercarlas"
Haciendo un fetiche. Aceptando los evangelios.

Los primeros poemas que Whitman entregó a diversos críticos
fueron devueltos inmediatamente. Solo el escritor y filósofo
Emerson los valora y aquilata, aunque sugiere no publicar la
poesía erótica, sugerencia que el poeta rechaza -en los
textos, el sexo equivale a lo nutricio, como suma de vida como
incremento-. En Boston, llegan a prohibir a su editor la
aparición de sus libros, bajo la acusación de obscenidad.
Muchos se han referido a su obra como un artefacto explosivo
en cuanto cuestiona valores y moral establecida.

Maldecidor de la cultura de los libros, aunque como en un
palimpsesto se puedan rastrear "huellas de una escritura
anterior borrada artificialmente",
en la obra de Whitman se siente un tono profético, o similar
al de las bienaventuranzas. Leía íntegros el Antiguo y el
Nuevo Tetamento, así como a los trágicos griegos, Shakespeare,
Dante. Perteneció a la secta de los cuáqueros, practicantes
de un culto llano y sencillo, sin jerarquías establecidas o
cultos externos. No rechazar nada, todo servía para él y para
su canto. Tomar de los mitos que han alimentado a la
humanidad desde sus primeras edades, no desde la adscripción
militante, sino desde la valoración vital: "Mi fe es la mayor
de las fes y la menor de las fes,/ incluyendo los cultos
antiguos y modernos y cuanto hay/ entre antiguo y moderno,/
creyendo que volveré sobre la tierra después de cinco/ mil
años,/ esperando respuestas de los oráculos,/ honrando a los/
dioses, saludando al sol"

Walt Whitman, a cien años de "y en cuanto a ti, Muerte, y a
ti, amargo abrazo de/ mortalidad, vano es tratar de
asustarme", proféticamente ha dicho y ha acertado:
Quienquiera que seas, desde este momento te sigo,
mis palabras picarán tus oídos que las entiendas.

No digo estas cosas por un dólar o por matar el tiempo
mientras llega el barco.

(eres tú hablando tanto como yo mismo, yo actúo
como lengua tuya,
atada en tu boca, en la mía comienza a soltarse) (3c)
EXPLORED
en Autor: Cecilia Velasco - Ciudad N/D

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