Quito. 24 feb 2000. La mañana del 20 de enero el ministro de
Gobierno, Vladimiro Alvarez, sintió que el mundo se les venía
encima. De pronto percibió que en la relación entre los indígenas
y los militares había algo más que inquietante. Para entonces el
funcionario contaba con un informe secreto, de última hora, de
la Policía sobre la movilización de la Conaie.

El Ministro confirmó detalles hasta llenarse de razones y a las
13:30 irrumpió en una reunión del presidente Mahuad que,
encerrado en el Salón de Gabinete con los asesores nacionales y
extranjeros, analizaba detalles de la dolarización. Alvarez se
acercó y le dijo: "Presidente, disculpe que lo interrumpa, esto
es algo importante y usted tiene que saber lo que está pasando".

Al Mandatario, el anuncio lo tomó por sorpresa y le pidió
convocar de inmediato a una reunión. Mahuad ya era un hombre
inquieto. El 12 de enero había ordenado acciones de seguridad e
incluso al mediodía del 14 sesionó con el Consejo de Seguridad
Nacional en el edificio del Ministerio de Defensa.

Su sorpresa fue, sin embargo, mayúscula a las 17:00, cuando
escuchó el informe del mando policial. Los generales, convocados
a un salón contiguo al despacho presidencial, explicaron la
situación sobre el pizarrón del Titanic.

En la escena, que dibujó uno de los jefes de Inteligencia de la
Policía, visualizó la ubicación del Congreso Nacional, la
Contraloría y la Corte Suprema de Justicia. Los tres se
encontraban rodeados por un cerco militar y otro policial. Pero
también había otros dos cordones indígenas alrededor de las
fuerzas públicas.

Miles de manifestantes, armados de palos y unos cuantos machetes,
rodeaban las calles aledañas. Su actitud era desafiante y
belicosa contra transeúntes mestizos que, por equivocación,
traspasaron el primer cordón. La consigna que los indígenas se
habían dado era: "¡Carajo, nadie entra, nadie sale!".

Jamil Mahuad escuchó -con una impaciencia que iba creciendo-
sentado a la cabecera de la mesa en forma de U. De golpe, pidió
el teléfono y, en tono molesto, ordenó a uno de sus edecanes que
llamara al Ministro de Defensa encargado, general Carlos Mendoza,
y al general Telmo Sandoval: quería de inmediato clarificaciones
de lo que acababa de ver. Lo que los indígenas hacían en las
calles no era espontáneo: estaba inspirado en una clara
estrategia militar.

Mendoza y Sandoval llegaron al salón y recibieron de tajo la
descarga del Presidente. Su reclamo apuntó a exigirle al primero
una explicación: ¿por qué un día antes le había asegurado que la
situación estaba controlada y ahora el cerco de los indígenas
revelaba que poco se había hecho para evitarlo? ¿Dónde está
-preguntó furioso- la estrategia militar?

Mendoza consideró intolerable el reclamo y el tono y respondió
que al Presidente le estaban metiendo ideas en la cabeza por puro
protagonismo institucional del ministro Alvarez y otros asesores.
Además cuestionó el papel de la Policía y le dijo a su
comandante, Jorge Villarroel, que si tenía esa información debía
compartirla primero con las Fuerzas Armadas que estaban al mando
de la seguridad. Villarroel le salió al paso y le dijo que era
obligación suya mantener informado al Ministro de Gobierno.

Mahuad no soltó presa: "¿cómo es posible que no hubieran previsto
el sitio a los edificios públicos?"

"Si los indígenas dan dos pasos -le respondió Mendoza- nosotros
daremos tres pasos estratégicos".

El Presidente mantuvo su elevado tono de voz: "¿Qué hemos ganado
de que usted converse con los indígenas?"

Mendoza le recordó un escenario que, preocupado, le había
expuesto 13 días antes. "Lo que hemos ganado es que sabemos cuál
es el pensamiento de los indígenas, quienes además de querer
tumbar los poderes están ganando tiempo para que no haya la
consulta de Guayas".

El ambiente de tensión estaba como para cortar con bisturí. El
Ministro de Gobierno sacó un as de la manga e invitó a la reunión
a Diego Iturralde, asesor del Presidente en el tema indígena.

"Tenemos que escuchar lo que él tiene que decir", dijo Alvarez
señalándolo. Cincuentón, lentes de intelectual, una barba
entrecana y mediana estatura, Iturralde narró cómo la noche
anterior, en el Ágora de la Casa de la Cultura, Antonio Vargas
confesó a sus bases que podían seguir adelante porque contaban
con el respaldo de los militares.

Al lado derecho de Iturralde estaba sentado Mendoza quien, a
medida que avanzaba el relato, no ocultaba su malestar. Iturralde
aludió entonces a otra cita en la víspera, el 19 de enero, que
traía cola. Ese día, a las 13:30, tras una reunión con el Alto
Mando militar y policial, el Presidente accedió a un pedido de
la Conaie para dialogar con las Fuerzas Armadas. Mahuad puso
condiciones: que la reunión se realice en el Ministerio de
Agricultura y no en el de Defensa y que además de los jefes
militares, participen por el Gobierno el ministro de Trabajo,
Angel Polibio Chaves, y su asesor en asuntos indígenas. No debían
participar representantes de otros gremios o grupos sociales. El
Presidente explicó que así evitaría que las FF.AA. se
involucraran y se desgastasen en temas políticos.

Esas disposiciones no se cumplieron. La reunión fue a las 16:30
en el Ministerio de Defensa, después de que la Conaie movilizó
más de 10 mil indígenas y simpatizantes por las calles del
centronorte de Quito hasta el parque La Recoleta, junto al
Ministerio de Defensa.

Contrariando la orden de Mahuad, en el encuentro con el Alto
Mando participó el dirigente del sector petrolero, Iván Narváez.
A los delegados del Gobierno solo se les permitió llegar hasta
la antesala. Los emisarios del Presidente lo interpretaron como
una jugada de los militares, mientras que los indígenas afirmaron
que ese había sido su pedido; de lo contrario, no había diálogo.

Iturralde expuso otro hecho que él conocía gracias a un informe
secreto de inteligencia policial. Las madrugadas del 19 y 20 de
enero camiones militares llegaron hasta el parque de El Arbolito
con alimentos para los indígenas.

El relato de Iturralde, era evidente, mortificaba a Carlos
Mendoza. La presión llegó a su máximo nivel cuando el Presidente,
frente a estos nuevos elementos y en un tono enérgico, le reclamó
nuevamente al General.

La respuesta del Ministro de Defensa encargado crispó el
ambiente: "Señor Presidente, este rato le presento mi
disponibilidad. Yo me voy ahora, pues no estoy de acuerdo con lo
que usted está haciendo. Estoy cansado de oírle. No quiero saber
nada porque esta gente que usted tiene aquí, este sociólogo,
están mintiendo. No están hablando la verdad, lo están
confundiendo".

El General se levantó y, mientras se dirigía a la puerta, dijo
que en ese momento urgía un trabajo conjunto entre militares y
policías para evitar un atentado contra el Congreso. Propuso que
se nombre un comité de crisis para enfrentar la situación;
estaría integrado por los ministros de Defensa, de Gobierno, de
Finanzas, el Presidente de la Corte Suprema y los altos mandos
militar y policial. Se decidió que la primera reunión sería al
día siguiente (viernes 21) a las 09:00 en la sede del Comando
Conjunto. La presidiría Vladimiro Alvarez.

Antes de separarse, el Gobierno aprovechó para exponer otra
preocupación: en el bloqueo a los edificios públicos, 37 personas
quedaron atrapadas. Entre ellos cinco magistrados de la Corte
Superior, cuatro de la Suprema, y 28 empleados del Congreso. Esto
sin contar a varios cónsules en el antiguo edificio del Tribunal
de Garantías Constitucionales.

El presidente de la Corte, Galo Pico, había llamado varias veces
al ministro Vladimiro Alvarez para insistir en el rescate de esas
personas. Telmo Sandoval se comprometió a que entre las 22:00 y
las 23:00 de esa noche (jueves) se realizaría un operativo
conjunto con la Policía. Además explicó que tenía información
según la cual en la Corte no pasaban de 20 los retenidos. Con
esos dos compromisos, se dio por terminada la reunión.

Lo que vino luego, volvió a enturbiar definitivamente las
relaciones con los militares. Pasadas las 23:00, Pico se comunicó
con Alvarez para preguntarle por el operativo. Este, a su vez,
llamó al general Jorge Villarroel, comandante de la Policía,
quien le explicó que, por razones tácticas, el horario había
cambiado y que el rescate se realizaría a las 04:00 del día
siguiente (21 de enero). Pero esta vez tampoco se cumplió.

La razón se la dio el Comandante de la Policía a Vladimiro
Alvarez, a las 05:00 del viernes: "Ministro -le dijo- el general
Sandoval suspendió el operativo". Vladimiro Alvarez volvió a
sumirse en la peor de las incertidumbres. Aquella noche terminó
durmiendo mal.

No obstante, a las 07:00 salió de la casa con la reunión del
comité de crisis en la agenda y una grave preocupación
martillándole la cabeza. Los noticieros hablaban de la
movilización indígena, los bloqueos de carreteras y el cerco al
Congreso. Pero ninguno refirió, a esa hora, los dos intentos de
los indígenas para penetrar en el Parlamento. Alvarez y los otros
ministros creían que el Gobierno aún tenía tiempo para lograr un
arreglo. El momento era tan delicado que Galo Pico, tras haber
delegado a un magistrado de la Corte Suprema para representarlo,
a última hora decidió asistir.

Cuando Vladimiro Alvarez llegó a la cita, hacia las 09:00, se
encontró con Alfredo Arízaga, ministro de Finanzas, la cúpula
policial y militar y los otros invitados. Carlos Mendoza los
invitó a pasar a su oficina. Poco avanzó aquella reunión en la
que cada uno de los funcionarios debía hacer una corta
exposición. Jorge Villarroel la interrumpió después de que un
oficial de su entera confianza le comunicó lo que estaba
sucediendo en el Congreso. "Señores, los indígenas se están
tomando el Parlamento...", dijo el Comandante de la Policía, y
recomendó que encendieran el televisor.

Automáticamente cada uno comenzó a hacer llamadas al ver en
escena a los indígenas y a unos militares, comandados por un
coronel desconocido para el país pero no para el Gobierno.

El protagonismo de Lucio Gutiérrez había tomado cuerpo en el
Ejército lenta pero inexorablemente. Los altos mandos sabían que
en marzo de 1999, en el grupo de Caballería General Dávalos, de
Cuenca, del cual Gutiérrez era el comandante, se realizó una
ceremonia con la presencia del entonces comandante del Ejército,
Telmo Sandoval.

El coronel Gutiérrez, saliéndose del programa, solicitó a
Sandoval que le permitiera intervenir. El General le dio pocos
minutos y, ante ello, el coronel le entregó su intervención de
cinco páginas en la que cuestionaba la ayuda que el Gobierno le
entregó a los banqueros, especialmente "los 700 millones de
dólares a Filanbanco". Además, condenaba la corrupción y hacía
una proclama al Alto Mando para que interviniera más en la
conducción del país. El tema del Perú también lo abordaba,
especialmente por el incumplimiento en la entrega de los 3 mil
millones de dólares ofrecidos para desarrollo fronterizo.

"Establezcamos una estrategia institucional para de una manera
firme convertirnos en guardianes del dinero del país, en
fiscalizadores de los malos políticos y ecuatorianos corruptos",
decía en una parte de la intervención. El coronel planteaba la
conveniencia de un Ministro de Defensa civil y urgía para que los
generales públicamente defendieran la institución, "con bases,
con estadísticas", ante el recorte de gastos que había impuesto
el ex ministro José Gallardo. "Actualmente están entregando un
solo uniforme y de mala calidad", decía, haciéndose intérprete
de los problemas económicos de la tropa y de la oficialidad.

Después de este hecho se habló de la detención de Gutiérrez por
órdenes superiores; incluso el general retirado René Yandún lo
afirmó. Si bien solo era un rumor, ese hecho marcaba ya la gran
ascendencia que adquiría este coronel entre sus compañeros de
armas.

Sus cuestionamientos constantes al Gobierno se materializaron en
diciembre pasado, durante la graduación de un curso en el
Instituto Nacional de Guerra. En ese acto nuevamente se
encontraron los generales Mendoza y Sandoval, el coronel
Gutiérrez y el presidente Mahuad. Al momento de recibir su
condecoración, Gutiérrez solo saludó a los generales y dejó con
la mano extendida al Presidente. Mahuad no olvidó el nombre de
ese oficial. Después, los generales explicaron que nunca se
percataron de lo sucedido, pero el mismo coronel y amigos del ex
Presidente lo confirmaron.

El hecho no tuvo más trascendencia y luego de las fiestas de fin
de año Gutiérrez se preparó para lo que sería su nuevo cargo. El
viernes 7 de enero viajó a Guayaquil y entre sus papeles llevaba
la orden escrita de asumir la jefatura de Operaciones de la
Brigada Libertad.

No se posesionó, sin embargo, pues ese mismo día, en la tarde,
el general Mendoza le ordenó telefónicamente su regreso a Quito
para que trabajase en el Comando Conjunto. "Es normal que uno
pida el pase de oficiales sobresalientes para que laboren en el
Comando. El nombre de Gutiérrez ya lo habíamos contemplado...",
dijo Mendoza.

Para entonces el Gobierno ya había advertido al Alto Mando sobre
el peligro que significaba el liderazgo de Gutiérrez. "Yo -dijo
Mendoza- hablé con él en términos generales. También él conversó
con el general Sandoval. El coronel me respondió que sí estaba
preocupado, que había descontento, pero que bajo ningún punto de
vista estaba instigando o tenía que ver con insubordinaciones".

No solo Gutiérrez causó una sorpresa. También la generó Fausto
Cobo, asesor y compadre de Mendoza, jefe del Comando Conjunto y
Ministro de Defensa encargado. Este coronel ambateño, de talla
mediana, ojos cafés escondidos tras unos grandes lentes, de fácil
palabra y tropero a pesar de sus tareas intelectuales, era
conocido por sus diatribas contra la clase política. La crisis
económica y la corrupción eran también motivo de análisis en sus
aulas. Le inquietaba mucho el tema de las autonomías
provinciales, en las que veía el germen de una disolución
nacional. Tanto que ese escenario era muy considerado en sus
hipótesis de estudio. Como Gutiérrez había lanzado sus alertas
desde hacía meses.

El 9 de abril de 1999, por ejemplo, día en que la Academia
cumplió 76 años, Cobo, quien dijo que la formación en los
institutos militares es humanista y pluralista, aprovechó para
leer las conclusiones de un ensayo suyo. Lo tituló "Hacia un
nuevo Ecuador", una reflexión de la crisis y las salidas que él
proponía.

El ex presidente Jamil Mahuad era uno de los invitados
especiales. Allí llegó con un saco beige, pantalón negro, camisa
blanca y corbata roja. A la Academia entró escoltado a su derecha
por el ministro de defensa, José Gallardo, y a la izquierda por
el general Carlos Mendoza. Unos pasos atrás estaba el general
Telmo Sandoval. Los cuatro invitados caminaron en medio de una
calle de honor formada por los granaderos de Tarqui. El auditorio
estaba lleno, los estudiantes y profesores llevaban traje de
camuflaje. El primero en hablar fue Cobo.

Vestido con el traje formal gris, en el que resaltaban todas sus
condecoraciones, leyó su discurso, con citas frecuentes al
pensamiento de Benjamín Carrión. En la parte sustancial de su
intervención dijo que era "indispensable preservar la unidad de
la sociedad ecuatoriana, con sus diversidades étnicas,
culturales, regionales y económicas, diseñando mejores
procedimientos en la acumulación y distribución de la riqueza y
de las oportunidades". Parco y directo dijo que se debían
racionalizar y modernizar "los estamentos y mecanismos de la
estructura del Estado para aprovechar cada uno de los escasos
recursos en los mejores términos de eficiencia. Es urgente poner
fin a la corrupción, indisciplina, desorden y profesionalización
deficiente".

Mahuad no leyó, nunca leyó, los mensajes que esos oficiales
emitían. No los procesó. El ex Presidente no tuvo en cuenta que
Cobo no era una voz solitaria. Cobo y Gutiérrez, como otros
oficiales, consideran que las FF.AA., en una sociedad como la
ecuatoriana, tienen que canalizar las demandas sociales y
presionar para promover un cambio social positivo. Esos jóvenes
oficiales piensan que es intolerable aceptar desigualdades tan
protuberantes y una ola de corrupción que no parece tener
límites.

Mahuad sí sabía. Sabía del cerco y de los coroneles que lo
tejieron... (Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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