Quito. 16.03.91. (Editorial) Antes de que el tiempo empolve
episodios lúcidos y, como de costumbre, le encomendemos a una
voluntaria amnesia el conveniente olvido de la historia, por
haber sido nombrado testigo de un acto cívico de mucha
valentía, siento la obligación ética de comentar valores de
ese hecho y de rondar sin recelo alrededor de lo vivido, para
impedir de algún modo esa triste pasión de nuestro medio
político y cultural ecuatoriano, de fabricar héroes baratos y
mantener víctimas irredimibles.

Considero que en la entrega de armas a la Iglesia de parte del
movimiento Alfaro Vive Carajo -no es pecado repetir esta
palabra- se encontraron valores sociales muy grandes, junto a
una Iglesia sin miedo que recogió unas armas para convertirlas
en material de un monumento a la paz y acogió a unos jóvenes
valientes por su sincera búsqueda abierta de otro camino que
el que anduvieron en su lucha contra evidentes injusticias
sociales. Las dos intervenciones de Mons. González, dentro y
fuera del templo de San Francisco, fueron claras, precisas,
evangélicas y sociales. Gracias.

La presencia no encapuchada de todos los miembros del
movimiento que se desarmó; la revelación que en ella hicieron,
sin tapujo ni embeleco alguno, del tipo social al que se
debían y de todos los espacios nacionales en los que habían
supervivido; la alegría serena con la que renunciaron al
atractivo legendario de la clandestinidad, para presentarse en
su auténtico volumen y realidad ante el juicio público, ante
el miedo de los estrategas escondidos o ante la violencia y
resentimiento de los que siempre encontraron en ellos a
quienes culpar los delitos que nuestras autoridades jamás
lograron descubrir y por ello siempre tuvieron "víctimas de
oficio" a quienes acusar; y, finalmente y sobre todo, el
humano derecho indiscutible de cambiar de actitudes,
renunciando al recuerdo y construyendo una esperanza muy
nueva, son valores que realmente nos han permitido vivir un
episodio con trascendencia, con sentido y con esperanza moral,
social y política.

Sin embargo, la hipercrítica de costumbre ha pretendido
disminuir el valor de lo acontecido y ha sembrado dudas en el
criterio común, tan fácil de ser manejado y esas dudas se
mueven entre dos órdenes de intenciones, que ya las señalamos:
tener la exclusiva fabricación de héroes baratos y mantener el
catálogo de víctimas irredimibles. En nuestra política nadie
puede triunfar sin victimar. Por eso contamos con tantos
héroes lúgubres, dramáticos, lamentadores, que adquieren todo
su prestigio en los derrumbos. Y por eso también contamos con
una lista tan conocida de víctimas, a las que no se quiere
liberar jamás de su utilizable definición trágica. Sin esas
víctimas cómo justificarían los poderosos todos sus gastos
represivos ¿y cómo explicarían la creación y mantenimiento de
los costosos cuerpos técnicos de torturadores?

Pienso que la actitud del grupo que renunció a sus pocas armas
-para algunos críticos solamente un arsenal habría justificado
la entrega- para definirse políticamente y empezar nuevos
caminos, nos impele a acompañarles con respeto, a mirarles con
serenidad y a juzgarles con clara precisión. Mientras tanto,
debemos tener celoso cuidado de no enredarnos en la habilidad
sofística de los que pretenden mantenerlos armados en su
memoria y en su crítica, considerándoles incapaces de la
valentía que significa presentarse en público con la única
arma indomable o invencible: la de la verdad abierta.

Ecuador tiene que llegar a convencerse que no se ha escrito la
historia del extremismo en nuestro país. Se ha creado su
figura desde el poder y ella no corresponde en nada a la
verdad. Nadie osa investigar y publicar la historia de la
represión, cuyo saldo trágico lo mantiene oculto nuestra
memoria, cambiando su esencial destino de fidelidad con un
posible riesgo de complicidad. Jamás estaremos con la
violencia; pero si se debiera optar entre la que brota de una
juventud rebelde que no comulga con la injusticia y la que es
mantenida por el aparato represor que defiende y mantiene esas
injusticias, estaríamos y estaremos siempre con la primera,
aunque no sea más que para que Cristo no castigue con su
látigo nuestras espaldas. (A-4)
EXPLORED
en Autor: Luis Alberto Luna - Ciudad N/D

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