Quito. 05.05.91. Con la publicación de Drácula, de Bram
Stoker, en 1897, los vampiros se volvieron extremadamente
populares y temidos, situación que se ha mantenido con altas y
bajas desde ese entonces hasta la actualidad. Pero las
creencias a las que alude el libro se remontan mucho tiempo
atrás en la Historia, la Mitología, en menor grado la
Literatura y, de alguna manera, en la Biología.

En efecto, desde que el hombre es hombre y puede pensar,
simbolizar y fantasear, oscuros terrores le han asaltado.
Pero algunos de ellos han trascendido a la individualidad para
tomar una forma colectiva, elaborada por y para un contexto
cultural. En cierto modo, los mitos y leyendas se construyen
así, para evitar enfrentarse a los orígenes reales de los
procesos sociales humanos, en los que el terror, de todas
maneras (o quizás por eso), siempre está presente.

Algunos de esos mitos son universales: la conversión de
animales en hombres, de hombres en animales o los híbridos
parecen ser fenómenos considerados en todas las culturas. Y
en las occidentales el mito del vampiro ocupa un lugar
especial entre los demás.

Las ecuaciones noche=peligro, amenaza (lo que a su vez produce
temor); oscuridad=maldad; y, sangre=vida, construyen dicho
mito. El hombre oscuro, que sólo aparece en la noche, es
peligroso, causa temor y chupa sangre, se convierte en su
equivalente animal, el vampiro, también nocturno, atemorizante
y que se alimenta de sangre.

Por supuesto, la Historia, como se dijo antes, provee
elementos que sostienen este mito. Parece ser que un príncipe
de Rumania del siglo XV, llamado Vlad Tepes (el empalador),
ajusticiaba a sus enemigos y a sus supuestos detractores en
muchas formas, pero particularmente con el empalamiento (es
decir, atravesados en estacas enormes -frente a las cuales
cenaba con toda tranquilidad); se dice que sus víctimas
ascendieron, aproximadamente, a 100.000 personas.

Su crueldad, el hecho de que haya vivido en la región de
Transilvania y su sobrenombre, Dracul (que aparentemente
quiere decir hijo del dragón o del diablo), le sitúan como una
fuente fundamental de la obra de Stoker y como ejemplo clásico
de comportamiento trastornado y de sangrientos placeres.

La Condesa Elizabeth Bathory, nacida en 1560 en los Cárpatos,
constituye otro caso ilustrativo. A lo largo de unos 15 años,
trasladándose de un castillo a otro, la Condesa asesinó a más
de 600 muchachas después de someterlas a espantosas torturas,
luego de lo cual su sangre era utilizada por la Bathory como
baño rejuvenecedor. Finalmente fue condenada y emparedada
viva en su castillo.

Como dice David Pirie, ha habido otros sujetos que, más que
vampiros, han sido asesinos estrafalarios y tremendamente
destructivos como Fritz Haarmann, Ed Gein, Peter Kurten y
otros, en cuyas prácticas se evidencian una obsesión por la
sangre, el destripamiento o los cadáveres en sí.

Pasando a la Literatura, ésta también recoge antecedentes:
John Polidori, médico de Lord Byron publicó "El Vampiro" en
1819, que quizá viene a ser la primera novela dedicada al
tema, al menos en la forma en que ahora lo conocemos; el mismo
Byron, excitado por las ideas vertidas una noche de 1816 en
Suiza, noche en la que se fermentaron los orígenes de
Frankenstein, de Mary Shelley, y el trabajo de Polidari,
empezó a su vez una novela que nunca terminó, también con el
tema de los vampiros.

Thomas Preskett Prest, posteriormente (1847), adaptó las ideas
del poeta inglés y de su médico a una serial llamada "Varney,
el vampiro". Por otro lado, Sheridan Le Fanu inauguró, en
cierto modo, el tema del vampiro femenino en su obra
"Carmilla", publicada en 1872. Y, además, después de
"Drácula", la cantidad de novelas, cuentos, películas e
historias ilustradas se ha hecho prácticamente
interminable.

Ahora bien, ya en el terreno de la realidad, ¿qué hay detrás
de todo esto? Si por un lado tenemos a los vampiros como
animales y por otro a determinados psicópatas, psicóticos e
individuos aquejados de algun extraño trastorno orgánico, el
mito del vampiro es, ante todo, un fenómeno social.

La romántica sociedad del siglo XIX necesitaba de fantasmas y
vampiros nunca del todo malos y más bien atormentados para
depositar sus temores a la muerte y a una sexualidad difícil
de aceptar en un mundo victoriano (porque, ¿qué más sensual
que la imagen clásica del vampiro galante, nocturno y seductor
que muerde cuellos?)

Pero un siglo XX, desgastado por una serie de guerras
insensatas, de procesos inflacionarios y recesiones
económicas, de enfermedades espectaculares y terribles,
difícilmente tiene lugar para antes de esa naturaleza,
superados por la realidad y por la repetición llevada hasta el
cansancio y la ausencia completa de calidad y originalidad.

Las variaciones son múltiples, claro está, y en los últimos
tiempos hemos sido testigos de la transformación de los
vampiros en parodias de ellos mismos y también en monstruos
animales que, al más puro estilo de "alien", tienen la forma
de músculos sin piel y vísceras sedientos de
sangre.

Lastimosamente, estas variaciones, en vez de renovar el mito,
elemento necesario para su supervivencia, lo han reducido a un
oscuro fantasma que poco tiene que ofrecer a una generación
que produce aberraciones peores a cada instante, en todo
lugar. (1C).
EXPLORED
en Ciudad N/D

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