España. 11.04.94. Mayra Regla Díaz, de 37 años, es abuela y
trabaja diez horas al día roturando la tierra con un arado que
arrastran dos bueyes. Mujer de ciudad-vivía en la barriada de
Lawton, en Ciudad Habana-, llegó al campo como una más de los
16.000 <> que las autoridades de la
capital movilizaban anualmente para atender las tierras estatales
en la provincia de La Habana. Pero Mayra decidió establecerse
como miembro de una de las nuevas cooperativas agrícolas privadas
y convertirse en la única mujer cubana que camina diez horas
diarias detrás de unos bueyes, a los que canta boleros mientras
el arado abre cicatrices a la tierra roja.

Aunque Cuba es un país básicamente agrícola, en las últimas
décadas los isleños han descuidado el trabajo en el campo. De una
población de 10.800.000 habitantes, sólo el 25 por ciento habita
en las áreas rurales. El exodo hacia las ciudades fue un fenómeno
que estimuló la propia Revolución, con el paternalismo social y
la enemistad hacia las tradicionales leyes económicas. Dos
generaciones de hijos de campesinos, ante la oportunidad de
hacerse técnicos o universitarios, se desvincularon de las
labores en el campo. Al ser las tierras en su mayoría propiedad
del Estado, los campesinos fueron reconvertidos en obreros
agrícolas con salarios que no recompensaban el esfuerzo físico.

Por eso hubo de recurrirse a los llamados <>:
cientos de miles de personas de la ciudad que trabajaban
temporalmente en las cosechas para recibir como única ganancia
diplomas que certificaban la <> de los
participantes. Así, en los mercados jamás se ha logrado
estabilizar la venta de frutas, vegetales y legumbres.

Los consumidores cubanos han tenido que conformarse con las
conservas de vegetales importadas de Bulgaria.

Al extinguirse el socialismo en los países del Este, Cuba pasó a
ser una Cenicienta sin príncipe. La agricultura, con petróleo a
cuenta gotas, sin fertilizantes, pesticidas ni pienso para
animales, tuvo que sustituir su tecnificación por las labores
manuales. Una nota oficial del politburó del Partido Comunista,
publicada en el diario Granma el 15 de septiembre
de 1993, ordenó arrendar las tierras a las Unidades Básicas de
Producción Cooperativa (UBPC) para < agricultura>> y < y su sentido concreto de responsabilidad individual y
colectiva>>. Tres años de crisis económica finalmente dinamitaron
tres décadas de una inmovilidad voluntarista que sostuvo el
modelo de las granjas estatales a pesar de su falta de
rentabilidad.

Pero la entrega de tierras en usufructo a los nuevos
cooperativistas es una reforma agraria atada a ciertas
prohibiciones. <>, dijo el ingeniero
Nelson Torres, ministro del Azúcar y miembro del politburó,
durante una intervención en la televisión el 16 de septiembre de
1993. Entonces aseguró que no se permitiría el libre juego de la
oferta y la demanda del mercado con los productos agrícolas
cosechados en las UBPC. Sólo el monopolio estatal tiene derecho a
fijar precios, comprar, distribuir y vender las cosechas para
garantizar así una distribución equitativa entre todos los
consumidores.

Así no es extraño que, según una encuesta oficial de 1993, en
Ciudad Habana el 87 por ciento de sus habitantes se abastece de
alimentos comprados en el mercado negro. Un mercado que mueve un
capital de 7.600 millones de pesos (unos 76 millones de dólares
según el cambio negro) y una demanda que nunca se logra
satisfacer. Eladio es dueño de menos de media hectárea y sus
ganancias mensuales son mayores que el salario de un ministro.
< queriendo comprar cualquier cosa. Ellos mismos ponen los
precios>>. Controles policiales en las carreteras de acceso a la
capital requisan los productos agrícolas que muchos transportan
en bicicletas o vehículos. Para los campesinos independientes,
que son dueños del 8 por ciento de la tierra fértil, también es
obligatorio vender sus cosechas al Estado.

José Pérez, de 23 años, eligió y fue aceptado como miembro de una
cooperativa que siembra vegetales, papa y bananas en la tierra
roja de la provincia de La Habana. Su trabajo es manejar un
tractor, pero cuando no hay petróleo hace sus labores con bueyes.
<). Antes trabajaba
en una granja estatal y cuando se rompía el tractor se quedaba
quieto hasta que lo arreglaran; en cualquier caso le
pagaban su salario.

Para los cooperativistas de las UBPC se terminó el bondadoso
paternalismo socialista: ahora los gobiernan los inflexibles
mecanismos del gasto y la ganancia. Para no encarecer sus costos,
ellos mismos han acordado ganar el salario de unos ocho pesos
como promedio al día (unos dos dólares al mes). Cuando vendan las
cosechas al Estado, después de atenderla con escasez de
fertilizantes, plaguicidas y cuota reducida de petróleo para los
regadíos, obtendrán ganancias, pero nunca acumularán capital.

José Pérez trabaja con una botas agujereadas en las tiendas
estatales no las venden y para comprar unas nuevas tendría que
recurrir al mercado negro y pagar algo más de 700 pesos. Para
llevar botas nuevas, Pérez tendría que invertir prácticamente
todo el salario ganado en cuatro meses bajo un sol que raja hasta
las piedras.

< las UBPC la idea de que ellos son los dueños. Son muchos años de
vivir sin el sentido de la propiedad>, explica Fernando García,
funcionario del Ministerio de Agricultura, mientras se quejaba de
la ausencia de iniciativas propias en algunas de las 900
cooperativas ya establecidas en toda la isla. Según los proyectos
del Gobierno, un 50 por ciento de las tierras dedicadas a la
alimentación será arrendado a las UBPC, mientras que las
plantaciones de caña de azúcar serán todas <>
En las 900 UBPC ya organizadas se ha contabilizado la reducción
entre un 40 y 50 por ciento de la fuerza de trabajo y equipos.

La única riqueza que ha conocido en su vida Mayra Regla Días,
abuela a los 37 años, son los nombres de sus dos bueyes: Diamante
y Grano de Oro. Antes de radicarse en la agricultura trabajaba de
portera en una empresa donde ganaba al mes cien pesos (un dólar).
Ahora, con los bueyes y el arado, obtiene unos 130 pesos cada
quincena. Después de diez horas dando órdenes a los dos bueyes,
Mayra come y duerme en una barraca de vida colectiva a la espera
de que la cooperativa tenga posibilidades de construir viviendas.

En Cuba, las reformas económicas todavía mantienen que la pobreza
es una virtud revolucionaria y la riqueza un vicio capitalista.

CULTIVAR LA BUROCRACIA

El 17 de mayo de 1959 Fidel Castro firmó una ley que iba a marcar
de por vida su régimen: la ley de Reforma Agraria. De un plumazo,
tres cuartas partes de los terrenos agrícolas del país pasaron a
ser propiedad del Estado. Treinta y cuatro años después firmaría
una decreto por el que esas tierras podían ser arrendadas por
tiempo indefinido a los campesinos agrupados en cooperativas.

¿Por qué ese cambio tan radical? Sólo hay una explicación: los
dos millones largos de trabajadores del campo eran incapaces de
producir los alimentos necesarios para la población cubana.
Incapaces por varias razones: una, porque del desaparecido
paraíso comunista europeo ya no les llegaban las materias primas
elementales, como fertilizantes o petróleo. Pero incapaces
también porque el trabajador agrícola era cada vez más indolente
y estaba cada día menos motivado.

Recuerdo cuando a finales de 1990 se presentó en la Asamblea del
Poder Popular (Parlamento) el Plan Alimentario, que pretendía
lograr el autoabastecimiento de la isla. Reynaldo Capote,
director de la Empresa Estatal de Cultivos Varios de Guines, se
quejó del bajísimo rendimiento de sus empleados. De las ocho
horas diarias, apenas si trabajaban cinco. Y por si fuera poco,
la burocracia asfixiaba a los que sí querían hincar el callo.

Capote habló de <>. Una trampa. Su empresa, de 1.400
trabajadores, tenía 20 normadores. Ellos decidían qué, cómo,
cuánto y dónde se tenía que producir. Los normadores eran tan
<> que la empresa dirigida por Capote llegó a tener
4.000 normas (!), lo que volvía locos a los productores.

Los datos que ofreció aquel cuadro de la Revolución no eran menos
impresionantes: de los 1.400 trabajadores, sólo 400 estaban
vinculados directamente a la producción agrícola. Los demás se
repartían entre directivos (92), mecánicos (300), albañiles (100)
y otros oficios similares.

Esa situación se repetía en casi todas las empresas estatales. La
devolución, aunque sea bajo la fórmula del arrendamiento
indefinido, de las tierras a los campesinos parece ser la única
esperanza de que el campo cubano vuelva a ser productivo.

* Texto tomado de CAMBIO 16 (p. 14, 15, 16 y 17)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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